Críticas
Z-32, de Avi Mograbi
Mentiras verdaderas
A partir de la confesión de un ex soldado israelí respecto de una matanza de palestinos, Mograbi redescubre para el cine la posibilidad de tratar los problemas más difíciles por la vía de identificar la honestidad cívica con la artística. El resultado es simple y sofisticado a la vez, sencillo en la transparencia de su mirada y valiente al no ocultar sus propias contradicciones.
Z32 (Israel/Francia, 2008). Dirección: Avi Mograbi. Distribuidora: Cine-Ojo Duración: 81 minutos. Se exhibe en el Complejo Tita Merello y como parte de la retrospectiva Mograbi en la sala Leopoldo Lugones (ver aquí). El último film de Avi Mograbi, uno de los cineastas imprescindibles de nuestra época se llama Z32 y su tema es una de las tantas anécdotas espeluznantes que va dejando la ocupación israelí en los territorios palestinos. En este caso, una operación de venganza en la que tropas especiales del ejército asesinaron a mansalva a un número indeterminado de policías palestinos indefensos, no relacionados en absoluto con el hecho terrorista que sirvió de excusa para la operación. La historia está narrada por un ex soldado, que recuerda los hechos y el proceso que lo llevó a convertirse en un asesino amparado por el uniforme militar, del que forma parte esencial el tipo de entrenamiento a base de humillación y lavado de cerebro que José Padilha glorificó en la reciente Tropa de Elite. Sediento de acción y convertido en una máquina de asesinar, el protagonista recuerda que él y sus compañeros fueron a la matanza de inocentes con enorme júbilo y actuaron como si practicaran tiro en un parque de diversiones.
Ahora bien, la filmación se encontró con dos problemas. Uno de orden técnico: el soldado no aceptó salir a cara descubierta, y con cierta razón. Después de todo, su crimen es de los que en la Argentina de hoy son considerados de lesa humanidad y, aunque no parece que haya en este momento un tribunal de su país dispuesto a juzgarlo y condenarlo, no es un asunto que prescriba fácilmente. Y tampoco hay que desechar la venganza que podrían cobrarse los adversarios. El otro problema, más grave, es de índole moral: cómo se hace una película no ya sobre un asesino, sino con un asesino. En el modo de lidiar con estos problemas se advierte la estatura de Mograbi como director y la absoluta originalidad de sus procedimientos.
La película tiene tres tipos de escenas que se van alternando entre sí. Hay una serie en la que el soldado y su novia conversan sobre lo ocurrido en la intimidad, ante una cámara que operan ellos mismos y frente a la que se animan a enfrentar el pasado con franqueza. En otra serie, Mograbi y el soldado vuelven al lugar de los hechos y reconstruyen la muerte de dos policías palestinos. En la tercera -un recurso que el director utiliza en sus otras películas- la acción transcurre en el departamento de Mograbi, donde éste reflexiona, de diversas maneras, sobre los dilemas del film. Empieza poniéndose una máscara ridícula, como si ensayara técnicas para no mostrar la cara del soldado (el problema se resuelve finalmente dibujándole en la edición caras siempre cambiantes). Luego aparece su mujer, que funciona siempre en sus films como su conciencia, que le dice que no quiere participar en una película donde su marido “coquetea con el mal” y le prohíbe traer a un asesino a su casa. Pero luego Mograbi y su hijo músico componen una partitura para que el director, acompañado por una pequeña orquesta, cante los dilemas del film.
El conflicto de Medio Oriente ha sido devastador para los palestinos, pero ha puesto a la sociedad israelí en una situación imposible. Los gobiernos de las últimas décadas empujaron al país hacia un modelo cada vez más militarizado, racista y violatorio de los derechos humanos. Pero un personaje como el soldado de Z32 está, como tipo humano, muy lejos del militar argentino de los años '70, educado en la represión y el extremismo ideológico, relativamente aislado de la sociedad civil y al que ésta puede mirar con desdén sin hacerse cargo de sus actos. Por el contrario, este es un joven “normal”, altamente representativo de sus conciudadanos y de sus posiciones ambiguas frente el conflicto palestino. Es la forma más sinuosa hacia la que crece el fascismo: aquella en la que su brazo ejecutor está a cargo de los ciudadanos medios.
Pero en esa situación al borde de lo insoluble, Mograbi redescubre para el cine -que parece cada vez más convencido de su impotencia frente al mundo- la posibilidad de tratar los problemas más difíciles por la vía de identificar la honestidad cívica con la artística. El resultado es ese estilo inconfundible de Mograbi, simple y sofisticado a la vez, sencillo en la transparencia de su mirada, valiente al no ocultar sus propias contradicciones y complejo en el modo en el que la película transcurre y se analiza a sí misma creando un espacio en el que todo puede ser dicho, en el que caben el humor y la música pero la tragedia no pierde un ápice de su peso. Si algún adjetivo le cabe a Z32 es que se trata de una película verdadera.
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Kino: esa es la foto que la productora de Mograbi quiso que sirviera para promocionar la película. En todo caso, entonces, el pelotudo será él y no los periodistas que la recibimos. Saludos<br /> PD: para mí esa foto no revela nada que sea vital para entender o analizar el film, que el testimoniante quiera permanecer anónimo no es ningún secreto ni creo que vaya a decidir al público a dejar de ver la película.
Incluir en la nota una foto que revela uno de los momentos más importantes de la película en cuanto a la evolución de la puesta en escena, me parece una pelotudez. Le quitan al espectador que aún no vio la película la posibilidad de sentir a flor de piel el costado siniestro y el impacto que envuelve el genial recurso formal de Mograbi.<br /> Entiendo que no haya intención conciente de nada de esto, por eso lo defino, lisa y llanamente, como una pelotudez.
Que yo recuerde, Tropa de Elite no glorifica nada. ¿Realmente crees que mostrar como la policía viola un nene con un palo de escoba es glorificarla?