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Paul Verhoeven: “No quiero preocuparme por la moral ni la corrección política”

Esta nota se publicó en el diario La Nación del 22/8/2007.

Publicada el 06/05/2023

La recuperación y publicación de este reportaje forma parte de una instancia inicial del proyecto Grandes cineastas: 50 entrevistas, realizado con el apoyo del FONDO NACIONAL DE LAS ARTES (Beca Creación - Desarrollo de Proyectos 2022).



Por Diego Batlle

A los 69 años, y con casi cuatro décadas de notable y al mismo tiempo controvertida carrera construida a ambos márgenes del Atlántico, el holandés Paul Verhoeven es uno de los directores más talentosos y versátiles del cine contemporáneo.

Tras posicionarse como un enfant terrible de la producción europea de los años '70 y comienzos de los '80 con audaces películas como Delicias turcas, El soldado de Orange y El cuarto hombre, este virtuoso de la narración se convirtió en uno de los realizadores más buscados por los grandes estudios. Y aceptó el desafío de cruzar el charco.

En Hollywood dirigió desde el policial futurista RoboCop hasta uno de los thrillers eróticos más exitosos e influyentes de todos los tiempos, Bajos instintos, pasando por una de las películas más logradas sobre la realidad virtual y el mundo de Philip K. Dick (El vengador del futuro).

Pero tras el fracaso de El hombre invisible (2000), decidió dar por concluida esa experiencia norteamericana y regresar a su Amsterdam natal para recuperar la autonomía y la creatividad que él consideraba perdidas. El primer resultado de esta segunda etapa europea demoró seis años en concretarse y es Black Book (El libro negro), una excepcional y al mismo tiempo polémica épica histórica que mixtura aventura, acción, suspenso, romance y otros aspectos vinculados con los géneros populares con una mirada desoladora y muy cuestionadora sobre el papel de la resistencia (y de la sociedad holandesa en general) tanto durante la ocupación nazi como una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial.

La Nación fue el único medio argentino que tuvo la oportunidad de charlar a solas con este director durante un encuentro concretado en los amplios jardines del mítico Hotel Des Bains del Lido, pocas horas después de la première mundial de Black Book en la Competencia Oficial del Festival de Venecia 2006.




-¿Cuáles son las principales diferencias entre rodar en Hollywood y hacerlo en Europa?

-En lo financiero, todo es mucho más dificultoso y tedioso en Europa. En esta película, que tenía un presupuesto de 17 millones de euros, intervinieron productoras de muchos países, y cada una se encargaba de conseguir fondos, así como apoyos varios de los distintos gobiernos. Todo muy lento y engorroso. Seremos la Unión Europea, pero seguimos funcionando como naciones independientes. El problema es que, una vez que se inicia el rodaje, no hay tiempo para esperar a que las burocracias liberen los fondos. En ese sentido, los estudios norteamericanos trabajan mucho mejor: tienen todo el dinero de antemano y, una vez que comienza la filmación, fluye la plata y cada día está todo lo necesario para satisfacer los requerimientos de las 250 personas que trabajan en un set.


-¿Y en cuanto a la libertad creativa?

-En Europa se aceptan los grises, mientras que en Hollywood es todo más blanco o negro. Los protagonistas deben generar una empatía clara, no deben cometer grandes errores... En cambio, en Black Book trabajé contra esas convenciones todo el tiempo: los malos (como el nazi Müntze que hace Sebastian Koch) no son tan malos y los buenos tampoco son demasiado buenos. Quería no preocuparme por la moral ni por la corrección política, dos cuestiones que son esenciales en Hollywood. Por suerte, aquí el público es más tolerante.


-¿Volvería, entonces, a trabajar en Hollywood?

-Podría hacerlo perfectamente. Vendí mi casa, pero todavía tengo un departamento y muchos amigos allí. Eso sí, odiaría volver a un hotel [se ríe]. No regresaría para hacer algo como El hombre invisible, una película en la que no me reconozco, que no puedo aceptar ni siquiera como un placer culpógeno. Ese film sí hizo que me enojara mucho conmigo mismo porque no tiene nada del contexto político subversivo de mis otros trabajos. De hecho, en los últimos años rechacé decenas de propuestas de guiones superficiales basados en efectos especiales. Tenga en cuenta este dato: El hombre invisible costó 100 millones de dólares y 50 millones correspondieron a efectos generados por computadora. En Black Book todos los efectos digitales salieron 70.000 dólares. Con mi guionista Gerard Soeteman ya tenemos 3 o 4 guiones listos para filmar.


-¿Y cómo definiría a Black Book?

-Es una película que recorre casi todos los géneros, que es seductora y peligrosa a la vez, pero que siempre mantiene el estilo.




-Uno de los aspectos centrales de su cine, y también uno de los más cuestionados, es la forma en que suele retratar a sus heroínas. ¿Por qué la predilección por mujeres bellas, fuertes, peligrosas y sin pruritos de ningún tipo?

-Me encantan las mujeres dentro y fuera del cine, y trato de retratarlas con características fuertes, independientes, porque así me interesan en términos dramáticos. No necesariamente agradables, porque Sharon Stone en Bajos instintos o Elizabeth Berkley en Showgirls no son precisamente agradables, pero me gusta que sean carismáticas y magnéticas. Como ocurre en Black Book con Carice van Houten.


-Las relaciones con sus actrices no siempre terminan bien. El caso más contundente es el de Sharon Stone.

-Todavía se sigue discutiendo, muy a mi pesar, la famosa escena del vello púbico y la vagina. Ella siempre supo qué iba a filmar y se prestó a ello sin prejuicios. Era parte de la trama, tenía que humillar a esos detectives, y sabía que la cámara iba a enfocar sus piernas. Pero a ella le gusta la publicidad y cambia la historia cada año para generar un poco de escándalo. Lo ridículo del caso es que, si bien la película tuvo muchos problemas con la censura por las escenas de sexo y el picahielos, la MPAA jamás nos hizo ningún comentario sobre esa toma.


-Pero Sharon Stone lo acusó varias veces de manipularla, de engañarla...

-Jamás he manipulado a mis actores ni actrices. Les muestro el storyboard y charlamos mucho antes de filmar y les permito ver el monitor después. Jamás retaceo información sobre los personajes o el background sociopolítico, y estoy seguro de tener una gran apertura mental.


-¿Por qué no hizo Bajos instintos 2?

-Porque los productores decían que lo único importante era que estuviera Sharon, mientras que para mí quien resultó decisivo para que la primera parte se convirtiera en un gran éxito fue Michael Douglas. Su fuerza, su carisma y su generosidad hicieron posible que ella brillara. Ella hizo, sin duda, un gran trabajo, pero yo sabía que sin Michael esta segunda parte jamás iba a funcionar. Y no me equivoqué.


Aclaración: las fotos de la nota original no están disponibles por lo que fueron reemplazadas por otras con el objetivo de acompañar el texto, que sí se transcribió en su totalidad. Reproducido con autorización previa de S.A. La Nación.


Otros textos de esta serie de entrevistas:

David Cronenberg en 2014

Adolfo Aristarain con Federico Luppi en 1997


Steven Spielberg en 2016

Hou Hsiao-hsien en 2001

Leonardo Favio en 1992


Jean-Luc Godard en 2001

Claire Denis en 2014

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