Festivales
Reseñas de todas las películas de la Competencia Internacional
En una de las más diversas (en cuanto a temáticas, estéticas y registros) y, al mismo tiempo, más sólidas selecciones de estos 16 años de historia del festival porteño, la principal sección oficial presenta 18 títulos para tener -en casi todos los casos- muy en cuenta: desde el retrato íntimo de Nick Cave que propone la gloriosa 20.000 Days on Earth (foto) hasta la experimentalidad de la española El futuro, pasando por las miradas sobre Irán de Iranian y Fifi Howls From Happiness, las tres representantes argentinas y los aportes chilenos (Naomi Campbel y Volantín cortao), peruano (El mudo) y brasieño (Castanha), entre otros.
-20.000 Days on Earth (Gran Bretaña), de Jane Pollard e Iain Forsyth. Extraordinario film sobre el multifacético Nick Cave (compositor, cantante, pianista, escritor, guionista de cine), quien participó de manera muy generosa de un proyecto que escapa por completo de los lugares comunes de tanto rockumental vanidoso y promocional que abunda en estos tiempos. El artista abrió las puertas de su casa, de su estudio y de su archivo personal, escribió los bellos textos que él mimo lee en off y actúa (hay mucho de ficción en la propuesta) frente a la cámara. En los conmovedores, fascinantes y divertidos 95 minutos, conoceremos la intimidad, el pensamiento, su proceso creativo (sigue tipiando en su vieja máquina de escribir o escribe y dibuja en cuadernos) y lo escucharemos grabando con su grupo Bad Seeds o encantando a su público sobre el escenario. El ex líder de The Birthday Party cuenta anécdotas imperdibles (como cuando conoció a la avasallante Nina Simone o cuando su padre le leyó a viva voz un capítulo de Lolita), comenta fotos de toda su vida, se lo ve comiendo pizza y viendo películas de acción con sus dos hijos, maneja un auto mientras charla con amigos como el actor Ray Winstone, su ex colaborador Blixa Bargeld y la diva pop (también australiana) Kylie Minogue, o va a cenar pescado a la casa de su socio artístico y gran amigo Warren Ealis. La puesta en escena pletórica de ideas narrativas y de riesgo estético, la virtuosa edición, el uso (no abuso) de los excelentes materiales de archivo y de la música (se incluyen grabaciones en estudio de temas completos) resultan complementos perfectos para acceder en profundidad a las múltiples facetas de un artista tan inteligente como esencial de la música de las últimas cuatro décadas. Así, en las antípodas del mero ejercicio nostálgico o de la auto celebración, se trata de un retrato que los seguidores de Cave sabrán disfrutar (y que los demás podrán descubrir).
-El futuro (España), de Luis López Carrasco. Cofundador del colectivo Los Hijos, López Carrasco debuta como director en solitario con un film no menos experimental que los trabajos previos producidos por aquel grupo. El largometraje arranca con la pantalla en negro mientras escuchamos el discurso con el que Felipe González se declara ganador de las elecciones de 1982 y convoca a los diferentes sectores del país para la apertura democrática. Lo que sigue es, básicamente, una larga fiesta en medio de esa "movida madrileña" que el cine de Almodóvar supo exportar (y etiquetar) al resto del mundo. Aquí, si bien hay mucho pop, personajes homo y transexuales, peinados y vestuarios excéntricos, baile y consumo extensivo de drogas y alcohol, la cosa es menos ligera y desenfrenada que en las películas de Don Pedro. Con un look y un espíritu de época muy bien conseguido y transmitido, la (no)narración recorre -bajo un potente y omnipresente manto musical que resulta irresistible- diálogos muchas veces banales (fragmentos de conversaciones) y otros un poco más desarrollados en los que se debate, por ejemplo, el accionar de ETA (todavía con bastante apoyo) en aquellos tiempos. Entre el cine vanguardista y la home-movie, entre el fílmico en extinción y los efectos digitales (hay algo también del universo de los DJ sobre el final), entre la nostalgia y el desencanto, El futuro es una mirada al pasado cargada de significación sobre el presente.
-Mary is Happy, Mary is Happy (Tailandia), de Nawapol Thamrongrattanarit. En su segundo largometraje, el director de Bangkok Traffic Love Story se basó en 410 tweets consecutivos de una adolescente anónima para construir una agridulce tragicomedia sobre una chica que está en su último año en un colegio secundario full-time (hasta duerme en el establecimiento). Sus contradicciones, sus inseguridades, sus angustias, sus desamores, sus fracasos con los hombres, su amistad íntima con otra alumna que está a punto de irse al exterior para continuar allí sus estudios universitarios y sus conflictivas relaciones en el ámbito académico con burócratas y profesores son narrados de forma fragmentaria, mixturando los breves textos de Twitter con las imágenes de esta antiheroína desventurada, pero siempre querible. Más allá de que la propuesta resulta algo excesiva en sus 126 minutos, se trata de una muy lúcida y sensible exploración del universo juvenil y una búsqueda válida por trasladar el espíritu actual de las redes sociales al lenguaje cinematográfico.
-Naomi Campbel - No es fácil convertirse en otra persona, de Nicolás Videla y Camila José Donoso. Esta ópera prima mixtura documental y ficción para narrar la historia de Yermén, tanto en sus vivencias íntimas en zonas marginales de Santiago (se rodó en La Victoria) como en su lucha contra el rígido y costoso sistema médico para conseguir la operación de cambio de sexo (nació como varón, pero se siente y vive como una mujer). Los directores combinan situaciones y personajes reales e inventados (desde un reality televisivo que podría ayudar a cumplir el deseo de esta transexual treintañera hasta la presencia de inmigrantes colombianas, pasando por imágenes caseras tomadas por la propia protagonista y la participación de no actores que se interpretan a sí mismos) y consiguen un tragicómico retrato sobre la identidad de género que resulta fascinante, desgarrador, poderoso y pudoroso a la vez. Si bien no todos esos elementos funcionan siempre de la mejor manera, la descomunal presencia en cámara de Yermén y algunos notables pasajes (como una escena de sexo en un auto) hacen del film una experiencia cautivante.
-El mudo (Perú), de Daniel y Diego Vega. Los directores de Octubre (premiada en Cannes, entre otros festivales) narran en esta nueva película coproducida por Carlos Reygadas la historia de Constantino Zegarra (Fernando Bacilio, consagrado coo Mejor Actor en Locarno y Cartagena), un rígido e imperturbable juez que parece llevar una vida previsible en ese universo plagado de expedientes y dominado por la burocracia. Sin embargo, al poco tiempo es degradado a un juzgado menor en un suburbio y una bala perdida que termina en su garganta lo deja sin habla. El antihéroe está convencido de que es víctima de una suerte de maldición a cargo de la madre de un acusado al que no quiso "ayudar". Mientras tanto, ni su esposa (tanto él como ella mantienen relaciones extramatrimoniales) ni su hija adolescente parecen prestarle demasiada atención. La película tiene un rigor formal, un tono propio (con un espíritu tragicómico no demasiado subrayado) y una lógica interna que la hacen siempre atractiva, aunque cierto énfasis en el patetismo de los personajes y la acumulación de penurias prototípicas de las miserias latinoamericanas le quitan un poco de méritos a un film que, de todas maneras, ratifica a los hermanos Vega como talentos a seguir dentro del nuevo cine peruano.
-Grand Central (Francia), de Rebecca Zlotowski. Tras su más que interesante debut en 2010 con Belle épine (Quincena de Realizadores), Zlotowski da un salto hacia un cine un poco más mainstream con Grand Central (también exhibida en Cannes, pero en Un Certain Régard), protagonizada por dos sex symbols del cine francés como Tahar Rahim (Un profeta) y Léa Seydoux (La vida de Adèle), acompañados por el gran Olivier Gourmet. Rahim es Gary, un muchacho sin demasiada formación que sólo consigue trabajo en una planta nuclear. En ese ámbito, conoce al experimentado líder del equipo Gilles (Gourmet) y al fornido Toni (Denis Menochet), con cuya novia Karole (Seydoux) iniciará un tórrido affaire. Especial mención merece el muy buen trabajo de Nahuel Pérez Biscayart, cada vez más suelto con el francés, como Isaac, uno de los compinches de Gary. La película pendula entre las escenas dentro de los reactores (las mejores) y la trama romántica (más convencional y previsible)/ Los riesgos de la contaminación radioactiva, por un lado, y de ser descubiertos, por el otro, le dan a la narración una importante tensión que Zlotowski maneja con solvencia. Si bien deja la sensación de que podría haber sido todavía mejor (el uso de las locaciones son notables), se trata de un más que digno segundo film para una directora de indudable talento.
-Un Château en Italie (Francia-Italia), de Valeria Bruni-Tedeschi. Notable actriz y, por lo visto aquí y en Actrices, una más que interesante directora, Bruni-Tedeschi ofrece un relato de neto corte autobiográfico que incursiona con solvencia tanto en el melodrama como en la comedia. Una familia italiana de otrora exitosos industriales se ve obligada a deshacerse del “castillo” italiano en el que vive. Mientras ese viejo mundo se desmorona, una de las hijas (la propia Bruni-Tedeschi) se enamora a los 43 años de un actor mucho menor (Louis Garrel). Las cosas no serán nada fáciles para esta auténtica antiheroína sin pareja, sin hijos, sin trabajo (ella ha decidido abandonar la actuación) y con… muchos traumas y conflictos. El film cambia todo el tiempo de tono, de género y de dimensión, pero nunca pierde esa sensibilidad, esa autenticidad, esa sensación de que la realizadora y protagonista está poniendo el cuerpo (y su talento, claro) en cada cuadro de su película.
-Volantín cortao (Chile), de Diego Ayala y Aníbal Jofré. En su segundo largometraje, los directores describen las experiencias de Paulina (excelente trabajo de Loreto Velásquez), una estudiante de Trabajo Social de 21 años que realiza una práctica en un centro de asistencia para delincuentes juveniles. Allí -en abierta contradicción con el protocolo profesional- se relaciona con Manuel (impecable debut de René Miranda), un chico de 16 con varios antecedentes violentos. Más allá de la clara influencia del cine de los hermanos Dardenne, Ayala y Jofré logran una conmovedora y siempre creíble historia de amor que, al mismo tiempo, retrata sin caer jamás en estereotipos ni estigmatizaciones la profunda brecha social, las diferencias de clase y las contradicciones generacionales. Una auténtica joyita.
-Fifi Howls From Happiness (Irán), de Mitra Farahani. Bahman Mohasses fue uno de los pintores, escultores y poetas más importantes previos a la Revolución de 1979. Desde entonces, como todo creador que haya sido vinculado con el régimen anterior, fue prohibido y desechado. Las leyendas urbanas indicaban incluso que él mismo había destruido todas sus obras y había desaparecido. Así, para las nuevas generaciones, nunca existió. La bella y talentosa directora Mitra Farahani (ella misma también artista visual) va en busca de esa figura maldita de la mano de dos coleccionistas iraníes que han hecho fortuna en Dubai y están dispuestos a todo para conseguir obras de quien consideran un genio. Finalmente, un viejo y enfermo Mohasses aparece en Roma, donde no sólo conoceremos a este contradictorio personaje (uno de esos antihéroes tan malhumorados y chantas como seductores y finalmente queribles) sino también a muchas de sus creaciones "perdidas". Una película pletórica de ideas y hallazgos, que van de lo íntimo a lo general, desvelando también la caza de brujas concretada en Irán, que ha llevado a que verdaderos maestros hayan caído en el ostracismo y en el olvido. Un film fascinante, incluso para los que se sientan alejados por completo del ambiente de las artes plásticas.
-Sarah préfère la course (Canadá), de Chloé Robichaud. Crónica de una obsesión, esta ópera prima de Robichaud estrenada en la sección Un Certain Régard de Cannes narra la historia de una veinteañera un poco freak (como toda fanática hasta el extremo de algo). Sarah (notable trabajo de Sophie Desmarais) casi no tiene vida social: tímida, reprimida, casi asexuada, es un auténtico bicho raro para sus compañeras. Es que su única meta en la vida parece ser la de llegar a correr en un equipo profesional. En su camino aparece de la manera menos esperada un muchacho y la oportunidad de viajar desde de Quebec a Montreal para desarrollar allí sus capacidades como runner. Ambos deciden compartir el destino, la nueva casa y hasta casarse para conseguir mejores becas y subvenciones estatales, pero -más allá de cierta inevitable tensión sexual y la femineidad que en una fiesta saca a relucir la protagonista- aquí se eluden por completos los lugares comunes de la comedia romántica para adentrarse, en cambio, en la intimidad de un ser en apariencia bastante gris, pero cuya convicción y dedicación la convierten en una criatura de extrañas dimensiones cinematográficas. Una película física construida con mucha cámara en mano pegada a Sarah y, a partir de allí, también un tratado psicológico.
-Iranian (Francia-Suiza), de Mehran Tamadon. Tamadon nació en Irán, pero se formó y está radicado en Francia. El director -opositor al régimen islámico- regresa a su país para un “experimento”: establecer un diálogo franco, directo, abierto con cuatro acérrimos partidarios del gobierno. El realizador aparece en cámara preguntando (y, de vez en cuando, opinando), pero es el líder de esos cuatro "oficialistas" (un hombre muy preparado y de exquisita capacidad de argumentación) quien explica las bondades del fanatismo religioso, el velo y el papel secundario para la mujer, la dominación de las minorías, la falta de libertad de prensa y un largo etcétera. Tamandon jamás manipula a sus interlocutores, los deja hablar y consigue, así, un retrato contundente y esclarecedor sobre el estado de las cosas en Irán. Tan esclarecedor que el destino del film (y de su vida) estuvieron en riesgo cuando las autoridades descubrieron cuán democrática era la propuesta.
-Castanha (Brasil), de Davi Pretto. Esta ópera prima estrenada en la reciente Berlinale transita por ese impreciso (y por lo tanto fascinante) terreno en el que lo documental y lo ficcional se confunden de manera permanente. El protagonista es Joâo Carlos Castanha, un hombre de 52 años, homosexual, fumador empedernido y bastante torturado, que vive con su madre de 72 (ella obsesionada por un nieto drogadicto) en un edificio de mala muerte, en un barrio de mala muerte, mientras trabaja todas las noches como artista transformista en un bar gay de mala muerte. También es poeta, autor e intérprete en pequeños emprendimientos teatrales independientes y, poco a poco, distintos aspectos de su vida (con crecientes conflictos afectivos y problemas de salud) y de sus actuaciones se van “contagiando” mutuamente. Con algunos elementos que remiten a la magnífica Morir como un hombre, del portugués Joâo Pedro Rodrigues, este retrato aborda circunstancias muchas veces extremas con una liviandad, un encanto y una naturalidad difíciles de conseguir. De lo mejor que nos ha regalado últimamente el nuevo cine brasileño.
-Ice Poison (Birmania / Taiwán), de Midi Z. En el arranque de la película vemos a un veterano campesino y a su hijo sufrir todo tipo de penurias económicas. Ambos salen a buscar plata prestada, pero a nadie parece irle mucho mejor. Finalmente, consiguen una vieja moto y a cambio dejan a su única vaca como garantía. El muchacho se mudará del ambiente rural al urbano para trabajar como chofer, pero los clientes escasean. Allí arranca la verdadera película: un drama con aires de thriller que se desmarca del realismo casi documentalista del inicio. Es que el antihéroe se vinculará al poco tiempo con una mujer que acaba de regresar a Birmania y que le ofrecerá ser su chofer en el reparto de drogas. La película es dura en su exploración de la falta de oportunidades, el narcotráfico, la situación de los inmigrantes, la violencia social, pero por suerte nunca carga demasiado las tintas en ese “descenso a los infiernos”. No es una película extraordinaria, pero sí una muy sólida que nos permite, además, acercarnos a una realidad y una geografía absolutamente alejadas de las nuestras.
-The Wait (Estados Unidos), de M. Blash. La única decepción de la Competencia Internacional de este año. Una película grave, afectada, pretenciosa y, en definitiva, hueca. A pesar de contar con dos muy buenas actrices como Chloë Sevigny y Jena Malone, Blash jamás consigue climas que generen “algo” con esta historia sobre dos hermanas que deciden mantener en la casa el cadáver de su madre muerta luego de recibir una llamada anónima que les asegura que ella va a volver. Lo que sigue es una sucesión de largos silencios matizados con diálogos crípticos, llanto, sexo, personajes masculinos que deambulan por la pantalla y bellos planos en un bosque de Oregon con “cámara voladora a lo Terrence Malick”. Algo así como una hermana pobre de la argentina Leones. Ni M. Night Shyamalan se atrevería a tanto… con tan poco.
-Carlitos (Ecuador), de José Antonio Guayasamín. Carlitos -un muchacho con diferentes tipos de discapacidades- es el protagonista absoluto de este documental de observación rodado durante un largo período (entre sus 18 y 21 años). El joven vive con su madre (el padre huyó del hogar), su abuelo y su hermano menor en una zona de clase media-baja, trabaja en una fábrica de salchichas y estudia con una maestra privada que lo ayuda a articular palabras y a poder expresarse en medio de múltiples dificultades. Esta ópera prima tiene las mejores intenciones, es cuidada, respetuosa e intenta ser sensible, pero toma muchas veces decisiones equivocadas: el uso de la música y de efectos sonoros invasivos, por ejemplo, es una de ellas. El resultado -sin ser del todo decepcionante- es mucho menos contundente de lo que podría haber sido.
Aquí la crítica de Algunas chicas (Argentina), de Santiago Palavecino
Aquí la crítica de Mauro (Argentina), de Hernán Rosselli
Aquí la crítica de La Salada (Argentina), de Juan Martín Hsu
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