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Festival de Cannes 2025: crítica de “Die My Love”, película de Lynne Ramsay con Jennifer Lawrence y Robert Pattinson (Competencia Oficial)
Abonada a Cannes (es la octava vez que presenta un trabajo suyo en este festival), la directora escocesa de films como Ratcatcher (1999), Morvern Callar (2002), Tenemos que hablar de Kevin (2011) y Nunca estarás a salvo / You Were Never Really Here (2017) estrenó la transposición de la novela Matate, amor, de la escritora argentina Ariana Harwicz, que cuenta con la propia Jennifer Lawrence y Martin Scorsese entre sus productores.
Die My Love (Reino Unido, Estados Unidos, Canadá/2025). Dirección: Lynne Ramsay. Elenco: Jennifer Lawrence, Robert Pattinson, LaKeith Stanfield, Sissy Spacek y Nick Nolte. Guion: Lynne Ramsay, Enda Walsh y Alice Birch, basado en el libro de Ariana Harwicz. Fotografía: Seamus McGarvey. Edición: Toni Froschhammer. Duración: 118 minutos. Estreno mundial en la Competencia Oficial.
¿Cómo transponer una novela como Matate, amor que está construida como un largo monólogo interior (casi sin puntos y aparte), párrafos kilométricos, con una prosa desaforada, visceral y desgarradora, casi como un vómito, como una descarga urgente y un intento de catarsis? Lynne Ramsay, Enda Walsh y Alice Birch decidieron tomar la idea general, los temas que aborda la argentina -radicada en Francia- Ariana Harwicz, pero acá no hay voz en off sino un lenguaje puramente cinematográfico al servicio de una actriz de las dimensiones de Jennifer Lawrence y, en menor medida, de Robert Pattinson (Jackson, el marido) y Sissy Spacek (Pam, la suegra). El elenco principal se completa con LaKeith Stanfield (Karl, un misterioso motoquero que circunda el lugar) y Nick Nolte (Harry, el suegro), pero sus participaciones son mínimas.
Por lo tanto, estamos frente a lo que es casi un unipersonal para el lucimiento de Lawrence en el papel de Grace, una mujer que ha dejado de escribir, lucha contra un embarazo primero, un posparto después y sufre un deterioro constante en la crianza del bebe y sobre todo en su relación de pareja cuando se mudan a una inmensa y destartalada casona y granja en el medio del campo. Ese descenso a los más profundos y dolorosos infiernos personales incluye agresiones, autolesiones, la rotura de un baño entero, dispararle a un perro y un progresivo distanciamiento de la realidad.
Ramsay apela a su habitual parafernalia y pirotecnia visual, narrativa y musical (imágenes muy vistosas y elaboradas, montaje que apuesta al impacto para sostener la potencia y la tensión, una sucesión de canciones de los más diversos géneros que incluyen a Lou Reed, David Bowie, Joy Division y Cocteau Twins), pero como nunca requiere del compromiso absoluto de su protagonista: entre ataques de angustia y de furia, desnudos, bailes desaforados, irrupciones de sangre y provocaciones varias, Lawrence construye una de esas actuaciones magnéticas, que fascinan, pero que también tienen algo de regodeo, de exaltación, de show para la tribuna.
En ese sentido, la cada vez más pesadillesca y alucinatoria Die My Love es el ejemplo acabado, la síntesis perfecta de todos los atributos positivos, pero también de los negativos de una cineasta embriagada por su propio talento, convencida de su misión, decidida a no pisar jamás el freno, de acelerar siempre a fondo. Esta vez encuentra en Lawrence una socia dispuesta a acompañarla hasta el final incluso si en más de una curva terminan por despistarse.
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