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Sobre David Simon y su nueva miniserie “La ciudad es nuestra” (“We Own This City”)

Este lunes 25 se estrena en HBO y HBO Max el nuevo proyecto de uno de los más importantes autores de los últimos tiempos como el creador de The Wire.

Publicada el 22/04/2022




(Este texto se publicó previamente en el marco de la columna Más allá de los algoritmos que aparece todos los viernes en la agencia Télam)


En octubre último analizábamos por qué The Wire había sido elegida como la mejor serie del período 2000-2021, según una encuesta realizada por la BBC británica entre 206 especialistas de todo el mundo, superando nada menos que a Mad Men y Breaking Bad.

Si The Wire es para muchos la serie más importante de este siglo, su creador (David Simon) probablemente sea el showrunner más prestigioso de la actualidad. Sus proyectos no son los más caros ni los más populares ni tienen a las máximas estrellas de la industria, pero siempre son reconocidos por su sello, su inteligencia, su jerarquía y suelen marcar tendencias que luego otros aplican en series con aspiraciones más masivas.

El término showrunner se utiliza en el universo de las series para designar al guionista estrella que es también el productor general, el supervisor y el responsable final frente a la cadena o servicio de streaming que lo contrata. En algunos casos, como Vince Gilligan y Peter Gould en el combo Breaking Bad-Better Call Saul, hasta se animan a dirigir algunos espisodios.

Durante muchos años los críticos se negaron a analizar a los showrunners en términos autorales, categoría que sí utilizan de forma habitual desde la cinefilia. Nadie duda de que Woody Allen, Jean-Luc Godard, Quentin Tarantino, Lucrecia Martel o Pedro Almodóvar son autores. Pues bien, Vince Gilligan y David Simon también lo son, solo que en el mucho más difuso mundillo de las series.

Y David Simon es nuevamente noticia por estos días porque este lunes 25 se estrenará tanto en HBO (cadena que ha financiado casi todos sus proyectos) como en la plataforma de streaming HBO Max La ciudad es nuestra (We Own This City), una miniserie de seis espisodios de una hora cada uno que creó junto a su habitual socio George Pelecanos y que filmó en todas sus partes Reinaldo Marcus Green, quien venía de dirigir la nominada al Oscar “Rey Richard: una familia ganadora”.

Si bien desde que The Wire terminó en 2008 Simon concretó múltiples y elogiadas series como Generation Kill, Treme, Show Me a Hero, The Deuce y The Plot Against America (todas disponibles en HBO Max), muchos esperaban un proyecto como La ciudad es nuestra, que puede verse como una secuela no oficial de aquel consagratorio trabajo.



No, en La ciudad es nuestra no trabajan ni Dominic West, ni Idris Elba, ni Michael B. Jordan pero el ambiente es el mismo (la policía, los funcionarios y la Justicia) y, claro, se repite la ciudad, la siempre convulsionada Baltimore, que con apenas 620.000 habitantes tiene una de las tasas de crímenes más altas de los Estados Unidos.

De formación periodística (se desempeñó durante 13 años, entre 1982 y 1995, en la sección Policiales en el diario The Baltimore Sun), Simon escribió varios libros de investigación hasta que comenzó a incursionar también como guionista en series como Homicide: Life on the Street (1993-1999).

Y precisamente sobre un libro escrito por otro veterano cronista del Baltimore Sun como Justin Fenton está basado La ciudad es nuestra. Fenton investigó en profundidad uno de los casos de corrupción más impactantes de la historia policial de los Estados Unidos, que terminó en 2017 con una decena de detectives condenados a entre 10 y 25 años de prisión por constantes abusos a la población civil, pero sobre todo por quedarse de forma habitual con armas, drogas y dinero incautados a los narcos en distintos operativos en zonas de monoblocks.

Si bien se trata -como en casi todos los proyectos de Simon- de una apuesta coral con un seguimiento minucioso del día a día de los policías en las oficinas y las calles, de sus superiores que deben lidiar con el poder político, de los funcionarios del Departamento de Justicia y de los agentes del FBI que llegan para investigar de forma independiente el caso, hay en “La ciudad es nuestra” un personaje central que es el Wayne Jenkins de Jon Bernthal, uno de los agentes corruptos de la Task Force de Baltimore. La acción principal transcurre en 2017, cuando todo el sistema podrido es revelado, denunciado y castigado, pero los constantes flashbacks de la serie nos transportan al pasado de los personajes y los momentos donde ocurrieron los hechos más violentos y desgarradores.

Algún escéptico podrá argumentar que ese nivel de degradación es similar al que suele denunciarse dentro de cualquier órgano policial de cualquier ciudad y, en ese sentido, por qué debería interesarnos la dinámica interna del departamento de Baltimore, pero la respuesta hay que buscarla -claro- en las dimensiones y alcances de David Simon como showrunner. Sus series (y La ciudad es nuestra no es la excepción) tienen una profundidad psicológica, un rigor en la construcción de mundos propios, y una narración tan alejada de la demagogia y los lugares comunes de las series contemporáneas que sus proyectos demandan un compromiso, una paciencia y una atención que buena parte del público actual, tan dominado por la ansiedad y la impaciencia, no está dispuesto a conceder. Pero, una vez sumergidos en ese micromundo y aceptadas sus convenciones, la recompensa tras las seis horas de La ciudad es nuestra resulta extraordinaria.

La serie puede defraudar a quienes busquen espectaculares y coreográficas escenas de acción (las explosiones de violencia son aquí limitadas, secas, crudas y brutales, sin ningún grado de estilización, virtuosismo ni regodeo) y a quienes estén acostumbrados a constantes impactos y golpes de efecto. La ciudad es nuestra gana en su paciente entramado, en su acumulación, en su preocupación por el detalle y el verosímil, en su espíritu documentalista incluso dentro del ámbito de la ficción. Todo está precisado hasta niveles de obsesión enfermiza, su realismo conmueve, la verdad se impone y Simon demuestra que no tiene demasiados equivalentes ni parangones en la actualidad a la hora de exponer las contradicciones y miserias de las instituciones públicas, el racismo extendido, la hipocresía y la doble moral de la sociedad estadounidense.

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