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Crítica de El loro y el cisne, de Alejo Moguillansky (Competencia Argentina)
El director de Castro combina danza, cine dentro del cine y una historia de amor en un film que muta todo el tiempo y tarda demasiado en encontrar un eje que lo sostenga. Cuando lo hace, con la relación entre un sonidista y una bailarina, la película crece en intensidad y emoción.
Ficha técnica:
El loro y el cisne
Guión, edición y dirección: Alejo Moguillansky
Origen: Argentina
2013
Formato: DCP
Color
Duración: 105 minutos
Reparto: Luciana Acuña, Rodrigo Sánchez Mariño, Walter Jakob, Luis Biassotto, Mario Gallizzi
Fotografía: Paolo Girón, Fernando Lockett, Soledad Rodríguez, Tebbe Schoening
Dirección de arte: Leticia Bernaus
Sonido: Rodrigo Sánchez Mariño
Música: Piotr Ilich Chaikovski, Carl Orff, Prietto Viaja al Cosmos con Mariano, Fernando Tur, Gabriel Almendros
Producción ejecutiva: Alejo Moguillansky, Laura Citarella
Productoras: El Pampero Cine, Milkwood
Sobre el director: Nació en Buenos Aires, en 1978. Dirigió La prisionera (2006, con Fermín Villanueva) y Castro (ganadora de la Competencia Argentina en el BAFICI 2009). Como montajista trabajó con Mariano Llinás, Albertina Carri y Juan Villegas, entre otros. Fue jurado de la Competencia de Cortos Argentinos en el BAFICI 2012.
En este nuevo trabajo del director de Castro conviven -no siempre con armonía- varias películas: es un film sobre la danza (y las compañías de danza); sobre el cine (con un equipo de rodaje que está haciendo un documental sobre ballet contemporáneo y “vanguardista”); y, finalmente, sobre el amor entre personajes que vienen bastante golpeados por la vida.
El problema principal del film es que las escenas de danza (y sobre la trastienda de bailarines y coreógrafos) no son particularmente inspiradas y, por lo tanto -sobre todo durante la primera mitad- resultan demasiado largas. El protagonista, Loro, un sonidista abandonado por su novia (que se va llevando progresivamente cosas de la casa que compartían), es poco atractivo; y el humor con que se aborda el mundillo del cine (con las imposiciones de los productores extranjeros) tampoco resulta particularmente ingenioso.
Sin embargo, en la segunda parte aparece en escena Luciana, bailarina de una de los troupes de danza-teatro retratadas en el documental en que Loro participa, y la película adquiere una dimensión humana, una intensidad emocional y un humor negro y absurdo que mejoran bastante la cosa. Entre ellos hay una creciente atracción, pero tampoco pasa demasiado. Hasta que, después de unos meses, ella vuelve embarazada. Ambos deberán enfrentarse a sus nuevas realidades y tomar decisiones de vida que venían postergando.
Como siempre, Moguillansky hace gala de un indudable virtuosismo y de una gran libertad formal (se permite, por ejemplo, insertar una escena dentro de otra). Hay momentos, atisbos, irrupciones de gran cine dentro de una película algo caótica, derivativa, mutante, que tarda mucho en encontrar un eje que pueda sostener el relato. Cuando lo hace -quizás un poco tarde y con una trama quizás algo convencional de comedia romántica (el chico que sale corriendo a buscar a la chica)- la película nos sumerge en ese universo de sensaciones íntimas de gente que sale de su encierro interior para buscar el amor.
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