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FICValdivia 2025: Crítica de “La noche está marchándose ya”, película de Ramiro Sonzini y Ezequiel Salinas (Competencia Internacional)
Tras el multipremiado corto Mi última aventura (2021), los cordobeses Sonzini y Salinas debutan en el largometraje con una hilarante oda cinéfila que es al mismo tiempo un film político sobre la desintegración argentina. Tras su estreno mundial en el festival chileno, competirá en DocLisboa y la SEMINCI de Valladolid, entre otros festivales.
La noche está marchándose ya / The Night is Fading Away (Argentina/2025). Guion, fotografía, edición y dirección: Ezequiel Salinas y Ramiro Sonzini. Elenco: Octavio Bertone, Juana Oviedo, Rodrigo Fierro, Martín Emilio Campos, Fabián Costa, Lionel Castelli, Martín Álvarez y Pablo Limarzi. Sonido: Atilio Sánchez. Música: Francisco Albarracín. Producción: Pablo Piedras, Eva Cáceres, Magdalena Schavelzon, Ana Lucía Frau, Ezequiel Salinas y Ramiro Sonzini. Productoras: Gong Cine, Punto de Fuga Cine y La Bruja Roja. Duración: 104 minutos.
Cuando el cine argentino de autor parece irse en fade, cuando parece que la única salida laboral para un director o una directora es lidiar con las algorítmicas películas y series financiadas desde los gigantes del streaming, aparecen films como Algo viejo, algo nuevo, algo prestado, El príncipe de Nanawa o ahora La noche está marchándose ya para demostrar que, aun con un INCAA vaciado y un país en crisis permanente, los artistas nacionales puede generar pequeñas y artesanales producciones con enormes alcances y dimensiones artísticas. Y, en este caso, el mérito es doble (o triple): se trata de una ópera prima, no contó -claro- con apoyo del Instituto y fue realizada desde Córdoba.
La mención a Córdoba (una provincia importante y con fuerte tradición cinematográfica) no es antojadiza ni casual, ya que buena parte de los 104 minutos de La noche está marchándose ya transcurren dentro de las instalaciones del Cineclub Municipal Hugo del Carril, corazón cinéfilo de la Docta, pero también referencia a nivel nacional (y, por qué no, internacional).
La catástrofe económica actual es la excusa y a la vez el motor de los acontecimientos (mínimos pero al mismo tiempo elocuentes) de la película. Por un recorte presupuestario, el administrador del cineclub decide reducir la cantidad de funciones diarias y les comunica a los dos proyectoristas que deberá prescindir de uno de ellos, y no solo eso: son los propios trabajadores quienes tendrán que decidir quién sigue y quién no. De todas maneras, surge un “premio” consuelo: un puesto como sereno del lugar.
Tras hacer “piedra, papel y tijera” (la idea era tirar una moneda al aire pero ni eso tienen a mano), la suerte le es esquiva a Pelu (Octavio Bertone), un treintañero que luego de diez años de proyectar películas no tiene más remedio que iniciar de inmediato su labor como vigilador nocturno. Al poco tiempo, su roomate también se queda sin trabajo y ya no pueden afrontar el pago del alquiler. Así, sin que nadie más lo sepa, lleva su colchón al lugar de trabajo: el cineclub (el cine) como hogar, como refugio definitivo.
Si la sinopsis de estos primeros minutos pueden sonar entre seria y hasta un poco angustiante, hay que decir que Salinas y Sonzini manejan el relato con un tono siempre ligero, entrañable y dominado por muchos momentos de un humor muy logrado. Más tarde que pronto el lugar se llena con otros encantadores losers que necesitan refugio nocturno y con la cada vez más asidua visita de Vale (Juana Oviedo), una vieja amiga que se gana la vida (y no le va nada mal) produciendo videos eróticos para la plataforma Only Fans.
La tensión romántica entre Pelu y Vale es cada vez más evidente y, si bien la relación en principio está basada en lo económico (ella quiere asociarlo porque los videos filmados dentro de las salas tienen muy buena repercusión de visitas y, por ende, monetaria), uno puede percibir que hay cierta atracción y, probablemente, algo de amor. Pero, claro, estamos en el universo de los cinéfilos sin suerte y tanto al protagonista como a otro de sus amigos, que le manda una sentida y bella declaración de amor a una chica a través de un mensaje de audio que se corta antes de llegar a destino, las cosas que pueden salirles mal, les resultan todavía peor.
La noche está marchándose ya tiene algo del humor deadpan, asordinado y humanista de Aki Kaurismäki (la reivindicación de los perdedores del sistema), pero al mismo tiempo parece heredera de películas sobre la cinefilia como La vida útil, de Federico Veiroj (con eje en la Cinemateca Uruguaya); Fantasma, de Lisandro Alonso (rodada en la Sala Lugones y otras zonas del Teatro San Martín); y la elegíaca Goodbye, Dragon Inn, del chino-malayo Tsai Ming-liang.
De hecho, toda la película -que tiene muy pocos diálogos porque prioriza el despliegue visual y los gestos y actitudes de sus personajes- es una celebración cinéfila: desde la forma en que nos sumerge en el lugar (digna de un film noir francés o estadounidense o del blanco y negro del expresionismo alemán) hasta las citas que incluyen -con fragmentos en pantalla o desde el fuera de campo sonoro- a Los tallos amargos (1956), de Fernando Ayala; La venganza del bergantín / Wake of the Red Witch (1948), de Edward Ludwig con John Wayne; Un día en el campo / Une partie de campagne (1936), de Jean Renoir; Un dólar marcado / Un dollaro bucato (1965), de Giorgio Ferroni; Fueros humanos / Man’s Castle (1933), de Frank Borzage; Nobleza obliga / Ruggles of Red Gap (1936), de Leo McCarey; El hombre equivocado / The Wrong Man (1956), de Alfred Hitchcock; y Buenos días / Ohayô (1959), de Yasujirō Ozu.
También resultan esenciales para la evolución de la trama las eclécticas piezas musicales, que van desde Qué pasará mañana (una frase de esa canción de José Luis Perales le da título al film) hasta What is Love? (en la versión de Gary), que permitirá un momento de epifanía y descarga del protagonista pero que también será de alguna manera su perdición; pasando por Corazón yo espero, de Pelusa.
La noche está marchándose ya, quedó dicho, es una celebración, pero también una mirada crítica a cierto patetismo de una cinefilia que debe apelar a cualquier recurso, improvisar y hasta engañar y robar (desde libros a cervezas) para sobrevivir. Y, así y todo, como un sino trágico irreversible, el mundo se le vuelve cada vez más en contra. Sin embargo, y volviendo a la comparación con Kaurismäki, hay algo de nobleza, empatía y solidaridad entre ellos como para acompañarse incluso en ese descenso a los infiernos íntimos y sociales de un país que parece conspirar contra el arte como forma de vida, la cultura en general y el cine en particular.
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