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Festival de Cannes 2025: crítica de “Sound of Falling”, película de la alemana Mascha Schilinski (Competencia Oficial)

Ocho años después de su debut en el largometraje con Dark Blue Girl / Die Tochter (2017), estrenado en la Berlinale, Schilinski presentó en la disputa por la Palma de Oro su segundo opus que narra durante dos horas y media cuatro trágicas historias de mujeres de otras tantas generaciones.

Publicada el 14/05/2025

Sound of Falling / In die Sonne schauen (Alemania, 2025). Dirección: Mascha Schilinski. Elenco: Hanna Heckt, Susanne Wuest, Lena Urzendowsky, Luise Heyer, Filip Schnack, Greta Krämer, Laeni Geisler, Luzia Oppermann, Claudia Geisler-Bading, Gode Benedix y Ninel Geiger. Guion: Mascha Schilinski y Louise Peter. Fotografía: Fabian Gamper. Edición: Evelyn Rack. Música: Michael Fiedler y Eike Hosenfeld. Duración: 149 minutos. Estreno mundial en la Competencia Oficial.

Una película de las dimensiones y ambiciones de Sound of Falling podrán generar opiniones muy diversas (incluso opuestas), pero nadie podrá cuestionar la osadía narrativa ni el virtuosismo visual de una directora como Mascha Schilinski que irrumpe de manera definitiva en las Grandes Ligas del cine contemporáneo.

A Sound of Falling le caben adjetivos como enigmática, críptica, sensorial o etérea; también, en algunos pasajes, el de fascinante. El sino fatalista se percibe en cada una de las cuatro historias sobre personajes femeninos unidos en algunos casos por algún tipo de parentesco que transcurren en épocas diferentes: Alma (Hanna Heckt), Erika (Lea Drinda), Angelika (Lena Urzendowsky) y Lenka (Laeni Geiseler) vivirán en siglos distintos, desde principios del XX hasta la actualidad, pasando por las décadas de 1940 y 1980 (del lado de la RDA), en la misma granja de Altmark, en el norte de Alemania, y cada una relatará en off, observará y luego protagonizará misteriosos hechos que tendrán en muchos casos desenlaces trágicos e inexplicables en una combinación entre el azar y la irrupción de fuerzas misteriosas.

Schilinski elige una pantalla casi cuadrada, mucho plano secuencia, cámara en mano, permanentes desenfoques y diferentes texturas para trabajar cada una de las historias que se presentan de forma intercalada y con conexiones más bien caprichosas. Está claro que a la realizadora alemana no le importan demasiado las estructuras básicas de guion, una construcción psicológica “convincente” ni un clasicismo narrativo.

En su cine hay ecos del Michael Haneke de La cinta blanca, pero también de la Sofia Coppola de Las vírgenes suicidas, e imágenes que bien podrían haber sido filmadas por Alexander Sokurov, David Lynch y Terence Davies. Sin música (solo se utiliza la canción Stranger, de Anna Von Hausswolff) y con un despliegue visual exquisito y portentoso, Schilinski moldea cuatro historias entrelazadas que quizá resulten demasiado pretenciosas, graves, crípticas y morosas pero que al mismo tiempo la confirman como dueña de un estilo y unas búsquedas que claramente la distinguen en el previsible panorama actual.

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