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Especial Libros: “Una película es todo el cine”, de Andrés Di Tella (compilador) y “Cine e historia de Rusia”, de Josefina Sartora

Dos valiosas novedades se suman a la fecunda edición local de publicaciones sobre cine.

Publicada el 09/05/2025

Una película es todo el cine, de Andrés Di Tella (compilador). Editorial La Crujía, 246 páginas.

Andrés Di Tella, director del Programa de Cine de la Universidad Di Tella, escribió una introducción (donde explica la muy particular modalidad de práctica en ese ámbito en el cual se filma mucho pero luego los cineastas tienen que escuchar las devoluciones ajenas más que explicar el sentido de sus trabajos) y luego compiló, adaptó y editó las clases maestras de cineastas tan prestigiosos como personales (Lucrecia Martel, Joâo Moreira Salles, Marta Andreu, Pedro Costa, Mariano Llinás, Radu Jude, James Benning y Albertina Carri) para que quedaran como ensayos -que de hecho lo son- sobre los más diversos y particulares enfoques respecto del cine contemporáneo.

La presentación del libro, a cargo de Mariano Vespa, es la siguiente: “Los amantes, dice John Berger, plantean una tregua frente al dolor del mundo. Sensibilidad liminar que también irrumpe en la materia del cine, en su artesanía y en sus artificios. Filmar nubes no es decorativo: James Benning lo atestigua en el detalle por reinterpretar sus mapas y transformarlos en ejercicios de composición. Por caso, cada plano que Mariano Llinás activa en el horizonte contiene un entresijo que imanta la producción de imágenes. Pero no hay que olvidarse del peso del fuera de campo, dice Marta Andreu, del parpadeo: fijar una cosa, perder otra. Una falla que resuena y admite, desde el sonido, cronologías varias, sentidos yuxtapuestos que, como señala Lucrecia Martel, vienen a traer opacidad al statu quo. Hacer frente a las fragilidades del presente impone recuperar la confianza en el cine como ritual, sugiere Pedro Costa. Tener fe en los bordes, en lo que viene a traer el juego. Albertina Carri despliega su propio museo de películas porno como una forma de diálogo intermitente con su obra. Acompañarse en el fragmento, en las pisadas, así lo hace Joo Moreira Salles con su amigo Eduardo Coutinho, y en las afinidades selectivas, como Radu Jude con Andy Warhol. Estos ensayos, surgidos del Programa de Cine de la Universidad Torcuato Di Tella, son bellas máquinas en movimiento, como el deseo o las buenas películas: no confirman nada, sino que traen aún más preguntas.”


Cine e historia de Rusia: De las vanguardias históricas a la Perestroika, de Josefina Sartora. Editorial Biblos, 307 páginas.

Bauer, Eisenstein, Dovzhenko, Vertov, Tarkovsky, Paradjanov, Mikhalkov, Muratova, German, Balavanov... Son solo algunos de los apellidos ilustres de un recorrido que Sartora hace pendulando entre lo político y lo artístico en un ensayo minucioso y muy documentado sobre una de las grandes cinematografías de todos los tiempos.

La presentación del libro, escrita por Roger Koza, es la siguiente: “En Argentina se escriben muchos y variados libros de cine, incluso los hay que tratan de la fecunda relación de la historia con el cine. Abundan los libros sobre cine estadounidense, no faltan los que eligen una época del cine vernáculo y cada tanto se publica un título que abarca algún período y región del continente latinoamericano. Pero nadie hasta ahora, entre nosotros, había elegido abocarse a la historia del cine soviético, materia exigente debido a que ideología, historia y estética se entrecruzan microscópicamente, amalgama dialéctica que requiere precisión y erudición.

Josefina Sartora traza una línea de tiempo que va de 1917 a 1991, aunque elige a dos cineastas, uno precedente (Evgeny Bauer) y otro posterior (Alekesey Balanov, cuya sección en sí es un incuestionable aporte crítico), para comprender el antes y el después de un acontecimiento que signó la historia del siglo XX. Es sabido que el cine soviético jamás fue concebido para el entretenimiento, porque muy velozmente tanto Lenin, Trotsky y Stalin reconocieron, sin compartir el mismo entendimiento, la potencia del cine en la construcción de imaginarios, de lo que se predica una dialéctica entre la creación estética y la demanda política, un singular anudamiento que no dejó de existir ni siquiera tras la muerte de Stalin, desde el llamado “deshielo” hasta la perestroika.

Sartora analiza las diferencias, señala los matices y revela la interacción entre el imperativo político y el poético, como se puede apreciar minuciosamente en su análisis de las películas silentes de Eisenstein en contraste con las que filmó durante el apogeo del estalinismo, ya en tiempos del sonoro. Que señale el paso del héroe colectivo al singular es de esperar, no así la atención puesta en el empleo de la música y su relación con el montaje. Sucede que Sartora escribe con el ritmo de los planos en su pulso, y como buena crítica que es su argumentación y exposición toman la cadencia característica de un montaje. Para cada fecha clave hay películas que vibran con el calendario, para cada fase de la experiencia soviética desfilan también los autores ineludibles. Los pasajes dedicados a Kira Muratova y Larisa Shepitko resplandecen, no menos que aquellos centrados en cineastas varones consagrados, como Vertov, Dovzhenko, Tarkovsky y Paradjanov.

Es imposible leer y no desear ir en búsqueda de las películas mencionadas para constatar lo que se aprende capítulo a capítulo. Los buenos libros son así: mueven al lector a querer leer más, y en este caso, además, a descubrir una cinematografía que nunca más habrá de repetirse.”

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