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Crítica de “El precio de la verdad” (“Dark Waters”), de Todd Haynes, con Mark Ruffalo, Anne Hathaway y Tim Robbins

El thriller judicial inspirado en hechos reales goza de buena salud y prueba de ellos es este film basado en el caso de unos granjeros afectados por derrames tóxicos de una planta de la multinacional Dupont. Con algo del espíritu de Erin Brockovich, una mujer audaz, esta película muestra al director de Velvet Goldmine, Lejos del Paraíso, I'm Not There y Carol alejado de sus búsquedas autorales, pero como un eficaz y contundente narrador dentro de este género.

 

Estreno 12/03/2020
Publicada el 11/03/2020

El precio de la verdad (Dark Waters, Estados Unidos/2019). Dirección: Todd Haynes. Elenco: Mark Ruffalo, Anne Hathaway, Bill Camp, Tim Robbins, Victor Garber, Mare Winningham, William Jackson Harper, Bill Pullman y Louisa Krause. Guion: Mario Correa y Matthew Michael Carnahan. Fotografía: Edward Lachman. Edición: Affonso Gonçalves. Música: Marcelo Zarvos. Distribuidora: BF Paris. Duración: 126 minutos. Apta para mayores de 13 años. Salas: 36.



Hace pocos días se estrenó en la Argentina Buscando justicia (Just Mercy); ahora es el turno de El precio de la verdad (Dark Waters), otra reconstrucción de un caso legal que tuvo importantes resonancias. Es que el thriller judicial basado en historias reales es un subgénero siempre seductor para los estudios, los directores y las estrellas de Hollywood.

En la línea de Erin Brockovich, una mujer audaz, de Steven Soderbergh, El precio de la verdad –cuyo guion está basado en una nota publicada en 2016 por New York Times Magazine titulada The Lawyer Who Became Dupont’s Worst Nightmare– tiene como eje la problemática ecológica y se sustenta en el siempre atractivo enfrentamiento entre ciudadanos comunes y poderosas corporaciones. En esta oportunidad, las víctimas son unos simples granjeros del pueblo de Parkesburg, en West Virginia, que sufren la contaminación de las aguas por los desechos tóxicos de una fábrica de productos con teflón perteneciente a la multinacional Dupont. El resultado es tan trágico como previsible: desde la masiva muerte de animales hasta el cáncer.

Lejos de su veta más autoral (aunque con alguna lejana conexión en su exposición de la paranoia con Safe), Todd Haynes se muestra aquí como un sólido narrador. Algunos podrán argumentar que es como tener a Messi en el equipo y ponerlo a jugar de defensor, pero lo cierto es que el realizador de Lejos del Paraíso y Carol se muestra seguro y convincente a la hora de exponer el largo y complejo entramado (la historia tiene su germen en la década de 1950 y se desarrolla luego a lo largo de varias décadas) con antihéroes en un principio incomprendidos, grandes estudios de abogados, abusos de las corporaciones y avatares del poder judicial.

Es Mark Ruffalo quien se carga la película al hombre con el personaje de Robert Bilott, un abogado que en 1998 acaba de incorporarse como socio a Taft Stettinius & Hollister, una de las firmas más prestigiosas del mundillo legal de Cincinnati, y -en vez de tomar casos rentables para clientes poderosos- se obsesiona cada vez más con el de los residuos tóxicos de la planta de Dupont, al punto de empezar a descuidar el resto de su prometedora carrera y hasta su vida familiar. Con un protagonista tan omnipresente, no alcanzan a lucirse del todo como podrían (y deberían) los personajes secundarios de Anne Hathaway (la esposa) y Tim Robbins (el jefe de Robert). En cambio, sí es conmovedor el de Wilbur Tennant (un irreconocible y notable Bill Camp) como el testarudo y tosco granjero que inicia la movida contra Dupont.

Las teclas emotivas que toca El precio de la verdad son las imaginables en tiempos de corrección política: seres anónimos, hombres comunes a-lo-David demostrando que se puede enfrentar a los Goliath de turno que tantas veces son amparados por un sistema injusto y en muchos casos corrupto. El tema aquí, por lo tanto, no es el qué (podrán imaginar o googlear el desenlace si es que aún no vieron el documental The Devil We Know) sino el cómo. Y, en ese sentido, Haynes y Ruffalo (más el siempre brillante aporte visual del fotógrafo Ed Lachman) nos acompañan durante el intrincado camino de este docudrama -lleno de obstáculos y sinsabores- con la promesa de llegar a un destino un poco más feliz. Será justicia.






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COMENTARIOS

  • 14/03/2020 11:44

    EN NOMBRE DEL DIOS VERDE Lejos quedó aquel cine experimental de sus principios como director de cine de Todd Haynes. Sus últimas películas muestran un cine más apegado a las formas y a las tradiciones que a la experimentación. No obstante, hay en él una actitud polémica, un discurso que va más allá de las formas, mantiene una tesitura comprometida, cierto inconformismo, incluso rasgos de rebeldía con un sistema que presenta espacios vulnerables. Allí está el cine de Haynes, donde los más débiles pueden transformarse en victimas sin poder contar con el apoyo de nadie, mucho menos con el Estado, quien se contenta cuando una empresa paga debidamente los impuestos sin importar si se evaden otras responsabilidades. Viendo su filmografía podría pensarse que la vulnerabilidad de la sociedad americana no es ni más ni menos permeable que cualquier otra sociedad. Los personajes que habitan su cine están al borde de ser anti sistema. Incluso, algunos de ellos, ha sido dejado en ese borde sin recibir ayuda de nadie, en particular, de un Estado que siempre parece ausente. El estreno de esta semana, El Precio de la Verdad, muestra la indefensión del ciudadano frente a la omnipotencia de una gran empresa que no solo contamina las aguas con sus desechos industriales sino que vende un producto masivo como las sartenes para cocinar de Teflón que pueden provocar severos daños de salud, particularmente en el sistema digestivo. Haynes desarrolla el caso de contaminación ambiental que Rob Bilot, un abogado corporativo, entabla contra Du Pont, haciendo incapie en una demanda promovida contra la planta de Washington Works, al sur de Parkersburg, Virginia Occidental, donde el producto químico tóxico C8 se usó durante más de 50 años, contaminando el agua del Rio Ohio y afluentes, y capas de agua de las zonas vecinas provocando cáncer de riñón, testicular, colitis ulcerosa, enfermedad tiroidea, hipertensión y colesterol alto. En el mejor estilo americano, Mark Ruffalo encarna a Rob Bilot, un abogado defensor, individualista, convencido de su verdad y de la honestidad de su demanda ambiental contra esa compañía industrial. Bilot es el típico héroe solitario, honesto, e íntegro convencido de la razonabilidad de la causa, aun llevando todas las de perder, capaz de sacrificar su salud y su familia para que la justicia tenga lugar. En el fondo de la trama se oculta un increíble crimen contra la humanidad pergeñada en nombre del desarrollo, la industria, la ocupación y la comodidad del ser humano. La película se va transformando de un film testimonial a un film de terror porque los intereses en juego, las ganancias del emporio industrial involucrado son tan altas, y tan altos son los impuestos que reciben los estados en los cuales están radicadas las fábricas, que los intereses económicos terminan imponiéndose sobre los derechos y las vidas de la innumerable cantidad de personas afectadas. El Precio de la Verdad termina siendo una película de terror porque lo que narra es cierto, realmente sucedió. Se trata, además, de una falta de autorregulación estatal, de grandes empresas que ignoran su responsabilidad civil, a la vez que no prestan atención al desastre ecológico que producen al no prestar atención al destino de sus desechos industriales y al encubrimiento de investigaciones médicas que han mostrado los efectos nocivos producidos por dichos desechos. El film de Haynes termina elevándose sobre la medianía del cine americano de puro entretenimiento para narrarnos, con una solidez sorprendente, un hecho real al que la opinión pública y los medios no le han prestado la suficiente atención. Acompañan a Ruffalo un elenco de notables compuesto por Anne Hathaway como su esposa, Tim Robbins como el abogado Tom Terp y Bill Pullman como Harry Dietzler, otro abogado que trabajó muchos años para llevar a las grandes corporaciones estadounidenses a la justicia.

  • 11/03/2020 23:49

    Tuve oportunidad de verla y me encontré con una gran película. Tengo un alto concepto de Todd Haynes desde que he visto CAROL que fue una de las mejores películas de la década pasada a pesar de haber sido ignorada en los premios Oscar. En manos de otro director DARK WATERS hubiese sido un valioso testimonio de la lucha contra la contaminación en los EE. UU pero con Haynes todo se potencia porque es un gran director de actores y no se casa con ningún convencionalismo. Aquí es notable cómo demuestra que la única manera de parar al capitalismo depredador no es a través de la lucha individual, la Justicia o un candidato político sino a través de la unión de todos los damnificados.(8/10)

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