Festivales
Kelly Reichardt y Philip Gröning animan el arranque de la Mostra
Por Manu Yánez Murillo, desde Venecia
-Night Movies, de la talentosa directora estadounidense Reichardt (foto); y The Police Officer’s Wife, del alemán Philip Gröning, fueron las mejores películas de las primeras jornadas de esta 70ª edición del festival italiano, en las que también se destacó (sobre todo en su hora inicial) el film de apertura, Gravedad/Gravity, de Alfonso Cuarón.
-Esta primera crónica exclusiva desde El Lido incluye además el análisis de dos títulos que se exhibieron fuera de la Competencia Oficial por el León de Oro: Algunas chicas, del argentino Santiago Palavecino (se exhibe en la sección Horizontes); y The Canyons, del mítico director y guionista norteamericano Paul Schrader.
Con tres jornadas de la Mostra a la espalda, los augurios no demasiado positivos que me generó el anuncio de la programación, allá por el 18 de julio, parecen irse confirmando poco a poco. A falta de obras maestras de grandes autores –la mayoría optó este año por ir a Cannes–, Venecia 2013 parece aspirar como máximo a reunir una sólida base de films “incontestables” (los de Philip Gröning y Kelly Reichardt, por el momento). Por lo demás, el grueso de las películas vistas hasta la fecha bascula entre lo meramente interesante (el caso de las de Alfonso Cuarón, David Gordon Green o Paul Schrader), lo intrigante (Santiago Palavecino), lo energizante (Sion Sono) y lo mediocre (John Curran, Emma Dante).
La cuestión de los films “incontestables” tiene su miga. Hablo de películas que, sin alcanzar la maestría, exponen sus argumentos formales y temáticos de una manera tan consistente y brillante que no dejan lugar a la sospecha o la desconfianza. El caso de Night Moves, de Kelly Reichardt, es paradigmático. La directora de Old Joy y Wendy & Lucy es la reina del minimalismo narrativo de cimientos realistas. Sus trabajos son todo esqueleto, y cada uno de sus huesos no se limita a cumplir su función, sino que además deja abierta la puerta a un estimulante flujo de interpretaciones. Reichardt es también una cineasta de la transparencia: sus películas tienen un aura enigmática, pero también albergan una primera lectura elemental que certifica su “incontestabilidad”. En este sentido, Night Moves trata sobre dos chicos (Jesse Eisenberg y Dakota Faning) que, empujados por unos ideales nobles –la conservación del medio ambiente–, se adentran en la lucha terrorista, cometen una falta y deben lidiar con las consecuencias de sus actos. Una odisea moral que nos permite disfrutar de la Reichardt más cortante, seca, austera en lo visual –es quizás su película menos bella– y audaz en lo narrativo. Al suspenso, que había sido siempre el arma favorita de la directora de Meek’s Cutoff, hay que sumarle aquí la paranoia, que atormenta al personaje de Eisenberg y que conecta el film con el ciclo de largometrajes paranoicos que invadió el cine estadounidense de los años ‘70.
Por su parte, el alemán Philip Gröning –director del documental Into Great Silence– entregó otra película “incontestable” llamada Die Frau des Polizisten (The Police Officer’s Wife), obra que nos sumerge en la cotidianidad de un joven matrimonio y su hija, que ven cómo la armonía familiar se ve trastocada por la aparición de la violencia. Estructurada en 59 capítulos que suman 175 minutos de contundente metraje, Die Frau des Polizisten es un deslumbrante prodigio formal. La acción transcurre casi por completo en el interior del hogar familiar, pero el escenario nunca deja de resultar misterioso. Este extrañamiento perpetuo viene dado por el sorprendente trabajo de montaje de Gröning, que va entrecortando las secuencias en planos muy breves que, sin embargo, no rompen la fluidez de la acción –un poco a la manera del Faust de Sokurov–. Es como descubrir una nueva perspectiva de nuestra realidad íntima. Una realidad llena de belleza y también de dolor. La película remite al cine gélido de Michael Haneke –sobre todo a El séptimo continente y 71 fragmentos de una cronología del azar–, pero Gröning va más allá, despojando la acción del contexto social, renunciando a buscar los porqués al horror –en la línea de los Elephant de Alan Clarke y Gus Van Sant– y abrazando un cine trascendental que hace germinar en la cotidianidad de los protagonistas un fulgor milagroso.
Más allá de estas perlas, Venecia se ha convertido, hasta el momento, en un auténtico desfile de vía crucis femeninos. Se mire a donde se mire, las protagonistas de la Mostra parecen condenadas a vagar por una tormentosa senda de autoconocimiento. Así ocurre con la Mia Wasikowska de la olvidable Tracks, de John Curran, una película cuyo lugar debería ser el de una sobremesa televisiva y no el de un festival respetable como Venecia. También ocurre con la Sandra Bullock de la más interesante Gravity (Gravedad), de Alfonso Cuarón, una de esas películas en las que los rasgos más interesantes de la personalidad de un director hallan acomodo en las posibilidades ofrecidas por una nueva tecnología –algo habitual en las mejores películas de David Fincher o de la factoría Pixar–. En este caso, la historia planteada por Cuarón y su coguionista (e hijo) Jonás –un convencional relato de hundimiento, negociación de un trauma y resurrección– da pie a una memorable primera hora de película. Un segmento, organizado en extensísimos planos-secuencia digitalizados (es decir, llenos de cortes ocultos), que hace realidad la utopía de representar la ingravidez, o al menos generar en el espectador esa ilusión. Así, en unas coreografías espaciales que harían las delicias de un Brian De Palma o un Johnnie To, Cuarón reinventa el modo en que nos orientamos por la acción: ya no hay arriba y abajo, peso o línea del horizonte: pura virtualidad en prodigioso 3D.
En la mediocre Via Castellana Bandiera, de la dramaturga italiana Emma Dante, no es una sino que son varias las almas en pena. En concreto, dos mujeres que se baten en duelo –en una especie de spaghetti western sin estilo– en una calle de Palermo, en Sicilia. Que la mayor parte de la acción se concentre en una calle estrecha hace pensar en clásicos “comunitarios” como Street Scene (1931), de King Vidor, o El crimen de Monsieur Lange (1936), de Jean Renoir, pero el problema es que Dante descuida dotar de profundidad psicológica a los personajes –buscando quizás acentuar el carácter “cinematográfico” y no teatral de la propuesta–. Así, las criaturas del film acaban deambulando por la acción como arquetipos sin vida, portavoces sin alma del encendido temperamento y el tosco primitivismo siciliano.
Mucho más interesante es el grupo de sufridoras de Algunas chicas, de Santiago Palavecino, un verdadero aquelarre lynchiano en el que también resuenan los ecos del cine de Bertrand Bonello o Jacques Rivette. Las cuatro protagonistas principales del film juegan al gato y al ratón con el espectador, intercambian pesadillas e intentos de suicidio. Olvidada toda lógica racional, la película trabaja a partir de algunos arquetipos de género –la casa del terror, las imágenes proféticas, las figuras espectrales– y de la apelación abstracta a una serie de motivos recurrentes: el juego, el hedonismo y, por encima de los demás, la muerte. Hipnótica y sensorial, las espirales oníricas de Algunas chicas –que está inspirada en la novela de Cesare Pavese Entre mujeres solas– van de lo intrigante a lo sensual, de lo ridículo a lo sublime.
Por último, dejando a un lado a las sufridoras, tenemos la incursión del veterano Paul Schrader en las aguas del cine low-cost de la mano de The Canyons, un film que el mítico guionista de Taxi Driver ha admitido que fue rodado para ser visto en la televisión o en la computadora. La película, que cuenta con un guión del novelista Bret Easton Ellis, se erige en un film noir ambientado en el Hollywood contemporáneo en el que un tipo adinerado y manipulador –interpretado por el actor porno James Deen– se ve atrapado en un truculento triángulo amoroso que completan un joven actor que intenta huir del fracaso y “la chica”, una Lindsay Lohan que escenifica en la ficción su condición de muñeca rota, expulsada del paraíso de Hollywood y condenada a vagar por el purgatorio del post-cine. De hecho, lo más interesante de este film fascinante y fallido es la evocación elegíaca al cine del siglo XX. Schrader interrumpe en varias ocasiones la acción de la película para mostrar fotografías de viejos cines abandonados de Los Angeles: unas salas en las que ya nunca se proyectará The Canyons, un film digital que momifica a sus pésimos actores en un siniestro vacío existencial.
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El nuevo film de Seles ganó el Premio Especial del Jurado de la competencia dedicada a lo nuevo del cine nacional.
<p>Me encanta Kelly Reichardt (su cine, no fìsicamente). Wendy y Lucy, Meek\'s Cutoff y Old Joy, tres joyitas. Recuerdo cuando vino al BAFICI, que le dedicó el primer libro de su vida (ni en EEUU había nada escrito sobre ella)</p>
<p>Pensé que este año no tenían cobertura desde Venecia, pero volvió el gran Manu, cuánto me alegro, sobre todo porque este año ningún diario argentino se dignó a enviar un crítico. Seguiremos con enorme placer todas las crónicas, rezando para que estas películas lleguen no digo a la cartelera comercial pero al menos a Mar del Plata y BAFICI</p>