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Crítica de “El Eternauta”, serie de Bruno Stagnaro con Ricardo Darín (Netflix)
-Clásico de clásicos de la historieta argentina (y mundial), la obra de Héctor G. Oesterheld y Francisco Solano López llegó casi siete décadas después al universo audiovisual con más hallazgos y logros que carencias. La primera temporada de solo 6 episodios deja mucho material para el análisis y con ganas de más.
-Acompaña a este texto un episodio de nuestro podcast Acerca de Nada en el que Batlle y Pablo Manzotti analizan esta transposición de El Eternauta.
El Eternauta (Argentina/2025). Creador y director: Bruno Stagnaro. Elenco: Ricardo Darín, Carla Peterson, César Troncoso, Andrea Pietra, Ariel Staltari, Marcelo Subiotto, Claudio Martínez Bel, Orianna Cárdenas, Mora Fisz y Jorge Sesán. Guion: Bruno Stagnaro y Ariel Staltari, basado en la historieta de Héctor G. Oesterheld ilustrada por Francisco Solano López. Fotografía: Gastón Girod. Música: Federico Jusid. Edición: Alejandro Brodershon y Alejandro Parysow. Dirección de arte: María Battaglia y Julián Romera. Consultor Creativo: Martín M. Oesterheld. Sonido: Martín Grignaschi. Producción: Hugo Sigman, Matías Mosteirin, Leticia Cristi y Diego Copello / K&S Films. Duración: 6 episodios. Noche de truco (45'), Salgan al sol (44'), El magnetismo (59'), Credo (56'), Paisaje (49') y Jugo de tomate frío (68'). Duración total: 321 minutos. Disponible en Netflix desde el miércoles 30 de abril.
No debe haber productor, guionista o cineasta que no haya soñado o al menos fantaseado alguna vez con llevar a la pantalla la historia de Juan Salvo y un grupo de sobrevivientes luchando contra una invasión extraterrestre en medio de una Buenos Aires devastada por tormentas de cenizas tóxicas que parecen nevadas. Quienes luego de muchos años de idas y vueltas, de marchas y contramarchas, de frustraciones que parecían definitivas y reinicios a puro voluntarismo, finalmente la concretaron son los productores de K&S Films, compañía detrás de éxitos como Relatos salvajes, El clan y El Ángel. Lejos quedaron intentos como una película que iba a ser dirigida por Lucrecia Martel y ha sido Bruno Stagnaro, codirector junto Israel Adrián Caetano de Pizza, birra, faso (film de 1997 que fue clave para el surgimiento del Nuevo Cine Argentino) y responsable de series como Okupas y Un gallo para Esculapio, quien se cargó al hombre El Eternauta no solo como realizador de los 6 episodios de la primera temporada sino también como coguionista junto al aquí también actor Ariel Staltari.
Creo que a El Eternauta le puede jugar en contra las inmensas expectativas creadas: es una muy buena serie (que además va creciendo en todo sentido a medida que avanzan los episodios y deja con ganas de que continúe más allá de la sexta y por ahora última entrega), pero no es la obra maestra que tantos fans de la historieta original esperan (exigen). Si cualquier espectador viera una serie de las dimensiones narrativas, técnicas, visuales, actorales y de producción de este proyecto sin saber que se trata de El Eternauta seguramente quedaría deslumbrado en varias de sus escenas, pero -claro- a la transposición de un clásico que marcó a tantas generaciones se le pedirá una excelencia que no siempre está en condiciones de sostener.
Más allá de que el nivel general siempre en más que atendible, a la serie le cuesta un poco arrancar y es recién en el tercer episodio -cuando las presencias alienígenas empiezan a ser más concretas y la serie pasa de un tono más intimista a una dimensión más propias del género de acción, aventuras y zombies- que consigue un impacto con notables secuencias en un shopping, en la zona militar de Campo de Mayo, en una estructura de monoblocks de concreto, en un avión Hércules derribado en Estación Carranza, a bordo de un tren o con los “bichos” invadiéndolo todo por las calles de Buenos Aires.
La serie pendula (y se tensiona) entre sostener una impronta reconociblemente porteña y una estética propia de la más impactante distopía, de lo apocalíptico, con la mirada puesta en una audiencia internacional que puede verla como una variante de, digamos, Falling Skies. También la mirada política (el héroe colectivo y el “nadie se salva solo”) ha quedado un poco diluida en estos 6 primeros capítulos cuando a la historieta original se la ha analizado como un llamado a la resistencia (las primeras entregas de El Eternauta son de 1957 y por entonces el peronismo estaba proscripto).
Vistos los (primeros) seis episodios (en algún momento la historia se completará con una segunda temporada), queda claro que la serie es bastante fiel al espíritu de la historieta original en cuanto a atmósferas, estéticas, lugares y ciertos arcos narrativos, pero bastante distinta y distante en otros aspectos. Ya desde los planos iniciales, con tres chicas adolescentes a bordo de un velero en pleno Río de la Plata cuando en el cielo surge una suerte de aurora boreal que mancha de verde la noche seguida de una tormenta y un apagón total de la ciudad, intuimos que estamos en una Buenos Aires contemporánea.
Y eso quedará ratificado en la escena siguiente (un flashback), cuando veamos a Juan Salvo (Ricardo Darín), al Ruso Polsky (Claudio Martínez Bel) y a Omar (el mencionado Ariel Staltari) varados a bordo de un auto por un piquete y al caos callejero debido a los constantes cortes de luz en medio de una ola de calor. Mientras Juan y el Ruso cantan No pibe, de Manal, Omar, que justo ha regresado a Buenos Aires luego de un par de décadas radicado en Michigan, se queja de su (mala) suerte: “Argentina, qué país, me fui con cacerolazos, vuelvo 20 años después y me reciben con cacerolazos”.
Las conexiones entre ese presente y el 2001 no son los únicos cambios de una serie que se toma el tiempo necesario para exponer, desarrollar y profundizar la psicología y la historia de cada uno de los personajes, como por ejemplo la tensa relación entre Juan y su exesposa, Elena (una médica interpretada por Carla Peterson), cuando tienen que salir a buscar a su hija Clara (Mora Fisz) en medio de múltiples amenazas y peligros, las contradicciones del personaje más enigmático, inclasificable, creativo e incómodo del grupo como el del ingeniero electrónico Alfredo “Tano” Favalli (el uruguayo César Troncoso ), que está casado con la Ana de Andrea Pietra; o el Lucas de Marcelo Subiotto (Puan), un bienintencionado empleado bancario que desde hace 30 años espera un ascenso que nunca se ha concretado.
No conviene adelantar demasiado de la trama, pero la imponencia de ver Puente Saavedra y la avenida Cabildo completamente “nevadas” o la irrupción de los escarabajos gigantes de los invasores extraterrestres a partir del tercer episodio hacen de El Eternauta el espectáculo épico que todo lector de la historieta siempre ha soñado con ver en imágenes en movimiento.
En el excelente soundtrack de la serie se escuchan clásicos como el apuntado No pibe y Porque hoy nací, también de Manal, Salgan al sol, de Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll; Cuando pase el temblor, de Soda Stereo; o Todo cambia y Credo, ambas en la voz de Mercedes Sosa, pero también canciones más recientes como El Magnetismo, de El Mató a un Policía Motorizado (¿Quién te va a cuidar? / En este mundo peligroso tenemos que estar juntos / ¿Quién detendrá a la turba iracunda si no estoy con vos, nena? / Con este magnetismo que sigue bajando, nena). De hecho, varios de los episodios toman como títulos los de las canciones: Salgan al sol, El magnetismo, Credo y Jugo de tomate frío.
Y precisamente esa convivencia, esa mixtura de épocas, citas, homenajes y referencias, es la que se percibe también en una historia en la que ese grupo de amigos maduros que se reúne todos los viernes por la noche en un sótano a jugar al truco y tomar whisky deberá lidiar con y unirse a otros personajes más jóvenes y con una idiosincrasia muy diferente para enfrentar a un enemigo tan desconocido como poderoso.
Algunos discutirán la elección de Ricardo Darín como Juan Salvo (puede ser un poco viejo para el personaje que imaginó Oesterheld, pero es una estrella global que asegura interés en los 200 países donde opera Netflix), otros cuestionarán decisiones como la de convertir a Salvo en un veterano de la guerra de Malvinas dominado por traumas y alucinaciones alimentadas durante las trágicas experiencias en el campo de batalla, pero la serie siempre tiene un as en la manga como para fascinar: la búsqueda de tecnologías analógicas, perimidas, descartadas porque son las únicas que funcionan en una Tierra alterada por el ataque alienígena funciona a la perfección en todos sus términos.
Como cierre, una mención a la manera en que Bruno Stagnaro se ha “apropiado” de Buenos Aires a lo largo de toda su obra: de aquella ya mítica escena de Pizza, birra, faso en el Obelisco concebida con la precaria técnica de back projection a esta superproducción de 148 jornadas de rodaje con media ciudad filmada y luego escaneada durante la pandemia, más de 50 locaciones reales con nieve tóxica para la que se utilizaron 410 toneladas de sal, cuatro toneladas de celulosa y 600 kilogramos de eco-snow, y 30 escenarios creados con la tecnología de Virtual Production. Los tiempos cambian y los medios de producción se sofistican, pero la idea de filmar a, en y con Buenos Aires se mantiene y esa (omni)presencia como un personaje protagónico más se disfruta en toda su dimensión. En ese sentido, que en la segunda mitad de El Eternauta aparezca el Franco de Jorge Sesán, uno de los protagonistas de Pizza, birra, faso con menos de 20 años y hoy ya acercándose a los 50, es un bienvenido link entre ambos proyectos y todo un acto de justicia poética.
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