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Crítica de “Duro de cuidar”, de Patrick Hughes, con Ryan Reynolds y Samuel L. Jackson
Se estrenó sobre el final de una temporada veraniega (boreal) con muchos más fracasos que sucesos. Fue recibida con críticas lapidarias y, sin embargo, se mantuvo tres semanas en el primer puesto de la taquilla de los Estados Unidos. Contra todos los pronósticos, esta comedia física de acción tan absurda como sangrienta que bebe de la tradición de las viejas buddy-movies resulta un simpático y eficaz entretenimiento con una punzante dupla protagónica acompañada en personajes secundarios por unos delirantes Gary Oldman y Salma Hayek.
Duro de cuidar (The Hitman's Bodyguard, Estados Unidos/2017). Dirección: Patrick Hughes. Elenco: Ryan Reynolds, Samuel L. Jackson, Gary Oldman, Salma Hayek, Elodie Yung, Joaquim De Almeida, Kirsty Mitchell y Richard E. Grant. Guión: Tom O'Connor. Fotografía: Jules O'Loughlin. Música: Atli Örvarsson. Edición: Jake Roberts. Distribuidora: Energía. Duración: 118 minutos. Apta para mayores de 16 años. Salas: 155.
Fui a ver esta película varios días después de su estreno en los Estados Unidos (a la Argentina llega un mes después que allí) y ya había leído a la inmensa mayoría de los críticos top de ese origen burlarse de ella y despacharse con reseñas incineratorias. Aun dejando por sentado que no se trata de ninguna obra maestra y que en varios momentos es una acumulación de elementos genéricos ya bastante usados, no puedo más que discrepar con mis colegas norteamericanos: Duro de cuidar es una combinación entre esas buddy-movies ochentistas y noventistas, el humor físico de la screwball-comedy, el espíritu del cine clase B y de los dibujos animados a-la-Tex Avery, y las películas de acción sangrientas, autoconcientes y malhabladas (como Deadpool, también con Ryan Reynolds) que funciona bastante bien y entretiene de manera genuina.
No pocos la definieron como una mala copia del cine de Shane Black y Quentin Tarantino, y aunque en la comparación no llegue a esos niveles ni tampoco a las alturas de John Wick y ni siquiera de la reciente Atómica, Duro de cuidar es una película con una narración vistosa y virtuosa, con una dupla (Reynolds y Samuel L. Jackson) con mucha química y con un toque revulsivo y provocador que molestó a los fanáticos defensores de la corrección política, que le cuestionaron que se metiera con atentados terroristas y genocidas.
Pero la nueva película del director de Los indestructibles 3 jamás apuesta al realismo: sus conflictos llevados al terreno del absurdo, sus personajes exagerados hasta lo estereotipado y su apuesta permanente por la comedia negra, estilizada y sangrienta no hacen más que distanciar al relato de cualquier lectura política o correlato con la realidad.
Reynolds es un experto en seguridad privada cuya hasta entonces exitosa compañía en Londres quiebra cuando un traficante de armas japonés de apellido Kurosawa es asesinado delante de sus narices. Devenido en un alma en pena, su Michael Bryce se convierte de príncipe en mendigo. Por su parte, Jackson es Darius Kincaid, un asesino a sueldo encarcelado en Manchester al que le ofrecen testificar contra un dictador bielorruso (Gary Oldman) y con eso lograr la liberación de su esposa (Salma Hayek).
Tanto Jackson como Oldman y Hayek están muy divertidos en sus interpretaciones hiper exageradas que sintonizan a la perfección con el artificio de la propuesta. El resto tiene que ver con adrenalínicas, coreográficas y pirotécnicas set-pieces rodadas en distintas ciudades como Amsterdam (aunque buena parte de la película se filmó en Bulgaria para abaratar costos). Como quedó dicho, no hay nada especialmente innovador en Duro de cuidar, pero constituye un noble y eficaz entretenimiento aun transitando sobre terrenos conocidos.
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