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Entrevista a María Alché: “Prefiero estar siempre en lugares incómodos”

Por Diego Batlle
Tras una sólida carrera como directora de cortos, esta también actriz, escritora y fotógrafa debuta en el largometraje con Familia sumergida, film con Mercedes Morán que se lanza tras su paso por los festivales de Locarno y San Sebastián, donde ganó la sección Horizontes Latinos.

Publicada el 10/10/2018


-¿Cómo fue el proceso de creación de Familia sumergida?

-Empecé en 2014 con algunas ideas, pasé todo 2015 trabajando mucho en el guión y viajando a diferentes laboratorios, fondos de ayuda y mercados para cerrar la coproducción con varios países, siempre con Barbara Francisco, de Pasto, al frente. Ibamos a filmar en 2016, pero recién el 2 de enero de 2017 iniciamos la previa del rodaje, que comenzó ese mes y duró seis semanas. Entre enero y febrero de este año finalizamos la postproducción. Fue un proceso largo. La película estuvo cerca de entrar a Berlín y Cannes y luego salió la posibilidad de ir a Locarno y no lo dudamos porque nos encanta su perfil y es el tipo de festival ideal para este tipo de películas. Luego vino el premio de San Sebastián y ahora participa en Valdivia, donde siempre han apoyado mi cine incluso con un foco dedicado a mis cortos. De todas maneras, lo de los festivales es muy relativo porque depende de muchos factores externos. No podés quedarte en el cálculo, en creer que porque te eligen o no, te dan un premio o no, valés más o menos como artista.


-¿Te molesta entonces el aspecto “deportivo” de los festivales?

-Hace unos días vi Fanny y Alexander un sábado a la noche en la Lugones con la sala llenísima, una experiencia muy hermosa. Después leí que Ingmar Bergman no iba a las competencias en los festivales porque precisamente no quería competir con otras películas y su justificación me pareció muy bien. Hacemos películas para que hablen de una, no del cine en general. También fui jurado varias veces y las experiencias no siempre fueron estimulantes. Al final de cuenta un premio se decide por las opiniones de tres o cinco personas que no tienen demasiado en común entre sí y no ven el cine de una manera parecida.


-¿Y qué te dejaron como enseñanza estos más de cuatro años hasta estrenar Familia sumergida?

-Fue un proceso muy hermoso, muy creativo, que me vinculó con muchas personas que fueron clave. En principio la película iba a tener una apuesta más coral, la narración se iba un poco con todos los personajes, pero luego de trabajar mucho me fui concentrando cada vez más en la protagonista que interpreta Mercedes Morán. Tuve que cortar muchas secuencias más graciosas, de un humor rejtmaniano si se quiere, que me gustaban mucho. Trabajé mucho con el escritor Iosi Havilio para quedarnos con el hueso, tuve que soltar muchas cosas que me enamoraban pero que no aportaban tanto. En un proceso así siempre se gana y se pierde. De todas maneras, aquello que se iba descartando me quedaba como información sobre los personajes. También trabajé mucho desde el principio con el músico Luciano Azzigotti, con la diseñadora de sonido Julia Huberman y con la directora de fotografía francesa Helene Louvart, habitual colaboradora de Alice Rohrwacher, Wim Wenders, Mia Hansen-Love, para ir concibiendo todo el universo de la película. Haber contado con una fotógrafa como Helene fue un sueño. Claramente no hizo este proyecto por la plata, pero igual le puso toda la garra y el amor del mundo.




-¿Siempre tuviste Mercedes Morán en la cabeza?

-Al principio tenía otra actriz en la cabeza, pero cuando apareció Mercedes terminó de darle algo más sutil al personaje y a la actuación. Ella le aportó muchas cosas al proyecto. En estos procesos largos que ocurren especialmente en Sudamérica lo más difícil es ver qué queda de ese impulso inicial y, por eso, hay que abrirse a todo lo que se va transformando por las condiciones de producción que cambian mucho durante tanto tiempo. Hay que despedirse de cosas que amabas y seguir sosteniendo la idea. De tanto repetir, pitchear el proyecto, una se cansa un poco. Además, una también va cambiando en la vida y lo que escribiste en algún momento ya no te representa tanto. El desafío entonces es tener la cintura suficiente para mantener la pasión y al mismo tiempo permitirse modificar cosas, permitir que entren nuevos aires. Todo fue parte del aprendizaje, incluso hacer cosas que en principio no querés, pero que si no la sacas adelante no slaen. Sumar voluntades, conseguir tanta plata, tantos apoyos del exterior es casi un milagro.


-¿Cuánto sirven y cuánto condicionan los coproductores extranjeros?

-Tanto la brasileña Tatiana Leite como el alemán Christoph Friedel y la noruega Turid Overseveen fueron coproductores muy buenos porque realmente les importaba la película. No solo se dedicaron a conseguir los aportes sino que tomaron decisiones estratégicas. Que productores tan importantes se jueguen por alguien que no había hecho más que un par de cortos es algo muy halagador, muy generoso.


-La película, al igual que tus cortos, parte de elementos y situaciones realistas, naturalistas, a veces al borde del costumbrismo, para luego incursionar en terrenos más surrealistas, por momentos fantásticas. ¿Había una idea de continuidad?

-No sé si fue tan consciente, pero sí hay una búsqueda de pasar de lo cotidiano, de conflictos si se quieren un poco estúpidos, a otra dimensión de los personajes más mística, más metafísica, como de otro tiempo. Es algo que me es afín, que conviva lo mundano con lo otro. Es tan difícil explicarnos nuestra propia vida, llena de cosas elevadas y milagrosas y también tan estúpidas, que me gusta dar cuenta de eso en las películas. Inmersos en la multiplicidad, en el ruido, en lo inmediato, nunca nos detenemos demasiado a pensar y tratar de entender lo que nos pasa. La irrupción de la rareza en lo cotidiano es algo que resuena siempre. Me interesan los fantasmas, las señales del más allá, los hilos desconocidos del mundo. La película está dominada por ese espíritu.


-¿Cómo fue el trabajo con Mercedes Morán?

-Ella tiene un gran talento como artista y como persona. Leyó el guión y le encantó. En seguida me dijo que lo quería hacer. Tuvo una gran empatía y generosidad. Me propuso que nos empezáramos a juntar en su casa. Lo hicimos durante varios meses antes de filmar y en ese proceso la dejé comandar un poco a ella. Nos juntábamos tres horas por semana a leer escenas, a charlar, interactuar con los otros personajes. Con los demás actores ensayé mucho aparte cuestiones ligadas al lenguaje, a los diálogos. Después ella se incorporó a los ensayos generales y el resto se dio durante las seis semanas de rodaje.




-En el actual contexto de precarización, en el que se está filmando en tres o cuatro semanas, que hayas tenido seis fue casi un milagro...

-Agarré el final de una etapa. Hoy esas condiciones son imposibles para el cine independiente. Tenía a favor que era una película relativamente sencilla, ya que transcurre mucho dentro de una casa. Le pedí a la producción no recortar en actores ni en tiempo. No quería una steadycam, no necesitaba una grúa, pero sí tiempo. Hay muchos actores en todas las escenas y eso genera imponderables. El cálculo normal de filmar tantas páginas de guión en una jornada de rodaje no funcionaba en este caso. Igual son aberrantes las condiciones en que se está filmando hoy y me angustia mucho a futuro.


-¿Cómo está viviendo el panorama actual del cine argentino en el contexto general?

-Son tiempos muy duros, de gran concentración de capitales, y en esa línea va también la política del INCAA. El problema es de fondo, de concepto. Para los gobiernos neoliberales no importan cuestiones como el valor cultural, el bienestar de la población, el crear comunidad. Todo debe rendir, dar resultado y esa es la idea piramidal que se baja. Frente a esa concepción es muy difícil dialogar. Hay cosas que no son concretas, mensurables y en estas épocas están en absoluto repliegue. Y entonces algo como el cine, que opera con el lenguaje, con la cultura, con la educación, pasa a ser algo prescindible.


-En este contexto desolador, ¿cómo te imaginás carrera?

-Me gusta estar en lugares incómodos, vivir en tensión espiritual, ponerme en lugares que me muevan siempre del lugar en donde estoy. Disfruto la actuación, la docencia (doy dirección de actores en las sedes del interior de la ENERC, además de seminarios), la fotografía. Me gustaría seguir filmando y escribiendo. Y no me cierro a la actuación, disfruto de estar en rodajes que no dirijo.


-¿Tu background en la actuación te sirvió especialmente para trabajar con los intérpretes?

-Sí, siento que básicamente dirijo desde la actuación, pienso siempre desde el lugar del actor. Hay otros directores más cinéfilos, que están más pendientes de la puesta en escena. Yo no provengo de esa tradición cinéfila. Si bien estudié en la ENERC desde niña veo mucho teatro. Nunca miro el monitor, siempre estoy pegada a los actores, me gusta tocarlos, mostrarles cómo haría la escena yo. Para explicarles mejor las cosas, directamente las actúo.


-¿Te gustaría dirigirte?

-¡No! (se ríe). Lo intenté en un corto y fue un papelón. Me encanta la humildad de escribir para otros. En un proyecto fotográfico anterior a esta película trabajé con diapositivas muy viejas de mi familia que se retocaban, se proyectaban y en la que yo de una manera estaba incluida como un fantasma. Fue la única vez que me expuse con mi cuerpo.


-En los créditos figura Lucrecia Martel como asesora en el guión ¿Cuál fue su aporte y cómo es tu relación con ella?

-Desde hace muchos años compartimos con ella distintas actividades. Yo trabajé en una etapa muy previa de Zama investigando cosas para la película, también en el proyecto de El eternauta. De forma natura siempre conversamos sobre nuestros guiones. Es una persona cercana siempre cercana en mi vida, una amiga, y en algunos momentos me hizo comentarios y aportes que, como buena observadora que es, te dejan pensando. De todas las opiniones recibidas hay que hacer el ejercicio de discernir qué te sirve, qué te resuena. Exponerse a 10.000 opiniones a veces puede ser peor que no recibir ninguna, porque te descolocan demasiado.


-¿Te preocupa la crisis de público con la que se enfrenta el cine independiente o autoral?

-Todo el mundo que hace cine independiente, sin un canal de TV detrás, es bastante consciente del problema de la distribución. Una de las mayores deudas que tenemos es la falta de una Cinemateca Nacional, donde ver la historia del cine argentino. Y faltan mecanismos para que nuestras películas estén más de dos semanas en cartel. Hay mucho descuido con nuestras propias cosas. No podemos quedarnos solo con el reconocimiento de afuera. Hay que crear y formar nuevos públicos para este otro cine. Generar nuevos circuitos de exhibición. Cambiar la forma de comercialización. Que la gente tenga un carnet y pueda ir a las salas de arte con un abono, no pagando por película. Es triste ver que un gran film hecho desde Tucumán como El motoarrebatador no tiene la suerte que merece. Hay que salir de la actual dependencia de las pocas estrellas que tenemos. Darín y Francella que no pueden ser los protagonistas de todas las películas argentinas.


Más información:

Nuestra crítica de Familia sumergida



COMENTARIOS

  • 10/10/2018 21:22

    Maria Alché me resulta una persona muy interesante. Desde que la vi en LA NIÑA SANTA me quedó grabado la expresión de su rostro enigmático desde el cual podría suceder cualquier situación. Estoy muy interesado en conocer su trabajo como realizadora.

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