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Venecia 2011: El top 10 del festival con críticas incluídas
Nuestro columnista catalán estuvo en la reciente Mostra y analiza en profundidad sus 10 films favoritos: lo nuevo de Sokurov, Cronenberg, Sion, Ferrara, Arnold, Friedkin, Garrel, To, Clooney y McQueen. Un verdadero dream-team.
Faust (Alexandr Sokurov)
Con Faust, Sokurov, el cineasta ruso más relevante de las últimas décadas, cierra su tetralogía sobre el poder y la corrupción. Después de aproximarse a la intimidad de Hitler, Lenin e Hiroito, Sokurov se adentra en el clásico de la literatura germánica dispuesto a revivir en imágenes el aliento poético de Goethe.
Estableciendo un hipnótico equilibrio entre la intimidad de los rostros y la grandilocuencia de una modernidad monumental, haciendo del relato un torrente caudaloso e incesante —Faust es un film de montaje, pero parece rodado en plano secuencia—, Sokurov concentra la mirada en la cruzada sentimental del protagonista: más que un espíritu atormentado por el ansia de poder, gloria y juventud, Fausto es aquí un hombre atormentado por el deseo. “El mío es un Fausto de carne y hueso, no una figura mitológica”, explicó el director ruso en la rueda de prensa de Venecia.
Para Sokurov, la pantalla de cine es un complejo laboratorio de las artes. Las imágenes se deforman y aplanan a la búsqueda de efectos pictóricos, como en Madre e hijo, mientras la narración deviene una críptica sinfonía murmurada de voces literarias. El director de El arca rusa encuentra su particular purgatorio en los paisajes volcánicos y en los glaciares de Islandia. Fiel a los principios de la modernidad, Sokurov extrae del mundo real la deslumbrante fantasía de Faust: la magia de las palabras, la carne, el agua (como fuente de vida y muerte) y la tierra.
A Dangerous Method (David Cronenberg)
Hay pocos
directores de cine que puedan vanagloriarse de no haber hecho nunca una mala
película y David Cronenberg es uno de ellos. Durante el festival, entre los
colegas críticos, buscábamos otros nombres para esta ilustre lista (no cuentan
casos como el de Charles Laughton). Jaime Pena defendía a John Ford, Alejandro
Diaz me mandaba un SMS con la palabra “¡Lynch!” y yo me decantaba por Terence
Davies. En fin, que el Festival de Venecia tuvo el honor de presentar en
competencia lo nuevo de Cronenberg, A Dangerous Method, su
personal aproximación a las figuras de Sigmund Freíd y Carl Gustav Jung. La
obra, a priori, se intuía como la culminación de una carrera punteada por la
investigación psicoanalítica: la hora de poner en primer plano el subtexto
latente en filmes como Inseparables (1988),
Crash (1996) o Spider (2002). Y, si bien la
película puede ser considerada como una (deliciosa) rareza o anomalía en la
trayectoria de Cronenberg, debido a su austeridad y obsesión con la palabra, no
traiciona en ningún caso la esencia del universo del director canadiense.
Lo primero que llama la atención de A Dangerous Method,
basada en la obra teatral A Talking Cure, de Christopher
Hampton, es la vocación de ser una película hablada. De hecho, parece un film
elaborado según el método socrático. Los diálogos se encadenan uno tras otro,
mientras Cronenberg observa a los personajes de cerca, forzando la profundidad
de campo o acentuando la energía de las réplicas mediante la precisión del
plano-contraplano. En conjunto, una vibrante y densa pieza de cámara. Sería
ridículo intentar resumir el torrente de ideas que fluyen por el film, pero aún
así, la película renuncia a ser un ladrillo academicista, apostando por una
cierta poética imaginaria. Una musicalidad invocada, por ejemplo, en las
descripciones de los sueños (que no se materializan en imágenes más allá de la
palabra, una decisión audaz), o em las fascinantes cartas que intercambian Freud
(Viggo Mortensen), Jung (Michael Fassbender) y Sabina Spielrein (Keira
Knightley), tercer vértice del triángulo intelectual y sentimental de la
película.
A Dangerous Method es la película de un
cineasta en el apogeo de su madurez. Cronenberg, de la mano de Hampton, aborda
las claves del diálogo entre Jung y Freud desde múltiples perspectivas (la
tensión entre la razón y los instintos, la fijación sexual, los límites de la
ciencia…), pero también aprovecha para retratar los dilemas de una época crucial
en el devenir de Europa. De hecho, en uno de los diálogos finales del filme (en
realidad, un monólogo de Jung) se introduce la chispa, el primer indicio, de las
tensiones que desembocarán en la eclosión de la Primera Guerra Mundial. Con una
sobriedad abrumadora, Cronenberg condensa en rostro y palabra todo el ampuloso
discurso de La cinta blanca, de Michael
Haneke.
En todo caso, la grandeza de A Dangerous Method
radica, sobre todo, en el talento de Cronenberg para unificar las tres
dimensiones del film. Primero, la atención detallista al uso del lenguaje como
herramienta de reflexión y seducción (se diría que Cronenberg se ha convertido,
súbitamente, en alumno aventajado de Oliveira o Straub). Después, la brillante
creación de imágenes simbólicas, como la mancha de sangre que certifica el amor
físico de Jung y Spielrein; o la masa de líquido amniótico que rodea a los
amantes en su abrazo furtivo en el velero de Jung. Y, finalmente, el retrato de
la aventura personal de un hombre (Jung) que descubre, resignado, la fragilidad
de sus ideas y la vulnerabilidad de su mundo emocional. Un conmovedor drama no
demasiado lejano del que atravesaba el Newland Archer de La edad de la
inocencia, de Wharton y Scorsese.
Himizu (Sion Sono)
La tercera obra maestra del
festival llegó de la mano de Sion Sono, un agitador irreverente con corazón de
poeta y espíritu de filósofo. Himizu, basada en el manga
homónimo de Minoru Furuya, se acerca al Japón golpeado por el tsunami del pasado
mes de marzo para elaborar una visceral y urgente reflexión sobre la realidad
nipona: un presente de corrupción, desolado, vaciado de valores humanos y
necesitado de esperanza. Una fe en el futuro que Sono halla en la convulsa
relación entre una pareja de jóvenes abandonados por sus respectivas familias:
un chico con tendencias suicidas y una alocada fanática de los haikus.
En una Mostra ampliamente dominada por la ortodoxia narrativa (al menos
en su Sección Oficial), la película de Sono fue una maravillosa excepción.
Abonada a la promiscuidad genérica, capaz de fulminar la comedia más delirante y
surrealista con cuchilladas de puro melodrama, Himizu se erige como una obra
libre y controvertida, situada en una encrucijada milagrosa: entre el fatalismo
(ultra-violento) de corte nihilista y el humanismo de un romántico empedernido.
A pesar de no parecerse a nada, el film bebe de la furia subversiva de Pasolini,
de las preocupaciones morales y cívicas de Rossellini, y de la fuerza
iconoclasta del japonés Kôji Wakamatsu. Probablemente, la película más
importante de la Mostra 2011.
4. Wuthering Heights (Andrea Arnold)
De William Wyler
a Jacques Rivette, la historia de Cumbres borrascosas, la
novela victoriana de Emily Brönte, ha cautivado el imaginario de una amplia
nómina ded cineastas. Una lista en la que ahora debe incluirse a la directora
británica Andrea Arnold (responsable de Red Road y Fish
Tank), que presentó en la competición del festival su particular visión
del clásico de la literatura romántica británica. El film desconcertó a un
sector de la crítica debido a su arriesgada apuesta por un cine sensorial,
atmosférico y elíptico. En realidad, una demostración de que Arnold es una
cineasta que mejora con cada nueva película. Aquí, el empuje de la británica es
casi radical en su esfuerzo por infundir aires de modernidad a un texto propenso
a las adaptaciones académicas.
Sin ninguna pompa y al margen del cine de
qualité, Arnold aborda las tensiones sentimentales y de clase de la obra de
Brönte con una voluntad claramente naturalista, renegando del trípode y la
música para centrarse en la dimensión física del relato, autentificada por la
magnífica labor de un plantel de actores no profesionales (una constante del
cine de Arnold). Las miradas fulgurantes, las caricias furtivas y los imponentes
paisajes naturales forman el núcleo de un film que reduce los diálogos a la
mínima expresión. De hecho, estoy convencido de que Wuthering
Heights fascinaría tanto a la francesa Claire Denis como al
norteamericano Terrence Malick —aquí vale la pena aludir al eficaz uso que hace
Arnold de la vegetación y la fauna, que como en Días
de gloria ayudan a hilvanar la odisea sentimental de los
protagonistas—. Además, en un giro suculento, Arnold convierte a Heathcliff en
un chico negro, cuestión que acentúa las tensiones raciales que ya planeaban
sobre la obra original, en la que se apuntaba que el protagonista masculino era
gitano. Por último, cabe destacar que son los ojos de Heathcliff los que
vehiculan la acción: es el eje central de una película abocada a los placeres
sensuales de la subjetividad cinematográfica.
5. Killing Joe (William Friedkin)
A diferencia del
Festival de Cannes, siempre devoto de las “vacas sagradas”, en los últimos años
Venecia ha demostrado poseer un sexto sentido para seleccionar obras notables de
viejas glorias olvidadas por el gran público, gente como Abel Ferrara, Joe Dante
o George A. Romero, auténticas luminarias del cine de género. Esta ilustre lista
se completa ahora con William Friedkin, el legendario autor de El
exorcista o Contacto en Francia, que presentó en
competición la magnífica Killing Joe.
Planteada como una
danza macabra entre la inocencia más pura y la corrupción total, la nueva
película de Friedkin transforma una obra teatral de Tracy Letts en una primorosa
anomalía fílmica: una película de serie B en clave de neo-noir que se aproxima
al género con partes iguales de ironía y devoción. En cierta manera, Friedkin se
acerca a los universos de los hermanos Coen y Tarantino, pero renegando de la
ingeniosas florituras de los primeros y la cinefilia crónica del segundo. Así,
haciendo gala de una prodigiosa economía formal, una suerte de virtuosismo
discreto, Killing Joe bebe de la obra de Jim Thompson, en su
versión más pulp, y sabe sacar provecho de las sobredosis de humor negro y
violencia hiperbólica.
Cuando el joven Chris (Emile Hirsh) se descubre
atrapado por las deudas, decide que la mejor solución a sus problemas consiste
en asesinar a su madre y cobrar un suculento seguro de vida, que tiene como
beneficiaria a su hermana Dottie (Juno Temple), una Lolita angelical. Es
escogido para ejecutar la misión es Joe (Matthew McConaughey en el papel de su
vida), un lacónico, seductor y sicótico policía corrupto con aires de cowboy. En
conjunto, siguiendo los preceptos de Bug, el anterior filme de Friedkin, también
basado en una obra de Letts, Killing Joe seduce gracias a su
acidez sensual, su ritmo endiablado y la inquietante aproximación a una América
white trash en la que resuenan los ecos grotescos del cine de David Lynch.
6. (Ex-aequo para dos idealistas incorruptibles)
Un été
brûlant (Philippe Garrel)
La Mostra sirvió de escaparate para la
nueva película de Philippe Garrel, cineasta fundamental para entender el cine
francés de la modernidad. Bajo el título de Un été brûlant,
Garrell construye un nuevo mosaico de criaturas atormentadas por la naturaleza
indomable del deseo: entre ellas, un pintor al que da vida el siempre afectado
Louis Garrell y una actriz italiana autorretratada por Monica Bellucci. En el
cine de Garrel, las emociones lo son todo y se expresan de forma visceral,
confesional. Los cuerpos de los actores son el epicentro de la acción y cuando
los personajes toman la palabra lo hacen para debatir sobre el abismo del
suicidio, la necesidad de la revolución o para expresar el menosprecio por las
políticas anti-inmigración de Nicolas Sarkozy.
Voluble e inestable, cabe
considerar Un été brûlant como una (magnética) obra menor en la
trayectoria de Garrel. Eso sí, una película que contiene, al menos, cuatro
momentos de cine total: 1) Un número musical que celebra de forma apoteósica,
efusiva y sensual la joie de vivre, no muy lejos del sublime arrebato musical de
Les amants reguliers. 2) El paseo sonámbulo de Élisabeth
(Céline Sallette): el enigma de la nocturnidad como línea de fuga nunca
recuperada. 3) La vida: el primer plano del rostro de un bebé como testimonio de
la ordenación de la existencia; un elixir de felicidad y serenidad: la calma, el
sentido, después de la tormenta. 4) La memoria: la secuencia en la que el
fallecido Maurice Garrel, padre de Philippe, aparece en escena invocando el
recuerdo de la Resístanse y discutiendo sobre el amor y la muerte. El momento
más emotivo de toda la Mostra.
Un été brûlant fue la
película más incomprendida del festival. Gran parte del público decidió
manifestar su descontento con silbidos al final de la proyección; una repetición
de la reacción que recibió La frontière de l’aube, el anterior
film de Garrel, en el Festival de Cannes de 2008. Seguramente, el precio a pagar
por seguir siendo un cineasta honesto e idealista en un panorama fílmico abocado
al cinismo.
4:44 Last Day on Earth (Abel Ferrara)
Se mire por
donde se mire, el fin del mundo es el tema estrella del cine de autor de 2011.
Cannes ofreció un buen avance con Melancolía, el film
apocalíptico de Lars von Traer, y El árbol de la vida, la
meditación cósmica de Terrence Malick. Venecia se asomó al fin de la raza humana
de la mano de la rigurosa, analítica y un tanto anodina
Contagion, de Steven Soderbergh, pero el verdadero fin del
mundo llegó con 4:44 Last Day on Earth, película que marca el
regreso de Abel Ferrara a la ciudad de la que es todo un emblema: Nueva
York.
Cabe apuntar que mientras von Traer necesitó una mastodóntica
mansión para retratar el fin del mundo (y Malick un torbellino de parafernalia
digital), a Ferrara le basta un pequeño loft del Lower East Side de Manhattan,
donde una pareja de pintores (Willem Dafne y Shanyn Leigh) esperan el
Apocalipsis exponiendo sus dudas, reproches y culpas; pero sobre todo exponiendo
el viejo lema del incorruptible Ferrara: amor, arte, sexo, adicción y
resistencia. Hay pocas voces tan brutalmente honestas en el cine mundial y su
inconformismo quema la pantalla y el corazón de los espectadores incluso cuando
el rey de Nueva York navega sobre el caos.
8. Life Without Principle (Johnnie To)
Otro que no
sabe hacer películas malas. Aquí, el maestro del neo-noir hongkonés sorprende
con una película en la que la acción brilla por su ausencia. Ambientada en el
mundo de los inversores financieros —estamos ante el Wall
Street de To—, Life Without Principle es una certera, implacable y
divertidísima reflexión sobre cómo el azaroso e inclemente funcionamiento de los
mercados sacude la realidad cotidiana de una variado grupo de personajes.
Construida como un mecanismo perfecto de historias cruzadas, la acción
trasncurre el día del estallido de la crisis financiera griega, cuando la bolsa
china se desploma llevándose por delante el destino de mafiosos reconvertidos en
brokers, cajeras de banco sometidas a la ley del beneficio, pequeños ahorradores
cautivados por las inversiones de riesgo… En conjunto, una mirada crítica (y
poco sentimental) a la avariciosa jungla del sistema capitalista.
En
ciertos momentos, el film flirtea con la farsa, la caricatura mordaz, pero To
impone una mirada de trasfondo sobrio, marcada por una versión impura del
género, a medio camino entre el cine negro, la comedia y el melodrama. Mientras
veía la película, sentado en la sala Darsena (la más incómoda y mítica del
festival), no podía dejar de recordar la proyección, siete años atrás en la
misma sala, de The World, de Jia Zhang-ke. Aquella se me
antojó, en su momento. como la primera gran película sobre la globalización.
Life Without Principle podría ser la primera gran película
sobre “la crisis”.
9. The Ides of March (George Clooney)
The
Ides of March, título que hace referencia al día de la muerte de Julio
César en la obra de Shakespeare, propone al espectador un descorazonador y
sombrío viaje al corazón del “negocio de la política”. George Clooney, en tareas
de director, guionista y actor —interpreta al gobernador Morris, un político en
campaña para convertirse en candidato demócrata a la Casa Blanca—, construye un
transparente puzzle protagonizado por políticos hipócritas, cínicos directores
de campaña, periodistas sin escrúpulos y jóvenes becarias que descubren el
traumático precio de la inocencia. En este pantanal de intereses cruzados,
Stephen Myers (un joven que trabaja como secretario de prensa de Morris)
descubrirá que la supervivencia pasa por el juego sucio.
Atrás queda el
Clooney idealista que, en plena era Bush, reclamó un papel más activo de la
prensa con Good Night and Good Luck, su mejor película, un film
comprometido con unas ideas y unos valores cinematográficos: la posibilidad de
un cine honesto, respetuoso con la inteligencia de los personajes y capaz de
renunciar al sentimentalismo como motor dramático. The Ides of
March no puede competir en este terreno. Su trama, basada en la obra
teatral Farragut North, de Beau Willimon, utiliza la vida
privada de los personajes, el drama sentimental, como detonante del despertar
(in)moral del protagonista.
Aún así, Clooney demuestra ser un cineasta
con buenos instintos: en busca de una dimensión íntima para esta tragedia
griega, el director elabora un film sostenido sobre primeros planos, opresivo
tanto en las composiciones como en los diálogos, repleto de comentarios
ingeniosos que no habrian desentonado en un capítulo de The West
Wing. Además, la película, que fija su memoria cinéfila en los
thrillers políticos de los setenta (imposible no pensar en Todos los
hombres del presidente), despunta gracias a las magníficas
interpretaciones de unos secundarios de lujo (Philip Seymour Hoffman, Paul
Giamatti) y un espléndido Ryan Gosling, un actor imbatible cuando se trata de
plasmar con tacto un tormento interior (sería un Joaquin Phoenix asordinado).
Con todo, el pero más grande que cabría ponerle al film es la tendencia a la
sobre-explicación en los diálogos. Demasiada claridad para una película tan
oscura.
10. Shame (Steve McQueen)
Se esperaba con gran
expectación el segundo film del nuevo prodigio del cine británico, Steve
McQueen, una celebridad del mundo del video-arte que saltó a la primera división
autoral de la mano de Hunger, película en la que el conflicto
político de Irlanda del Norte se encarnaba en el cuerpo agonizante de Bobby
Sands. En Shame, un film menos sólido y riguroso que el
anterior, McQueen aborda otro gran tema —la incomunicación en el mundo moderno—
a partir del vació existencial y la adicción al sexo de Brandon (Michael
Fassbender), un trabajador de Wall Street que oculta sus neurosis y sufrimientos
bajo una pátina de éxito y normalidad.
Menos ritualizada y más narrativa
que Hunger, Shame no termina de encontrar su
lugar entre un cine físico y sensorial (la verdadera especialidad de McQueen) y
otro de corte más psicológico. En Shame pasan demasiadas cosas
y a la película le sobran unos cuantos clichés; todo ello fruto de un guión
endeble y reiterativo: ante la ausencia de la dimensión política que fortalecía
Hunger, el trabajo de McQueen revela un cierto moralismo. Digamos que el
realizador británico se queda a medio camino entre la crítica incisiva
de Psicópata americano y las meditaciones más
abstractas del cine de Tsai Ming-Liang. A pesar de todo, la película tiene
momentos poderosos. Brandon pasea como un alma en pena por la ciudad que nunca
duerme, Nueva York, y McQueen lo observa como el protagonista de una tragedia
casi operística: Shame es una obra grandilocuente, de una
dimensión casi sinfónica (a pesar de estar centrada en los cuerpos de dos
actores: Fassbender y Carey Mulligan, que interpreta a la hermana del
protagonista). Un conjunto que hace pensar en la alienación urbana retratada en
films como Wonderland, de Michael Winterbottom, o
Magnolia, de Paul Thomas Anderson.
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¡Diego Lerer! <br /> <br /> Como ya te comenté en Venecia, la película me estaba generando dudas (por su frialdad, austeridad, "poca visceralidad para ser un Cronenberg"), hasta que me despojé de prejuicios y empecé a disfrutar de la atención obsesiva que presta Cronenberg al texto (de Hampton, sí). Para mí, hay algo casi radical en la apuesta de Cronenberg (que a ti te parece cómoda). Son buenos ejemplos los relatos de los sueños y la lectura de las cartas: son larguísimos/as (al menos yo los recuerdo así) y la insistencia en cuestionar/analizar el uso de cada nuevo término es notable. En cualquier caso, sí: es una película que merece ser revisada fuera de la marabunta festivalera (igual que la de Sokurov).<br /> <br /> ¡Abrazo!
Vi 9 de las 10 en Toronto y en lineas generales comparto, con algunas excepciones:<br /> <br /> -Me gustó un poco menos que a Manu la de Cronenberg y la de Clooney<br /> <br /> -Me gustó más bien poco la de Garrel.<br /> <br /> Excelente columna, aunque esté mal que lo diga yo como director del sitio. Abrazo al gran Manu
No me convenciste con Cronenberg, pero le voy a dar una segunda oportunidad...<br /> <br /> Abrazo!