Cine en Casa
Crítica de “Mudo” (“Mute”), de Duncan Jones (Netflix)
La nueva película original del gigante del streaming es -al igual que Bright y The Cloverfield Paradox- una absoluta decepción. Otro paso en falso del hijo de David Bowie, que había generado muchas expectativas con su notable ópera prima En la Luna (2009) y la valiosa 8 minutos antes de morir (2011) y fracasó luego con Warcraft: El primer encuentro de dos mundos (2016).
Quiso filmarla cuando tenía 30 años y lo logró recién con 46. Mudo (Mute) es un proyecto muy anhelado por este cineasta inglés que iba a estar ambientado en la Londres contemporánea y terminó transcurriendo en una Berlín futurista (la acción se desarrolla en 2050). Gracias a la generosa billetera de Netflix, la película se hizo realidad y -más allá del imponente despliegue de recursos visuales- el resultado artístico es bastante pobre: una suerte de nueva Blade Runner mixturada con una estilización a-la-Nicolas Winding Refn sin demasiadas sorpresas, tensión ni suspenso.
El protagonista del film es Leo (un insípido Alexander Skarsgård), un treintañero de familia Amish que quedó mudo de niño cuando sus padres se negaron a tratarlo en una institución médica tradicional tras un accidente acuático. Tres décadas más tarda, con todos sus prejuicios, traumas y dogmas encima (como el de prescindir de la tecnología), nuestro antihéroe vive solo y trabaja como barman en un club nocturno plagado de mafiosos. Allí conoce a (y se enamora de) una camarera llamada Naadirah (Seyneb Saleh), que a los pocos minutos de película desaparece de forma misteriosa. Durante el resto de la trama Leo se pasará buscándola a ella y a los responsables de su secuestro.
El otro eje del relato, que obviamente se terminará entrecruzando con el de Leo, tiene que ver con las desventuras de dos patéticos ex militares estadounidenses devenidos cirujanos que trabajan para un gángster que domina el mercado negro. Uno (el gran Paul Rudd en uno de sus peores trabajos) tiene una hija a su cuidado y el otro (un también desaprovechado Justin Theroux) es un pervertido al que le gustan las menores.
Nada en esta combinación entre el neo noir, el drama romántico y la ciencia ficción tiene demasiado sentido, demasiados matices, demasiada potencia narrativa ni demasiado espesor psicológico. Duncan Jones desaprovecha un buen elenco, malgasta decenas de millones de dólares y se queda en un mero regodeo estético, en los caprichitos de un nuevo rico: mucho diseño, poco cine.
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