Cine en Casa
Crítica de “Miles Davis: Birth of the Cool”, de Stanley Nelson (Netflix)
Tras un amplio recorrido por festivales (Sundance, San Francisco, IndieLisboa), desembarcó en la plataforma de streaming este fascinante retrato de un genio musical que fue, al mismo tiempo, un hombre torturado y lleno de miserias.
Mucho se ha escrito sobre la creatividad, ductilidad e influencia de Miles Davis (1926-1991) en el universo del jazz. No es el objetivo de esta simple reseña de un documental concretar un panegírico mi mucho menos un ensayo sesudo sobre qué le dio este eximio trompetista y compositor a la historia grande de la música desde sus comienzos allá por los años '40 hasta su temprana muerte a comienzos de los '90.
Sin embargo, apreciar las casi dos horas de Miles Davis: Birth of the Cool sí permiten tener una aproximación bastante acabada de los distintos períodos y búsquedas de un artista camaleónico, inclasificable y siempre provocador.
Stanley Nelson, veterano director de films como The Black Press: Soldiers Without Swords (1999), The Murder of Emmett Till (2003), Jonestown: The Life and Death of Peoples Temple (2006), Freedom Riders (2010) y The Black Panthers: Vanguard of the Revolution (2015), construyó luego de más de 15 años de complejas gestiones con la discográfica Sony y la familia del protagonista este documental con varios recursos muy bien imbricados: una omnipresente voz en off a cargo del actor Carl Lumbly que imita la de Miles Davis y está basada en sus propias declaraciones, un excelente uso del material de archivo (¡qué envidia genera desde un país como Argentina que prácticamente ha destruido su memoria audiovisual ver tantos registros valiosos de fotografías y filmaciones!) que permite exponer el esprítu de las distintas épocas, valiosos testimonios de grandes artistas como Quincy Jones, Wayne Shorter, Carlos Santana, Herbie Hancock, Jimmy Cobb o Ron Carter; y -claro- la posibilidad de disponer de la extraordinaria música del maestro.
Desde sus experiencia adolescentes junto a sus ídolos Charlie “Bird” Parker y Dizzy “Diz” Gillespie en los famosos clubes de la Calle 52 y su paso por la academia neoyorquina de Juilliard hasta convertirse en una excéntrica estrella mediática que manejaba una Ferrari con sus anteojos oscuros, pasando por su experiencia para la ya mítica banda de sonido de Ascensor para el cadalso (1958), de Louis Malle, en la que comenzó con su búsqueda de espontaneidad e improvisación creando la música en el momento, observando directamente el rostro de Jeanne Moreau en la pantalla; o la grabación de Bitches Brew (1970), considerado por muchos como el primer álbum de fusión (Miles coqueteó en la etapa final de su carrera con el funk, el soul, el pop, con la música electrónica o el house) y que le dio la masividad que tanto deseaba.
Pero el film de Stanley Nelson está lejos de ser solo un documental-tributo. El retrato incluye sus facetas más oscuras: sus múltiples adicciones (cocaína, heroína, pastillas, alcohol) y demonios personales, su permanentes enojos, su encierro, sus facetas antisociales, su inseguridad y vulnerabilidad que no se permitía mostrar en público, su espíritu machista que lo convirtió en un ser celoso, posesivo y finalmente violento. Sin embargo, jamás cae en el sensacionalismo, el amarillismo, mientras que por otro lado también evita la demagogia tribunera.
Miles Davis se casó varias veces -con la bailarina Frances Taylor, la cantante Betty Mabry y la actriz Cicely Tyson-, pero también vivió apasionados romances como el que mantuvo en París con la diva de la chanson française Juliette Greco. Algunas de ellas (aún vivas o a partir de testimonios filmados hace varias décadas) ofrecen sus diversas miradas y en varios casos no son nada amables ni complacientes a la hora de exponer los efectos de sus excesos con la droga y la violencia doméstica. La épica y la degradación, la cima creativa y los subsuelos del alma. Todo eso se conjuga en las múltiples facetas de un documental contundente y atrapante.
Soundtrack del documental
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