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Crítica de “Io capitano”, película del italiano Matteo Garrone (Competencia Oficial)- #Venecia2023
El director de Estate romana (2020), L'imbalsamatore (2002), Primo amore (2004), Gomorra (2008), Reality (2012) y Dogman (2018), entre varios otros títulos, se mete con una problemática tan candente como controvertida: el drama de la inmigración ilegal en Europa.
Io capitano (Italia/Bélgica/2023). Dirección: Matteo Garrone. Elenco: Seydou Sarr, Moustapha Fall, Issaka Sawagodo, Hichem Yacoubi, Doodou Sagna, Khady Sy, Bamar Kane y Cheick Oumar Diaw. Guion: Matteo Garrone, Massimo Gaudioso, Massimo Ceccherini y Andrea Tagliaferri. Fotografía: Paolo Carnera. Edición: Marco Spoletini. Música: Andrea Farri. Duración: 121 minutos. En Competencia Oficial.
En la conferencia de prensa tras la première mundial de Io capitano, Matteo Garrone sostuvo algo así como “soy un hombre blanco, europeo”, expresando la dificultad de acercarse a un universo que claramente le es ajeno (y poniendo en duda el propio hecho de haberlo logrado). Es que en su última película, el director de Gomorra se acerca a la historia de dos chicos de 16 años que, desde su Dakar natal, se disponen a cumplir su sueño de llegar a Europa.
La pregunta del realizador es tan honesta como pertinente. La deriva que propone es la propia de un film de aventuras. La aventura de escapar de la casa familiar, cruzar el desierto para llegar a Libia y, de allí, conseguir un barco para arribar a la tierra prometida. El protagonista, Seydou (Seydou Sarr) y su amigo Moussa (Moustapha Fall) no parecen tener una vida particularmente difícil en su tierra. La idea de llegar a Europa se vincula con la construcción mítica de un pretendido mundo mejor. No huyen del hambre, la persecución o la falta de trabajo; les gusta la música y quieren triunfar en ese campo. Lograr ganar dinero y que “los blancos les pidan autógrafos”, repite Moussa para convencer al más temeroso y escéptico Seydou de emprender el viaje.
Road movie también, en definitiva, veremos cómo lo arduo del camino transformará a los dos adolescentes. Y arduo es casi un eufemismo para retratar la crueldad y salvajismo, la injusticia de la realidad. Institucionalización de la extorsión, violencia y robo a los necesitados, maltratos y corruptelas en las fronteras, organizaciones montadas para estafar a quienes buscan ese escape, muertes en el desierto y hasta abducción en una cárcel no oficial especialmente montada en Libia por una mafia para pedir rescate a los familiares y matar o vender como mano de obra barata a los reclusos sobrevivientes. Y claro, falta cruzar el Mediterráneo (lo que se vincula con el propio título de la película).
Y volvemos al inicio. No por honesta la pregunta de Garrone justifica per se el acercamiento que propone. Merece sin dudas seguir pensando. Confieso que esa misma pregunta que él plantea resonaba en mi cabeza antes de que el realizador la efectuara en la conferencia de prensa tras la proyección. ¿Realmente dos adolescentes están dispuestos a atravesar todo eso porque quieren formar una banda? Lo fuerte de la denuncia, lo pertinente del planteo del tema no oculta la sensación de que la película somete al calvario a dos chicos a los que ni siquiera se les otorga la excusa, la justificación o la valía de una “causa justa”. O sí, pienso mejor, ¿cómo me voy a poner a opinar sobre qué es justo o no o sobre cómo y por qué se toma determinada decisión de vida?
Está claro dónde está la injusticia, pero no puedo dejar de señalar la contradicción que atravesaba mientras la veía. No, no se trata de una más de esas películas realizadas desde Europa para “lavar culpas”, hacer como que se toma conciencia y quedarse tranquilo sin hacer demasiado. Pero, ¿cuál es el punto de vista? ¿Realmente es el de Seydou o es el de aquel hombre blanco europeo diciéndoles a los muchos adolescentes y jóvenes que puedan tener ese sueño “ojo, que Europa no es el paraíso” (algo afirmado casi literalmente en más de una oportunidad por algún adulto en la película) o “miren todo lo que tienen que pasar si se atreven”?. En definitiva, casi, “mejor no vengan”.
Me atrevo a expresar estas dudas porque el propio Garrone, con gran honestidad intelectual, habilitó la discusión. De hecho, mucho debe haber reflexionado y esa duda parece atravesarlo a él también. Se nota que ha trabajado y pensado el tema por cuanto parece mucho más loable esa duda que las palabras que expresó en las declaraciones que efectuó para el catálogo. Allí sostenía: “Empezamos por escuchar las historias verdaderas de gente que había sobrevivido a infiernos parecidos a los que cuenta la película, y decidimos orientar la cámara desde su perspectiva para contar esta odisea moderna con su punto de vista. Io capitano, entonces, ofrece esta especie de contraplano en relación con las imágenes que estamos acostumbrados a ver desde nuestra perspectiva occidental con la intención de darle voz a aquellos que usualmente no la tienen”.
Lejos estoy de sostener esa postura que parece extenderse en torno a que sólo los involucrados pueden contar sus historias. No comparto la postura que pareciera querer firmar el acta de defunción de toda ficción posible, requiriendo, reclamando que para reflejar el mundo femenino, gay, africano, nativo de donde fuera, etc. hay que tener ese origen, ese género, orientación sexual o pertenecer a ese colectivo. Repito: no es esa mi postura. Pero no puedo dejar de percibir cierta condescendencia en afirmaciones como las precedentes. Algo del eurocentrismo atávico (del que luego parece haberse tomado conciencia) sigue allí presente y surge, casi como un fallido, en algunas declaraciones. “Escuchar” y “dar voz”. Ya hacer lo primero es muy difícil. Procesarlo y traducirlo al idioma cinematográfico, mucho más. Pero la voz, en definitiva, claro está, ha de ser la del propio Garrone.
En fin, que también para esto ayuda el cine. Preguntas sin respuestas. La película hace foco en un tema difícil, comprometido. Esos en los que no basta con la corrección política para salir bien parados. No sé si tengo alguna razón o si se trata de una sobre-interpretación excesivamente subjetiva de mi parte. Pero si una película nos deja pensando en todas estas cosas seguramente es porque vale la pena verla.
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