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CANNES 78
Festival de Cannes 2025: crítica de “Miroirs No. 3” (“Mirrors No. 3”), película del alemán Christian Petzold con Paula Beer (Quincena de Cineastas)
Habitué de la Berlinale, el director de Yella, Triángulo, Bárbara, Ave Fénix, Transit, Undine y Cielo rojo / Afire estrenó en la principal sección paralela de Cannes una tragicomedia con inesperados alcances.
Miroirs No. 3 / Mirrors No. 3 (Alemania/2025). Guion y dirección: Christian Petzold. Elenco: Paula Beer, Barbara Auer, Matthias Brandt y Enno Trebs. Fotografía: Hans Fromm. Duración. 86 minutos. Estreno mundial en la Quincena de Cineastas.
Tengo la idea de que la delicadeza, la sensibilidad, el talento y la maestría de los grandes cineastas se aprecian en sus películas más pequeñas y no en sus proyectos más ambiciosos. En ese sentido, Miroirs No. 3 es un film modesto en más de un sentido: apenas 86 minutos con créditos iniciales y finales incluidos, cuatro personajes centrales y unas pocas locaciones (una casa rural, un taller mecánico y un camino de provincia que los une).
Con esos pocos elementos, con aires de las fábulas de los hermanos Grimm, con el uso excepcional de un tema como leitmotiv (si en Cielo rojo / Afire era In My Mind, de Wallners, aquí es la pegadiza The Night, canción de 1972 de Frankie Vallie & The Four Seasons) pero también con interpretaciones de la música de Chopin, Petzold construye a partir de unas tragedias un film paradójicamente austero y con impredecibles derivaciones.
Todo empieza con Laura (Paula Beer, la actriz fetiche de Petzold en ya varias películas), estudiante de piano, acompañando de mala gana a su neurótico y dominante novio Jakob (Philip Froissant) en un viaje, cuando de pronto el descapotable rojo vuelca. El muere al instante; ella, en cambio, sufre unos mínimos rasguños. Y no solo eso: Laura es rescatada del lugar por una mujer más grande, Betty (Barbara Auer), que tiene sus propios problemas con su marido Richard (Matthias Brandt) y su hijo Max (Enno Trebs). La confundida, atribulada protagonista agradece que la hospeden y la traten con tanto aprecio en un momento de tanta crisis y rápidamente se va integrando a la dinámica familiar. Pero, claro, intuimos que allí sobrevuelan secretos y mentiras, algo siniestro que es mejor no adelantar.
Semejante punto de partida y sus múltiples ramificaciones, la exploración de la angustia existencial, las enfermedades mentales y la muerte, daban para un melodrama manipulador digno de un culebrón televisivo, pero en manos del brillante guionista y director alemán se transforman en un relato reposado, austero y a su manera -incluso en sus zonas más perversas- relajado, simpático y encantador. La madurez de Petzold lo encuentra, al igual que colegas como Aki Kaurismäki o Hong Sangsoo, en una etapa de sabiduría, sin necesidad de regodeos, excesos ni ostentaciones. Cine en estado puro.
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