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Crítica de “Menem”, serie dirigida por Ariel Winograd con Leonardo Sbaraglia, Juan Minujín y Griselda Siciliani (Amazon Prime Video)
Tras superar varias disputas legales, Prime Video finalmente estrenará el miércoles 9 de julio esta tragicomedia que reconstruye el ascenso, apogeo y decadencia de quien fuera dos veces presidente de la Nación entre 1989 y 1999, brillantemente interpretado por Leonardo Sbaraglia.
Menem (Argentina/2025). Dirección: Ariel Winograd. Showrunners: Mariano Varela, Ariel Winograd y Fernando Alcalde. Elenco: Leonardo Sbaraglia, Juan Minujín, Griselda Siciliani, Jorgelina Aruzzi, Marco Antonio Caponi, Guillermo Arengo, Agustín Sullivan, Cumelén Sanz, Alberto Ajaka, Violeta Urtizberea, Monna Antonópulos, Martín Campilongo, Valentín Wein, Diego Pérez y Campi. Guion: Mariana Levy, Federico Levín, Luciana Porchietto, Silvina Olschansky y Guillermo Salmerón. Fotografía: Félix Monti y Magdalena Ripa Alsina. Dirección de arte: Natalia Mendiburu. Edición Andrés Quaranta. Musica: Sergei Grosny. Duración: 6 episodios de 47, 38, 42, 39, 43 y 43 minutos. Total: 252 minutos. Disponible en Amazon Prime Video desde el miércoles 9 de julio.
Antes de entrar de lleno en el análisis de la serie, es necesario hace un disclaimer, un puñado de aclaraciones personales. Por mi edad (orgulloso cincuentón) y mi oficio (periodista) seguí de cerca el menemismo. Desde mi mirada progresista, me generaban no poco rechazo aquellos tiempos de impunidad, ostentación y regodeo de nuevos ricos, de pizza con champán. Marché en innumerables manifestaciones, vi cómo se cerraban miles de fábricas y quedaba mucha gente en la calle, pero también cómo la convertibilidad nos permitió a quienes teníamos un buen sueldo en blanco comprar nuestra primera casa o viajar al exterior con un cambio muy favorable. La “fiesta” menemista hoy es reivindicada por varios que la disfrutaron sin atender a sus desastrosos efectos colaterales en la industria (no es la única similitud con el modelo económico actual), pero también por muchos otros -sobre todo los más jóvenes- a los que solo les transmitieron la “mitología” del uno a uno, la deflación y el consumismo de cierto sector privilegiado.
En ese sentido, y desde la perspectiva personal que acabo de explicar (es una incógnita saber cómo será leída por quienes no vivieron aquellos años '90 y más aún por las audiencias internacionales), creo que la serie constituye un retrato muy logrado del fenómeno político y social de la irrupción y consolidación del menemismo con toda su carga de contradicciones y miserias.
Inevitablemente (pre)destinada a la polémica (en estos tiempos de grietas y fanatismos muchos la verán como demasiado empática o concesiva y otros como excesivamente cuestionadora y satírica), Menem tiene el sello de Ariel Winograd quien, pese a no haber formado parte del amplio equipo de guionistas, le imprime ese tono entre desenfadado y lúdico que supo construir en películas como El robo del siglo o series como Coppola, el representante.
Es cierto que en las poco más de cuatro horas que duran los 6 episodios es imposible abarcar todos los hechos trascendentes de una era tan intensa, vertiginosa y cambiante como la del menemismo, pero más allá de que varios casos tuvieron que abordarse y resumirse de forma algo superficial, ninguno es soslayado. Ahí está incluso desde los planos iniciales la muerte (¿un accidente?, ¿una venganza?) de Carlitos Menem Jr. (Agustín Sullivan) en marzo de 1995, el levantamiento carapintada de 1990 liderado por el coronel Mohamed Alí Seineldín y los posteriores indultos presidenciales; la génesis del Plan de Convertibilidad y las crecientes tensiones con un ambicioso Domingo Cavallo (Martín Campilongo); la reforma constitucional luego del Pacto de Olivos negociado con Raúl Alfonsín (curiosa elección de Fernán Mirás); las sucesivas crisis con Zulema (Griselda Siciliani) y el resto de la familia Yoma (Alberto Ajaka interpreta a Emir; y Violeta Urtizberea, a Amira); la incidencia política e ideológica del ciclo televisivo Tiempo Nuevo conducido por Bernardo Neustadt; los enfrentamientos con distintos sectores sindicales por las privatizaciones (en la venta de las empresas estatales a inversores extranjeros es central la incorporación de María Julia Alsogaray, encarnada por Monna Antonópulos), los casos de corrupción (Aduana, Valijas y el lavado de dinero del Yomagate, tráfico de armas, etc.), las relaciones peligrosas con estadounidenses, europeos y árabes; y -claro- los atentados a la Embajada de Israel (17 de marzo de 1992) y la AMIA (18 de julio de 1994).
La estructura dramática es clásica con el surgimiento (un ignoto gobernador de La Rioja que le gana la interna peronista al favorito Antonio Cafiero, vence luego al radical Eduardo Angeloz y asume de forma anticipada con una inflación acumulada de 5.283% y una ola de saqueos), el apogeo (la popularidad alcanzada que le permitió ser reelecto en 1995 con el 50% de los votos) y la decadencia durante su segundo mandato.
Muy probablemente las zonas más discutibles de la serie surjan por las incorporaciones de personajes de ficción como el Olegario Salas de Juan Minujín, un riojano que se convierte en fotógrafo oficial y en una suerte de asesor en las sombras de Menem, y quien de alguna manera es el dueño del punto de vista y observador del fenómeno. Su esposa Amanda es interpretada por Jorgelina Aruzzi, mientras que su hijo Miguel (Valentín Wein) se transforma -haciendo dupla con la Victoria de Candela Vetrano- en un periodista de investigación muy crítico del gobierno del que de alguna manera forma parte el padre. Además, Silvio Ayala (Marco Antonio Caponi) y Ariel Silverman (Guillermo Arengo), dos integrantes del círculo de confianza del presidente, pueden verse como una mezcla de Alberto Kohan, Carlos Corach, Raúl Granillo Ocampo y Eduardo Bauzá.
La serie expone el desenfreno de la época con una fiesta faraónica en el hotel Alvear al ritmo de Ricky Maravilla, al Menem deportista, el Menem mujeriego, el Menem mediático, al Menem esotérico, al Menem picaresco, al Menem devenido en brillante estratega político y al Menem presionado por oscuros factores de poder (“la traición se paga con sangre”).
Hay un buen uso de imágenes de archivo, una impecable reconstrucción de época a partir de la dirección de arte de Natalia Mendiburu, pero la serie no sería lo atractiva y por momentos fascinante que es sin el imponente aporte de Leonardo Sbaraglia. No se trata solo de una excelente caracterización (la imitación de los gestos o las inflexiones de la voz) sino sobre todo la forma con que a partir de una sonrisa o una mirada trasmite el abanico de sentimientos, los matices de una personalidad tan carismática y magnética como la de Menem.
Es cierto que, aun con sus manipulaciones y humillaciones, el protagonista luce por momentos demasiado exaltado, pero no habría serie sin la empatía ni la seducción que consigue Sbaraglia. Si es una propuesta “demasiado menemista” o poco sutil en su exploración de las facetas más absurdas de aquel período es algo que decidirá cada espectador/a. Para quien esto escribe resultó una experiencia muy valiosa, entretenida y digna de un binge-watching (más allá de la exigencia profesional de escribir en tiempo y forma). Maratonear una serie argentina no es algo habitual y Winograd, Sbaraglia y compañía consiguieron que lo hiciera con felicidad.
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Excelente critica 👏 la verdad que la serie es adictiva y entretenida. Leo sbaraglia una vez más brillante en su papel. Como me tiene acostumbrado. Todo parece tener coherencia y sentido en ese mundo político loco que se dio en los noventa y la aparición de este sujeto que cambió la historia argentina. No hay referencias hasta ahora a aspectos importantes de su política como ramal que para, ramal que cierra pero aún así es lo bastante abarcativa para comprender su presidencia. La música también es maravillosa y parece estar como guiñando un ojo en la elección de cada canción en tandem con el humor que no se guarda nada.