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Bob Balaban, pequeño gigante

Petiso, pelado, de familia judía y casi siempre relegado a papeles secundarios, este sub-Woody Allen se convirtió, sin embargo, en algo así como un padre para la nueva generación de cómicos.

Publicada el 11/03/2014

Publicado el 11/3/2014

No es una estrella ni del todo una celebridad, seguramente no le van a dar el Oscar y además es de esos nombres que hay que googlear para pegarlos a una cara semiconocida que, sin embargo, aparece en todas partes. Pero si hay algo que tienen en común varias películas y series que me gustan es al miope y balbuceante de Bob Balaban. Menos intenso que Woody Allen y algo menos sufrido que Bill Murray, pertenece de una manera un poco más borrosa a ese conjunto de padres y esposos neuróticos y disfuncionales (o a esa variante de los padres que son los psicoanalistas, porque más de una vez le tocó sostener la libretita frente a Nicolas Cage o Lena Dunham), incómodos y siempre azorados con el mundo, que uno no puede dejar de querer a pesar de ser más un manojo de defectos que una espalda fuerte que sostenga.

Balaban, petiso, pelado, de familia judía y con un tío Barney en el pasado que regenteó la Paramount durante 30 años, aunque el actor jura que mucho no se enteró de qué trabajaba el tío, empezó su carrera en 1969 con Perdidos en la noche / Midnight Cowboy más por distracción que convicción (con una escena donde le practica sexo oral a Jon Voight y que, ella sola, le valió una X en calificación a la película). Varios años después fue el intérprete del científico francés François Truffaut en Encuentros cercanos del tercer tipo, ya revestido de ñoñez con la barba, los anteojos y el saco que repetiría en tantos papeles en los años siguientes, aunque más que hacerlo “despegar”, quizás ese papel prefiguró el lugar, lateral y un poco excéntrico, que iba a tocarle casi siempre.




Ya en los’90 Woody Allen lo eligió para Alice y Los secretos de Harry, Seinfeld para hacer de ejecutivo de la NBC en algunos capítulos de su serie, y Christopher Guest para Waiting for Guffman y todas sus películas siguientes, aunque el papel más difícil por las razones más tontas lo esperaba a la vuelta de la esquina: en 1999 fue el padre que abandonaba a Phoebe en Friends, cuando obviamente se necesitaba alguien que fuera lo suficientemente frío como para haber dejado a su familia, pero a la vez lo suficientemente despistado como para que el abandono se pudiera confundir con una distracción, pero a la vez lo suficientemente adorable como para que Phoebe, otra excéntrica, pudiera tenerle pena y perdonarlo un poco. Con pelo largo, bufanda y anteojos, Balaban se apareció una tarde en el Central Perk preguntando por la mamá de Phoebe, y ella lo reconoció enseguida por la estirpe de casi-extraterrestres y casi-dementes que los hace, a los dos, blindados y a la vez tan vulnerables.

Balaban fue papá otra vez en Ghost World (2001), de Terry Zwigoff, plantado frente a una hastiada Thora Birch en el desayuno entre un padre y una hija adolescente sin mucho que decirse, representando de nuevo a uno de esos papás sin consejo que no tienen nada que enseñar ni heredar sino más bien, mucho desconcierto compartido. Pero sensibles, eso sí, en su propia desorientación, al estatuto de siempre perdidos de los hijos. Y otra chica perdida, un poco grandulona ya, que buscaba a su padre, se encontró con la cara de Bob Balaban en Girl Most Likely: ahí es Kristen Wiig la que después de fracasar en Nueva York como dramaturga (más el abandono del novio que pagaba el alquiler) no le queda otra que volver a la casa de la madre en New Jersey. Da la impresión de que, después de agotar otros recursos para hacerse una vida, a Imogene (Wiig) sólo le resta ir a buscar al padre, a ver si en una de esas puede atribuir a la ausencia paterna la culpa de todos los males, o bien hallar un salvavidas. Pero en Maxwell (Balaban) no encuentra ni una cosa ni la otra; a lo sumo un callejón sin salida del que al borde del cinismo, no tiene ninguna disculpa por haber desaparecido de la vida de los hijos y pregunta, casi con inocencia: “¿Necesitás plata?”




Pero incluso con ese papel, Balaban no llega a villano. Más bien hay como una inconsciencia en su cabecita pelada de anteojos de marco redondo, algo de un adulto que creció porque la biología hizo lo suyo, pero él mismo no asumió nada. Algo como burlar el desarrollo previsible del tiempo, que le permite desembocar en el cine de Wes Anderson con un montgomery rojo y un gorrito puntiagudo, explicando en el colorido comienzo de Moonrise Kingdom que “Estamos en la isla de Penzance…”, y lo demás ya lo saben. Balaban (que además de ser lo que en inglés llaman un “character actor” también tuvo un costado más literario, digamos, donde participó en una película sobre Allen Ginsberg con James Franco, dirigió varios proyectos y fue el productor de cine en la ficción y la realidad de Gosford Park, de Robert Altman) fue el narrador de Moonrise Kingdom y acaba de ser absorbido, un poco como lo fue Bill Murray, hacia el universo de Wes Anderson, porque también aparece en El Gran Hotel Budapest haciendo un personaje secundario con esa forma suya de aparecer, como el Wally que uno nunca se pregunta dónde está pero siempre termina encontrando.

Cuando no se lo choca de frente, como en la nueva temporada de Girls, sentado con su planilla y lapicera en el sillón del analista frente a Lena Dunham, para ser una vez más esa especie de padre que comienza hablando desde la altura -o la distancia y la reserva del terapeuta, en este caso-, para ponerse enseguida a la altura de una desequilibrada Hannah Horvath cuando le cuenta, a ella que quiere ser escritora y vender muchos libros, que él también escribió un libro para chicos bastante exitoso sobre un perrito biónico. El libro existe, y de hecho fue una serie de seis libros sobre un perro que se llama McGrowl. Cosas así pueden pasar con Bob Balaban, y creo que algo de todo esto captó Lena Dunham como para ponerlo en el lugar del analista, que es un padre y un dios, y enseguida convertirlo en un autor de libros para chicos, y en un par. Porque Balaban es un poco ese padre que le toca a esta generación: no un gigante, no alguien demasiado alto a quien temer, sino un petiso de anteojos que si no sabe ser padre puede ser por despiste, porque él mismo también está perdido. Y que a lo sumo y como toda falta, te guste o no, te deja crecer solo.

COMENTARIOS

  • fer
    15/03/2014 23:15

    <p>Muy buena nota &iquest;puede ser que los cr&iacute;ticos escriban poco sobre actores? Recuerdo a Cabrera Infante...pero me parece que ac&aacute; no se escriben muchas notas de este estilo...</p> <p>Se agradece.</p>

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