Cine en Casa
Sobre “Black Mirror: Bandersnatch”, la nueva propuesta interactiva de Netflix
¿Una película, un episodio de una serie, un videojuego, un “evento” como indica el trailer? Charlie Brooker creó un producto audiovisual que abre puertas y ya generó un inevitable y apasionado debate.
No se puede rebobinar ni adelantar. No se puede ver en Chromecast y Apple TV. No se sabe cuánto durará. Es como el “Elige tu propia aventura”, pero en la plataforma de Netflix, que otra vez dio un golpe de marketing a partir de una serie de culto como Black Mirror.
Si bien ya había algunos indicios sobre Bandersnatch, el lanzamiento de esta película (por llamarla de alguna manera) fue bastante sorpresivo y despertó amores y odios en redes sociales y medios especializados. Más allá de una trama no demasiado audaz ni sorprendente, lo interesante aquí es el dispositivo, el andamiaje, el avance tecnológico que este proyecto significa.
La historia de Stefan (Fionn Whitehead), un joven diseñador de videojuegos de PC en una época (1984) donde aún se estaba lejos de la era dorada y la revolución del negocio, tiene sus elementos tragicómicos, por momentos macabros (sobre todo en la relación con su padre), pero no deja de ser algo básico.
Lo cierto es que para Black Mirror: Bandersnatch (dirigida por David Slade) se filmaron más de cinco horas de trama(s) que el espectador va direccionando según sus gustos. Las decisiones a cargo del usuario en principio son bastante banales (qué cereal comerá el atribulado protagonista, qué música escuchará), pero luego resultarán cada vez más oscuras (si pelear contra la terapeuta, golpear al padre, saltar por la ventana y cosas así). Hay decenas de miles de combinaciones posibles, pero al parecer solo cinco finales que van de lo ingenioso al chiste fácil, del ridículo al humor negro.
Este thriller psicológico, este viaje alucinatorio, este descenso a los infiernos íntimos de la mente adolescente, intenta dialogar con la generación del videojuego y, si bien no se trata de una aventura particularmente brillante (los juegos referenciales con el propio servicio de Netflix son bastante patéticos), significa un paso importante (no diría todavía trascendental) para la industria del entretenimiento porque abre nuevos caminos y muchas posibilidades. No creo que vaya a cambiar el destino del cine (seguirán, por suerte, las películas en las que no tengamos que apretar botones y sigamos “a merced” del director de turno), pero en este universo cada vez más interactivo es posible que mucho público se sienta seducido por la idea de participar, decidir, incidir en el desarrollo de una historia.
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