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Doc Buenos Aires 2019: 12 recomendaciones de su director artístico

Por Roger Koza
Un repaso por varios de los films que no habría que perderse en la 19ª edición del festival dedicado al cine documental.

Publicada el 10/10/2019

Nota 1: La siguiente guía de recomendaciones no incluye títulos argentinos, pero es un orgullo que este año haya tres estrenos mundiales de películas nacionales.

Nota 2: Los textos pertenecen al catálogo del DocBuenosAires 2019.


12 recomendaciones de Roger Koza:

-Pirotecnia (Colombia), de Federico Atehortúa Arteaga. La ostensible virtud política de esta ópera prima reside en haber forjado un modo de representar la violencia sistémica de la historia de Colombia sin ser estéticamente cómplice de esta. El 6 de marzo de 1906 cuatro hombres intentaron asesinar al presidente Rafael Reyes. El registro fotográfico del fusilamiento de los responsables y la reconstrucción posterior de los hechos precedentes, fotografiados como si se tratara de un registro auténtico, dieron lugar al concepto de “falso documento”, una categoría con la cual se puede leer la historia del siglo XX del país y asimismo la del propio film, que emplea lúcidamente esta poética de la indeterminación de lo real para cuestionar el esta- tuto epistemológico de cualquier imagen. Con estos materiales, Pirotecnia examina la historia del cine y de Colombia como una ubicua operación de montaje, y a este procedimiento añade la enigmática mudez de la madre del director (y también del guio- nista), acaso un síntoma de un país sumido en la falsificación.


-Dios (Chile), de Christopher Murray, Israel Pimentel Bustamante y Josefina Buschmann. Entre el 15 y el 18 de enero de 2018, el papa Francisco visitó Chile. Murray, Bustamante y Buschmann, junto con otros directores, acopiaron planos diversos sobre la fugaz presencia del pontífice. La naturaleza observacional de Dios podría haber debilitado el registro respecto de la complejidad del evento y las múltiples percepciones posibles, pero el rigor de los planos elegidos, como también la inteligencia del montaje, conjuran tanto la burla como el fanatismo, lo que no significa que el film no entregue algún plano de gran comicidad y otros en los que el fervor religioso resulta una legítima forma de estar en el mundo. El absurdo de toda la empresa detrás de la visita acecha cada tanto, y la crítica política también. Sin embargo, el film no desdeña la secreta experiencia que una persona puede creer tener con Dios, y por esa razón regala uno de los planos más hermosos en la materia: una mujer reza en una capilla muy humilde a su Dios, lejos de la histeria teológica de sus compatriotas.


-Can Limbo (España-Chile), de Martín Baus.  El movimiento define la vida de los migrantes; a contraposición de ese dato innegable, la poética elegida por Baus se erige en la quietud: los enigmáticos planos fijos reúnen fragmentaria- mente las memorias de una familia que dejó España a mediados del siglo pasado para radicarse en Chile; a largo plazo, no fue negocio: lejos de Franco, no mucho después, llegó Pinochet. Sobre ese telón de fondo histórico se recuerdan terremotos, el golpe de Estado en Chile de 1973, el sitio de Barcelona de 1713-14, las fiestas familiares y los avatares de la vida económica, en contrapunto a ciertos momentos de la vida cotidiana que irradian un misterio acompañado por hermosas piezas musicales y acentuado por fundidos en negro que permiten oír los sonidos de la naturaleza o fragmentos de programas de radio en los que se filtran los prejuicios de los españoles sobre los musulmanes. El film es un enigmático collage de estratos de memorias y percepciones del presente.


-A rosa azul de Novalis (Brasil), de Gustavo Vinagre y Rodrigo Carneiro. Marcelo Diorio discurre sobre todo: el placer del cuerpo, la genealogía de su preferencia sexual, el incesto, la muerte de su hermano, la relación con sus padres. Asimismo, puede interpretar la relación intrínseca entre la muerte y cualquier vida ilustre que triunfa como una idea, como en el caso de Nina Simone, pasearse desnudo, tomar un baño de culo con leche de almendras, ser cogido y afirmar sin vacilar que él en otra vida fue Novalis, el gran poeta romántico alemán. La libertad desafiante del retratado tiene su correlato en la poética del film, capaz de sorprender con episodios representados de la vida de Marcelo, como también escenificar ingeniosamente un sueño o combinar un razonamiento teológico con el travelling más libidinoso que jamás se haya filmado. La intensidad de “Novalis” disuelve su ostensible narcisismo en un striptease existencial descarnado acerca de la identidad de un hombre nacido en 1980 que glosa una expresión del deseo masculino en total consonancia con el presente: un tiempo en el que la identidad (sexual) desconoce cualquier tipo de sujeción al esencialismo metafísico.


-Gulyabani (Turquía), de Gürcan Keltek. La carta elegíaca de una madre a su hijo reúne dolorosos recuerdos personales atravesados por la violenta historia de Turquía en el siglo XX, leída o más bien recitada por la voz de una mujer que podía adelantarse a los acontecimientos del futuro. Sobre la voz de Fethiye Sessiz, o simplemente Gulabyani, Keltek añade numerosos planos de hojas flotando en un río de poco caudal, claroscuros de un bosque, montañas desérticas, además de archivos diversos que sugieren, debido a las texturas de la imagen, parajes turcos filmados en el siglo precedente, y que establecen una relación tenue pero reconocible con las descripciones y confesiones dirigidas al hijo. El interés recurrente de Keltek por filmar las relaciones entre palabra, subjetividad, historia y política, a veces en consonancia con fenómenos cosmológicos, permanece vigente en este collage íntimo en el que se aprende a conocer una tradición distante, matizada por las constantes universales de la vida humana y no exenta de desgracias y misterios.


-Nakorn-Sawan (Tailandia), de Puangsoi Aksornsawan. La joven directora tailandesa radicada en Hamburgo visita a sus padres en un pueblo de Tailandia. A la alegría del reencuentro se suma el placer de observar un estilo de vida en consonancia con el ecosistema. Nada indica en los primeros minutos, que se limitan a retratar la serenidad de una pareja, el poco tiempo de vida que le queda a la madre de la directora. ¿Cómo filmar entonces el inminente desembarco de la muerte, su irreversible triunfo? Desestabilizando el registro documental, no comple- tamente, a través de una ficción circunscripta a un elegíaco ritual budista en el que una directora de cine despide desde una pequeña lancha en el río Phraya a su madre fallecida. Más que concebir un film híbrido, se podría conjeturar que la ficción imaginaria que va en paralelo a la situación de la madre es aquí un documental sobre el invisible trabajo del duelo de la propia realizadora, lo que prodiga varias secuencias de una gran amabilidad que conjuran las consecuencias sufrientes del dolor sin negar la tristeza de la pérdida.


-Compañía (Bolivia), de Miguel Hilari. Glosar en pocos minutos un territorio, delimitar un ecosistema, reunir signos que los identifiquen, como la relación con los muertos, la compasión por los animales, la preparación de alimentos, las danzas antiquísimas, la interpretación de los sueños, la fe de una población, heredera de una cultura ancestral, por un Dios invisible, del que apenas se tienen noticias desde fines del siglo XV: todo eso sucede en este nuevo film del director de El corral y el viento, quien trabaja sensiblemente en una tradición del cine etnográfico capaz de revelar una forma de vida sin mistificarla. ¿En dónde sucede este viaje breve y sus- tancial? Fundamentalmente, en un pueblo boliviano situado casi en el cielo, epicentro de este amable retrato coral, en el que se adivina una confrontación entre lo eterno y lo efímero, lo propio y lo ajeno, lo añejo y lo moderno. Como Hilari es un magnífico recolector de instantes hermosos, hay planos inolvidables, entre ellos, aquellos en los que un pueblo entero baila moviéndose entre las nubes.


-Las dos ejecuciones del Mariscal (Rumania), de Radu Jude. “Una comparación”. Esta precisión que el rumano Radu Jude adjunta al título de su breve e inquietante documental parece remitir a un material de estudio. Se trata, en efecto, de un montaje comparativo, concebido sin planos originales. De un lado, el registro silente de las ejecuciones, en 1946, del mariscal Ion Antonescu y tres de sus camaradas. Del otro, una ficción que recrea esas ejecuciones rodada en 1993 con el propósito de reivindicar el nombre de Antonescu. La película puede ser vista como un recurso para editores y montajistas que ilumina la centralidad de sus oficios en relación con la creación de sentidos, pero también reviste un interés acerca de los usos de la Historia y de los procedimientos de construcción del saber histórico. Sin embargo, todavía es posible decir otra cosa acerca del título: Jude, sin ambigüedades, establece “dos ejecuciones”, lo que sugiere que el registro directo de los hechos y su recreación posterior pueden ser situados en un mismo plano de realidad. Con certeza, una decisión incluso más provocadora y quizá desconcertante.


-De la cuisine au parlement (Suiza), de Stéphane Goel. Stéphane Goël pone en escena a las mujeres. Ellas y las tensiones sociales políticas y económicas que generan. Las mujeres y el movimiento, también sus cuerpos en acción: en sus casas haciendo las múltiples tareas domésticas, en sus trabajos y en la lucha por conseguir el voto femenino. Este es el recorrido de los cuerpos de las mujeres que atraviesan múltiples obstáculos, el primero los hombres y su poder patriarcal, después ellas mismas y su apego a un modo de vida que ya va siendo del pasado. Goël documenta la historia de una Suiza que se niega a darle a sus mujeres poder político y con él, el acceso al voto. Es interesante el mecanismo empleado: imágenes de archivo se mezclan con publicidades de cada uno de los momentos que retrata, publicidades que, siendo la columna vertebral de la sociedad de consumo, tiene a las mujeres como sus principales rehenes y a la vez aliadas. Este mundo del consumo se astilla cuando las mujeres acceden lentamente al poder político.


-Olanda (Alemania), de Bernd Schoch. Nunca es fácil poder seguir el encadenamiento del trabajo, porque la relación que se establece con los objetos y todas las cosas se desentiende de cómo llegaron a ser lo que son. Los hongos y los arándanos que se pueden comprar en un negocio están disociados de la labor que permitió que se exhiban en una góndola para su consumo. A Schoch le interesa justamente reconstruir lo que las elipsis de nuestro entendimiento prefieren ignorar, y es así que sigue rigurosamente a un conjunto de trabajadores, algunos en compañía de sus familias, mientras recogen en los bosques de los Cárpatos hongos y frutas, eluden los controles policiales, rezan cada tanto, juegan en los tiempos de ocio y se entregan al placer de la conversación. En tres ocasiones, Schoch irrumpe estéticamente: una combinación de planos detalle del suelo y otros generales de las estrellas contextualiza el trabajo perpetuo de sus protagonistas y le confiere misterio y hermosura, más allá de la lógica de la supervivencia que determina la cualidad de los días.


-Commander Khawani (Francia), de Florent Marcie. Un grupo de soldados estadounidenses va entonando los clásicos cánticos de entrenamiento y vemos que cruzan la calle Disney. Lo curioso es que no nos encontramos en Orlando, Florida; sino en la base aérea de Bagrán, Afganistán. 20 años atrás en ese mismo lugar, el Comandante Khawani y sus hombres se preparan para un enfrentamiento. La primera parte de la película es el de la vida cotidiana y hasta familiar, una serie de tiempos muertos interrumpidos por ráfagas de ametralladora, explosiones de morteros y ataque aéreos, tomados con total naturalidad por los muyahidines. Todo es registrado por la cámara nerviosa de Marcie, que de tanto en tanto introduce algunas imágenes enrarecidas, la mirada de un extranjero, acaso de alguien que cree estar metido en una increíble dimensión paralela. Luego de que presenciamos la sangrienta contienda y el precario viaje en moto hacia Kabul, una travesía por las trágicas carreteras afganas, entendemos a la perfección que la única manera de terminar la película era con esa vieja canción canadiense que el director tarareaba por aquellos días.


-Itchkéri kenti - Les fils de l'Itchkérie (Francia), de Florent Marcie. En plena Primera Guerra Chechena, Marcie se entremezcla con los combatientes de la resistencia y asimismo comparte mucho tiempo con una gran cantidad de civiles que son testigos de una invasión militar e imposición política por parte de los rusos, a quienes juzgan incluso peor que los nazis, asesinos de inocentes unas décadas atrás. El registro preciso de los espacios públicos derrumbados y los interiores domésticos, la interacción amable con los chechenos de todas las edades, el suministro de información relevante sobre el conflicto y el austero empleo de viejos archivos fílmicos transmiten la desesperación del momento y sintetizan los atributos del pueblo checheno. Asimismo, el brillante uso de fotografías fijas distancia la típica recepción frente a la crónica diaria e insta por otra sensibilidad gracias a esa modificación mínima de poética, lo que facilita empatizar con el pueblo sojuzgado militarmente y asombrarse por la vitalidad y la alegría intermitente con la que atraviesa un período político sombrío de su historia.


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