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Reflexiones sobre “Twin Peaks” y el arte de David Lynch
Las 18 horas constituyeron una experiencia tan fascinante como perturbadora, de esas que cambian la percepción y generan las sensaciones más extremas.
Un reconocido guionista argentino se quejaba hace unos días en su cuenta de Twitter de los “problemas y errores” de Twin Peaks para luego cuestionar a los críticos por exaltar a David Lynch a puro snobismo y acusándolos de no entender de qué se trata la serie. Desde su punto de vista (alguien formateado para construir estructuras narrativas y psicológicas clásicas y a pura lógica) el cuestionamiento puede resultar válido, aunque convengamos que marcado por una concepción bastante elemental del hecho artístico: la obra de Lynch en general y Twin Peaks en particular proponen un viaje -geográfico, temporal, mental- que poco tiene que ver con el realismo, con causa-efecto, con introducción-nudo-desenlace, con la manera de presentar, seguir y cerrar a los personajes, con el cliffhanger entre episodio y episodio, con el crescendo y el clímax dramático.
En una clase de guión Lynch y su socio Mark Frost no aprobarían el módulo 1. Tampoco en una cátedra de dirección, ya que los “errores” de continuidad, por ejemplo, abundan entre toma y toma. ¿Eso quiere decir que el creador de El hombre elefante, Terciopelo azul, Corazón salvaje, Carretera perdida y Mulholland Drive: El camino de los sueños es un farsante, apenas un artista arbitrario y caprichoso? Para nada. La obra de Lynch tiene su propia lógica (ilógica) que no es la lógica “lógica” del cine ni la TV tradicionales.
Con algunas excepciones como la minimalista -y por eso anómala- Una historia sencilla, Lynch construye y nos sumerge en universos surreales, elípticos, fantásticos, espirituales, trascendentales, oníricos (pesadillescos) o como quieran llamarlos y, así como esos mundos permiten todo tipo de experimentaciones formales, visuales y narrativas (véase si no el ya legendario y genial capítulo 8), también tienen sus propias reglas, sus derroteros imprevisibles, sus “justificaciones” que escapan de las normas y de lo establecido.
Infinitas teorías (una más delirante y divertida que la otra) se han escrito tras cada uno de los 18 episodios de Twin Peaks (sobre todo tras el final) y queda claro que a Lynch y Frost no le interesa dejar todo “en claro”. Las referencias, conexiones e interpretaciones están allí para todo aquel detective que quiera buscarlas, analizarlas, asociarlas y ponerlas en perspectiva, pero las tres temporadas (1990/1991/2017) y la película Fire Walk with Me (1992) no funcionan para el consumidor de series y sagas como una sumatoria de intrigas inquietantes seguidas por resoluciones totalizadoras. Nadie más alejado que Lynch de la demagogia y la explicación tranquilizadora.
Este autor brillante y provocador apuesta muchas veces al caos y al desconcierto, a los caminos que se bifurcan, a los personajes que se escinden, a los universos que se multiplican y al mismo tiempo se superponen, a los protagonistas que desaparecen o se convierten en su Doppelgänger, a los personajes secundarios que adquieren dimensiones impensadas, a los géneros más diversos (de la comedia física al terror), a un despliegue visual, sonoro y musical (¡qué belleza el cierre de cada episodio!) único y al mismo tiempo reconocible. Lynch nos obliga a pensar, pero también a dejarnos llevar, a abrir los sentidos, a desarrollar toda nuestra capacidad perceptiva para estructuras cuyos efectos por momentos se asemejan a los de un loop o un trance.
Uno podría simplificar los alcances de Twin Peaks y definirla como una lucha permanente entre las fuerzas del Bien y del Mal que se desarrolla en diferentes capas temporales y en distintos planos de la realidad (y de los sueños). Lo maléfico puede triunfar en un terreno y el Bien hacerlo en una dimensión alternativa, para sobre el final dejar una sensación angustiante: la crueldad del mundo, esa que tuvo a Laura Palmer como una de sus víctimas, vuelve a ganar, aunque ella, el agente Dale Cooper (Kyle MacLachlan) y Lynch van a seguir intentando dar la batalla (¿perdida?).
Algo similar ocurre con el director en el terreno del cine, de la industria, donde sus propuestas ya no son rentables ni comprendidas por los productores. Por eso, Twin Peaks -la serie- es, desde los más diversos puntos de vista, toda una rareza, una excepción y, sí, un auténtico milagro.
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Otra excelente intervención.
Yo hice las paces con Lynch cuando me dije que él relataba sueños (o pesadillas, quizás sea mejor dicho). Si uno le cuenta una pesadilla que tuvo a sus amigos, tendrá tantas interpretaciones como oyentes haya, y ninguna (y todas a la vez) pueden estar en lo cierto. Lo importante aquí (y en el cine de Lynch, por extensión) no es tanto lo que cuenta, sino cómo lo hace y -más importante- qué te produce a ti como espectador el estar contemplando las imágenes que te ofrece. Ese es el valor de una pesadilla: puede que al contarla todo se escuche menos terrorífico, pero para uno, como soñador, le provocó una sensación indescriptiblemente desoladora o atemorizante quizás un perro que vio pasar, el sonido de la ducha o incluso ver una cacerola hervir. Quién sabe. El valor de Lynch es ese: que tranfiere esos temores inexplicables de los sueños a las imágenes: una carretera oscura, un tipo vestido de leñador que pide fuego, un grito, el que a una casa se le apaguen las luces, voces en el viento... Y esto lo digo como alguien a quien le gusta que le expliquen las cosas y que todo tenga una razón de ser. A mí Lynch no me gustó desde siempre. Vi Twin Peaks a principios de los 90 y me encantó, fundamentalmente porque era el justo equilibrio entre Lynch con el "aterrizamiento" que supuso Frost y el que fuera un producto para las masas (una serie de TV). Pero varias películas del director (siendo Carretera Perdida y Mulholland Drive las más atingentes a lo que digo, porque Inland Empire aún no la veo) encontré -cuando las vi en su momento- que eran tomaduras de pelo del director. No obstante, hoy las valoro como lo que dije en un principio: como sueños, pesadillas, sensaciones, que -como tales- no obedecen a la lógica tradicional. Y uno valora que alguien como él esté encargado de guiarte, sea el director de orquesta y el maestro creador de esas experiencias. Grande Lynch, y espero que se decida a continuar con la historia del Agente Cooper. Si no lo hace, de todas maneras me quedará esta experiencia de haber presenciado la tercera temporada como un viaje onírico que disfruté de principio a fin.
Coincido en que no se puede mirar a Lynch desde la óptica convencional. Hay que estar con la mente abierta y disfrutar el desafío sensorial. Los finales de los capítulos son realmente muy inspiradores y dejan que la mente vuele. Justamente no es una serie tranquilizadora.