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Cuando la experiencia en cine ya es una quimera
Por Víctor Esquirol
Tras la masiva exhibición de The Green Knight, de David Lowery, en el Festival de Sitges, la película fue directo al streaming. El VOD avanza y las salas solo van a lo grande y lo seguro.
En el momento de empezar a escribir esta columna, se cumplirán ya dos semanas desde que pude ver por primera vez El Caballero Verde (The Green Knight), de David Lowery. Desde entonces, mi mente ha estado permanentemente ocupada (invadida, se podría decir) por la imponente partitura de Daniel Hart, por la inesperada revelación de la gravedad en el rostro de Dev Patel, por las visiones imposibles de unos gigantes de fisionomía casi-extraterrestre, por las piruetas narrativas de un autor decidido a erigirse en uno de los grandes poetas del tiempo dentro del medio cinematográfico… Por todos los motivos que me llevan a considerar esta libre interpretación del mito artúrico como una de las mejores películas del año.
Pero esta vez me gustaría aprovechar este espacio no tanto para hablar de las virtudes de una película (por mucho que me lo pida el cuerpo), sino más bien para comentar lo que esta, de manera involuntaria, apunta sobre el momento histórico en el que nos encontramos. En España, que es donde vivo, El caballero verde está ocupando estos días buena parte del debate cinéfilo, en el seno de una crítica que evidentemente se halla dividida entre admiradores y detractores… pero cuyos bandos coinciden en lamentar el hecho de que dicha propuesta no vaya a poder ser descubierta en una sala de cine.
Debo decir que fui uno de los afortunados que tuvo su primer contacto allí mismo, además en el escenario inmejorable del Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges, ese certamen en el que, hará ya cuatro años, tuve también la suerte de descubrir A Ghost Story, aquel precioso cuento existencialista en el que Casey Affleck recorría el universo (y sus correspondientes océanos de tiempo) envuelto en una sábana agujereada. El evento catalán, que en los últimos días de su 54ª edición ya pudo disponer del 100% en el aforo de sus salas, colgó el cartel de “completo” en las tres proyecciones de El caballero verde, inmejorable film de clausura.
O sea, que en total debimos ser poco más de 1.000 personas las que pudimos disfrutar por adelantado de una película que, como decía, ya está -legalmente- disponible en territorio español. Lo que pasa es que ahora mismo esta solo puede verse a través de Amazon Prime Video (N. de la R.: en América Latina no está disponible en esa plataforma de streaming); o sea, en casa; o sea, lejos de ese lugar que hasta no hace mucho se consideraba como la mejor vía para entrar en contacto con una película. Antes, la vida de estas echaba a andar en la pantalla grande y con el tiempo se consolidaban (o al revés, se desvanecían) en función de su comportamiento en el mercado doméstico.
Pero Sitges, por ejemplo, nos dio el año pasado un muy ilustrativo caso de sobre hasta qué punto el ciclo se ha podido invertir en estos últimos años. Me refiero a Host, una de las sensaciones del cine de terror de 2020; una historia de fantasmas que bebía, principalmente, de las claustrofóbicas circunstancias brindadas por el confinamiento al que nos forzó la pandemia del coronavirus. El caso es que ese film, grabado juntando las soledades conectadas de sus actrices, fue coherentemente concebido para ser consumido durante ese mismo encierro y, claro, ahí las plataformas online de descubrieron como el hábitat natural de la propuesta.
Shudder, ese catálogo digital dedicado al cine de género, fue la cuna del fenómeno y, aun así, dio la sensación de que hasta que este no se enfrentó a la puesta de largo (¿o prueba de fuego?) de una proyección en una sala de cine (el cine Prado fue el escenario elegido, en el marco de la sección Seven Chances, suerte de “Semana de la Crítica de Sitges”), no acabó de adquirir la entidad que se merecía. Ahora la pantalla grande serviría no tanto como marco para presentar a un nuevo mito de la constelación-cine, sino más bien para confirmar su brillo. Esto sucedió, cabe recordarlo, en el mismo certamen que tres años atrás (esto es, en 2017) reservó un hueco al Okja, de Bong Joon-ho, producción de Netflix que había desfilado previamente por Cannes (qué tiempos aquellos) y que para cuando llegaron las fechas de Sitges, ya constaba en prácticamente todos los países (España inclusive) donde operaba y sigue operando el gigante del VOD.
Entonces, ¿por qué se decidió invitar a una película que en aquellas alturas ya era de “dominio público”? Porque la organización de Sitges entendió que no era lo mismo vivir la experiencia en el hogar que hacerlo en compañía de centenares de espectadores entregados a la causa (la parroquia de Sitges siempre se comporta así). Entendió, además, que un festival debe servir también para defender una experiencia cinematográfica que, desgraciadamente, y al menos en su territorio, se está contagiando del conservadurismo al que también invitan unos tiempos cada vez más marcados por la incertidumbre. Ahora mismo, la taquilla da la razón solo a las apuestas más seguras: a aquellas películas “demasiado grandes para fallar”.
Es como si viviéramos el reveso oscuro del sueño húmero de Christopher Nolan: las salas de cine como patio de recreo exclusivo para las producciones técnicamente más dotadas. Adaptaciones colosales de textos de Frank Herbert, misiones para salvar el mundo y para despedirse de Daniel Craig en el esmoquin de James Bond, y seguramente, epopeyas divinas a cargo de la factoría Marvel. Ahí los números cuadran; ahí el espectáculo puede vivirse en todo su esplendor. A todos los demás, por lo visto, les queda Internet; los interminables dominios de un VOD cuya guerra desatada entre sus principales actores (a cada cual más glotón) ha proporcionado huecos a producciones que, en otro contexto, muy difícilmente habrían podido llegar a un público (el que sea).
Pienso, por ejemplo, en cómo Netflix adquirió los derechos de distribución internacional de una película tan tortuosa y “antipática” para los gustos del gran público como El discípulo, del indio Chaitanya Tamhane, una de las pocas propuestas realmente estimables de la desastrosa edición del Festival de Venecia del año pasado. Sorprende, efectivamente, ver perdida en medio de un catálogo que en términos generales es tan contrario a las tesis que defiende una película tan pausada, tan ardua, tan amarga… tan fuera del lugar y de los tiempos en los que le ha tocado existir.
Pero ya se sabe, la oferta de estos ya-no-tan-nuevos proveedores de cine tiene que seguir creciendo, y es por esto que por el camino pueden entrar en la ecuación títulos tan “insignificantes” (en términos de presupuesto de producción y/o de audiencia potencial), que a Netflix, Amazon, HBO (Max), Disney+ o Apple TV+ no les debe costar prácticamente nada hacer el gesto para contar con ellas. Porque a malas, su adquisición va a sumar prestigio a una oferta que tiene en la búsqueda caprichosa de este activo una línea de programación que, ya se ve, cubre las carencias de una cartelera en horas bajas.
Porque incluso en el contexto pre-pandémico, hubiera sido muy extraño (casi impensable) ver El discípulo teniendo un estreno comercial en pantalla grande… como igualmente increíble, ya que se ha nombrado a la “manzana”, hubiera sido la alianza de Tom Hanks con Apple, que de momento ya nos ha dado el bélico Greyhound: En la mira del enemigo, de Aaron Schneider, y la ciencia-ficción de Finch, de Miguel Sapochnik, dos propuestas que, una vez más, hasta no hace mucho lo tenían todo para encontrar su espacio en las salas de cine. Un actor oscarizado de carisma impecable, una factura técnica solvente, y, por supuesto, una premisa sobrada de gancho. Pero ni con estas.
Ni con Robert Pattinson ni con Adam Sandler les bastó a los hermanos Safdie (a Good Time: Viviendo al límite y a Uncut Gems / Diamantes en bruto me refiero) les bastó tampoco para llegar a nuestras salas. Pues con David Lowery y su “caballero verde”, sucede lo mismo. Tiene detrás el sello de calidad A24, cuenta con caras tan conocidas (o ahora tan de moda) como Dev Patel, Alicia Vikander, Sean Harris, Joel Edgerton o Barry Keoghan… y, sobre todo, propone una serie de imágenes (y de sonidos, y de melodías) que piden a gritos ser disfrutadas en pantallas no grandes, sino ya directamente gigantes.
Pero no ha podido ser. Porque más allá del oasis festivalero, el mundo está como está; porque los modelos en el consumo de cine ya hace tiempo que nos dirigían hacia el punto en el que ahora mismo nos encontramos. “Es lo que hay”, se oye mucho estos días en Barcelona y, sí, toca lamentar, una vez más, la ocasión perdida de disfrutar, en condiciones -presuntamente- óptimas, de una de las mejores y más espectaculares películas del año. Pero también toca celebrar, por aquello de consolarse, la posibilidad que se nos ha ofrecido de verla en bucle. Una y otra vez, non-stop. Porque las filigranas temporales de Lowery lo merecen; porque es el espíritu de nuestra era.
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Disculpas que siga el tema, pero me quedé pensando en varias cosas así que, ya está el espacio, me explayo. Gracias a Diego por la oportunidad, y a Ricardo por motivar el debate. a) quedó claro que no prefiero una cosa a la otra sino que son experiencias distintas, para mí. Que una TV en casa es tan imponente como el cine mismo. Que lo colectivo no es lo que dictan los dueños de las multisalas y que ver no hay que confundir ver cine "a lo grande" con seguir la lógica de los empresarios del rubro. Que ellos se defiendan solos porque defienden lo suyo, lo cual es lógico. El cine tiene muchas plataformas. Aún hay gente que añora el vinilo o el CD existiendo Spotify... es algo rarísimo. Prefieren pagar más por menos... Un disparate. b) lo que me parece que es central en el texto de Esquirol es lo que él mismo dice: que fueron 1000 los que vieron The Green Knight. Pareciera a priori que quisiera que fuera más masiva la experiencia... pero no está viendo que sí lo es: en España se puede ver en Amazon Prime Video y acá ya se verá dónde (yo la vi en un sitio "trucho", pero estoy suscrito al que se rumorea que la comprará, así que...). En definitiva, digo que el planteo de él es elitista porque no defiende el cine masivo sino "su forma" de ver cine en pantallas. ¿Acaso ver esa película en streaming no es "cine? Mmmm. En todo caso que critique al capitalismo, puesto que todo es rentabilidad, desde ya. Así era antes .c) ¿Por qué nadie decía cosas parecidas cuando una película que no pasaba por los cines iba directo al videoclub? Bah. se decía al principio, pero luego se hizo costumbre ir al videoclub y listo el pollo. Se naturalizó un hábito. Las plataformas de streaming son hoy como los videclubs de los 80 y 90. Salvo que con a un click de distancia, en nuestra propia casa (o en el bolsillo) y con enormísima mejor calidad, y más barato. Y ni hablar si tenemos Chrome Cast o si ponemos la peli en la compu, y la enchufamos con un cable HMD4 al televisor-pantalla grande at home. ¿Vamos entonces a llorar por el cine multipantallas que pasa todo Marvel? ¿Qué cine de pantallas, insisto, defienden, debajo del argumento aparentemente artístico pero que en el fondo es conservador y elitista? No veo una crítica a la lógica ultramercantil de distribuir cine; sólo una queja porque se pierde lo que les gustaba (a los Esquiroles). Nunca le vi al maestro Battle decir esas cosas: toma muchísimas más variables. d) no olvidemos que, si todo para los empresarios del cine es rentabilidad, y obvio que no van a programar algo en un cine que les dé pérdida... eso era antes de la pandemia así, y nadie se quejaba demasiado. Lo que pasó es que eso se acentuó por la pandemia y por el peligro posible de ir al cine en medio del COVID (no me vengan con que el cine y el teatro no son riesgosos: todo espacio cerrado es foco de transmisión, y en el cine la gente se baja el barbijo, se ríe, COME, etc). Insisto, dejemos a los CEO de los multihoys que defiendan su negocio... defendamos al cine, que es mucho más que aquéllo. e) SI las salas van a lo seguro... ¿cómo es la rentabilidad de las plataformas para que sí garanticen estrenos importantes ante la falta de cine? Lo que podría analizarse en serio es cómo cambió la lógica del negocio ante la falta de estrenos por muchas razones, y entre ellas LA PANDEMIA. Lo mismo que Spotify. Eso no está del todo analizado. Que en el futuro podamos ver cine donde queramos... o podamos. ¿Acaso todas las películas de Bergman o Kurosawa se estrenaron en salas en su tiempo? Ya el problema era de antes; la culpa no es del streaming... pero el streaming democratiza mucho más de lo que cercena... Y eso no es dejar de ver lo nocivo del algoritmo.
Ah, me olvidaba: si uno de los focos -poco claro- es la "arbitrariedad" de quienes compran filmes en las plataformas y de cómo el público queda atado a decisiones comerciales sobre lo que puede o no puede ver en sus casas... misma lógica le cabe al cine de pantallas, al cine de cable y hasta al cine por suscripción casera. 1) El trillado argumento de "esta película es tan impactante que es para sala grande" es lógico si lo da el CEO de la Hoyts de turno. Un crítico de la cultura que se precie de ponerse del lado del público, por ende del espectador (que no es solo un consumidor sino un ciudadano) debe evaluar todas las variables. Que yo sepa, si voy a una casa de electrodomésticos, y compro un televisor de gran dimensión, puedo ver una película en mi casa con una calidad sonora y visual hoy incomparable. Rebatido ese eje. Y no defiendo el cine en forma individualista; todo lo contrario. Porque... 2) ¿Que el cine vale por la experiencia "colectiva" de ver con otros? ¿Qué otros, los que mastican popcorn, hablan todo el tiempo, gritan, y a quienes no conozco? Mmm, eso no es una experiencia "colectiva". Es una forma de consumo de cine nacida con el cine mismo pero transformada en un simple acto de consumo de cine como si fuera comida rápida. Lo colectivo es más complejo y diverso. Ej: en 2016 yo vi en Purmamarca, proyectada en la fachada de una centro cultural frente a la plaza principal, un clásico del cine argentino de los '90 y luego un estreno... El público era el pueblo mismo... en su localidad. Y se pagaba un bono contribución para la municipalidad, que a su vez había comprado los derechos de tales filmes para ese evento realmente colectivo. 3) Me parece que se confunde defender el cine con defender formas de consumo puntuales... pero sabemos que el consumo se transforma con cada época... pero las artes no desaparecen. El miedo a lo que se transforma es el problema.
Hola, Ricardo: gracias por tu respuesta. No hablaba de lo que me interesa a mí o no... si no del "barrenado" de ejes que aborda el Sr. Esquirol en sus textos si un orden argumentativo. Además, en sus críticas omite los argumentos de las películas, algo muy posmo pero que, como dije arriba, no es la forma de trabajo de los maestros críticos mencionados. No digo spoilear: digo tirar mínimas claves del argumento del film que se reseña. No hacer eso es escribir textos brumosos. Esto de acá arriba no es una crítica sino una nota de opinión pero fijate que de entrada no deja bien clara su tesis u opinión sino que va salpicando el texto de ideas fragmentarias sin unidad. Eso en escritura se llama "falta de cohesión". Insisto, no hablaba de mí sino de este texto, pero ya que me preguntás respondo que soy periodista de cine y series y me encanta ver cine en pantallas. Ahora, ¿qué experiencia de cine estamos defendiendo? ¿Las de las multipantallas para pagar por una película-tanque pasasista lo que por la mitad de precio vale una suscripción a una plataforma para poder ver... incontables opciones? Algunos o algunes hablan de la añoranza del cine como si se tratara de un cineclub de los 90... y no un espacio donde lo que más se programa son tanques de Marvel. Seamos sinceros. No creo que "ver cine en el cine" se contraponga a ver cine donde sea... Dejemos a las distribuidoras que hagan bandera nostálgica (o no) de su negocio. No necesitan de nadie para que defienda su lógica comercial. El cine es un arte, y, aunque cambien los dispositivos y los soportes, las artes no mueren: mutan. Mismo llanto hacían los adalides de la radio cuando surgió el cine... ¿Acaso la radio desapareció? Aguanten todos los cines posibles en todos los soportes que existan, y que cada quien elija...
Hola Patricio. A mí, por el contrario, me parece muy clara la tesis de esta columna de Esquirol y muy buenos sus textos críticos. Y, sí, defendemos la experiencia del cine en el cine. No que sea la única, pero que no desaparezca esa alternativa. Evidentemente, te interesa solo el streaming hogareño con sus algoritmos y sus contenidos de fórmula. Toda una experiencia degradada. En fin...
Las opiniones son siempre respetables. El tema es que acà no se sabe bien cuál es la tesis o eje del texto. No lo enuncia de entrada, no lo desarrolla y no lo resuelve. Es más un paneo por ideas sueltas llenas de demostraciones de sapiencia cinéfilo-académica. Lo mismo que el Sr. Esquirol hace en sus críticas, siempre un plomazo (y en las que nunca sintetiza el argumento de las películas). El que lee o la que lee siempre se quedan perdidos. Son textos aburridos y poco enfocados. Nada que ver con las notas de los maestros Batlle o Lerer... ¿Piensa Esquirol en que los cines deberían volver masivamente? ¿Defiende las plataformas para el cine no mainstream? ¿Tiene nostalgia de aquello que jamás sucedió o mira mañanas mejores, como todo crítico de un arte siempre trata realmente de hacer? Texto confuso, desordenado, de ideas sueltas y poco claras.