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Un cine “perfecto” (las películas argentinas pierden su diversidad e identidad en la era de los algoritmos)
Por Pablo Chernov, productor y docente
Lo único que se está filmando hoy son series y películas financiadas por las plataformas de streaming. La producción nacional dilapida así lo que más la distinguió en todo el mundo: su audacia y capacidad de sorpresa.
En los últimos meses vengo pensando: que el último apague la luz.
La resignación aplica a diversas zonas de nuestra vida cotidiana. En lo relativo a la actividad cinematográfica, las políticas y regulaciones que el INCAA -en su versión actual- va proponiendo nos empujan a imaginar un sistema de producción concentrado donde únicamente las grandes empresas podrán hacer cine. Y esas películas probablemente ni siquiera cuenten con el apoyo del Estado en la medida que el Instituto se irá apagando lentamente, corriéndose del centro y ocupando un lugar periférico.
Las plataformas de streaming vienen produciendo en Argentina largometrajes y series de ficción y documental desde hace unos años. Estas producciones forman parte de un ecosistema donde coexisten con muchas otras películas de diverso tamaño y alcance: algunas realizadas con apoyo del INCAA, con fondos internacionales y nacionales, coproducciones, también películas producidas fuera del sistema; es decir, sin recurrir a los subsidios públicos, cine colaborativo, óperas primas, películas híbridas, documentales… en pocas palabras, lo que uno podría denominar un cine nacional.
Esta biodiversidad cinematográfica es posible, entre otras cosas, por el apoyo del Estado a la actividad. Si el INCAA se vacía de sentido (y de fondos y de personal administrativo) quedará como un árbol enfermo cuya utilidad pasará por dar sombra a algún desprevenido que camine por esa cuadra de la calle Lima al 300. El Instituto, con una lentitud medida y exasperante, va publicando en el boletín oficial nuevas medidas de acción donde poco y nada queda para la producción de películas, salvo unos pocos concursos. Estas herramientas financieras se verán sobrepasadas por la demanda de proyectos que, no pudiendo ser presentados ante los -suspendidos- comités de evaluación, inundarán las convocatorias vigentes. Es posible que el concurso de guion, por citar un caso, se convierta en un pedazo de carne arrojado al centro de una jaula donde conviven 2.500 tigres hambrientos. No será algo lindo de ver.
En los últimos 30 años el cine argentino se caracterizó, entre otras cosas, por su diversidad. Si uno observa el estilo, temática, tamaño y género de las películas nacionales que se producen cada año se dará cuenta de esto. Hay realmente de todo. Y esta variedad se debe principalmente a dos razones: una renovación formal del lenguaje cinematográfico desde Rapado, de Martín Rejtman, y poco tiempo después Picado fino, de Esteban Sapir, ambas óperas primas, sumado al primer concurso de Historias Breves; películas que alteraron la forma de pensar y hacer cine en este país. Y, por otro lado, la voluntad política que apoyó la reforma de la Ley de Cine en 1994. A partir de entonces, el INCAA contó con recursos superiores que facilitaron la creación de una escena cinematográfica compleja y plural.
Dichos avances, combinados con el crecimiento exponencial de la formación universitaria y terciaria, la expansión y el éxito del cine argentino dentro y fuera del territorio, la publicación de varias revistas de crítica, la aparición de nuevos festivales de cine y salas especializadas, entre otros factores, han generado recursos humanos de alto vuelo y despertado el interés de muchas personas por formarse en esta actividad.
Ahora bien, si los nuevos modelos de producción se encaminan hacia la concentración en manos de pocas empresas productoras; es decir, plataformas y algunas compañías más, estaríamos ante un posible cine pasteurizado, homogéneo, sin corteza, un cine perfecto, donde no sobra ni falta nada, un cine de suma cero. Esas películas donde funciona todo bien, donde no hay riesgo, como un hotel cinco estrellas con ventanas selladas para desalentar suicidas.
Cabe aclarar que quien escribe no está en contra de las películas financiadas por plataformas: existen varios largometrajes valiosos y de gran recorrido nacional e internacional. El problema es apuntar a que el único tipo de cine a realizar en este país sea el elegido desde Los Ángeles, Madrid o México. Si atacamos la diversidad terminaremos con un cine menos interesante. No es en contra de nadie, es a favor de todos.
Rapado fue la película bisagra entre los años '80 y la llegada del Nuevo Cine Argentino de los '90. Un ovni cinematográfico que influyó a las generaciones siguientes, una película distinta a todas las que se venían haciendo y que abrió el camino para las nuevas expresiones artísticas de este país. El cine que se viene no se propone modificar el lenguaje o la forma de hacer películas: sino más bien todo lo contrario. Desde 1983, con el retorno de la Democracia hasta la fecha, se dieron cambios políticos profundos pero la Ley de Cine siempre se respetó, protegiendo y fomentando la pluralidad de voces. Esta sería la primera vez que el paradigma muta hacia una política considerablemente más restrictiva y homogénea, donde las películas comenzarán a parecerse demasiado entre sí.
Dejo abierta la incógnita sobre cuál será esa nueva película que nos salvará de la futura mediocridad: la que nos libere de este posible nuevo-nuevo -y también viejo- cine argentino del futuro cercano. Y cito a Piglia citando a Céline: La experiencia es una lámpara tenue que sólo ilumina a quien la sostiene.
Lo concreto es que estamos siendo embarcados a la fuerza en una nave con rumbo incierto, la costa más cercana es un espejismo o tal vez un algoritmo. En cualquier caso -al menos hoy- se siente como un destino infame.
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