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Cómo es “El fin del amor”, la serie de Amazon Prime Video con Lali Espósito

Feminismo y judaísmo se combinan (y entran en conflicto) en esta transposición del best seller autobiográfico de Tamara Tenenbaum, cuyos 10 episodios estarán disponibles desde este viernes 4 en streaming.

Publicada el 03/11/2022




No leí el libro homónimo de Tenenbaum que sirvió como germen de este proyecto, así que no podré incursionar en el (para mi gusto insustancioso) “juego de las diferencias” entre el original literario y lo que se aprecia en pantalla. Tampoco es este un análisis integral de la serie, ya que los productores (K&S Films y Amazon Prime Video) solo adelantaron tres capítulos a la prensa. Pero hace pocos días vi en teatro Una casa llena de agua, notable unipersonal con Violeta Urtizberea escrito también por Tenenbaum, por lo que de alguna manera puedo entender -al menos en parte- el “universo”, algunas obsesiones de la hoy tan de moda autora.

Los tres episodios, de 33, 24 y 32 minutos respectivamente (los dos primeros dirigidos por la española Leticia Dolera y el tercero por la argentina Constanza Novick) nos sumergen en la cotidianeidad de la protagonista llamada, sí, Tamara Tenenbaum (Lali Espósito), una treintañera que es docente universitaria en la UBA y columnista de radio, convive con su novio Fede (Andrés Gil), tiene un grupo de amigas cercanas (la Juana de Vera Spinetta y la Laura de Julieta Giménez Zapiola) y una relación bastante cercana con su madre Ruth (Verónica Llinás).

Sin embargo, todas sus certezas y rutinas empiezan a resquebrajarse cuando se reencuentra con Sarita Levy (Brenda Kreizerman), una vieja compañera de colegio que la invita a su casamiento. En principio, se resiste a ir porque ella se ha distanciado mucho de la comunidad judía (y más aún de las tradiciones conservadoras del sector más ortodoxo), pero finalmente concurre a la ceremonia y la fiesta. Es en ese marco que se produce un cortocircuito con su pareja y, a partir de ese momento, se desata un efecto bola de nieve: separación, irse a vivir sola (a un departamento que es propiedad de la Bobe y el Zeide) y probar nuevas relaciones (por allí aparece una travesti llamada Ofelia interpretada por Mariana Genesio Peña).

El guion coescrito por la también showrunner Erika Halvorsen y la propia Tenenbaum apuesta por un espíritu tragicómico en el que tanto el humor como el drama tienen un tono asordinado; es decir, se prescinde del chiste o del gag, pero hay muchas situaciones graciosas, mientras que los aspectos en principio más melodramáticos son trabajados con una bienvenida liviandad, sin una dimensión épica ni pretenciosa.



El fin del amor es, ante toda una historia de mujer(es). Las amigas viven (y a veces comparten) experiencias íntimas, lúdicas, intelectuales (la marea verde previa a la aprobación del aborto legal está siempre en el trasfondo), familiares o religiosas que pueden ir desde una madrugada en una disco con ingesta de drogas de diseño hasta concurrir a una charla sobre feminismo (referencia a Judith Butler incluída). Lo hacen por momentos de forma presencial, pero cuando no siempre están conectadas a través de chats o de mensajes de audio que la serie utiliza como una herramienta narrativa más.

Y es una historia de mujeres también porque los hombres son pocos, inmaduros, torpes y bastante básicos: desde el apuntado Fede, que se ha acostumbrado a la previsibilidad de la relación y queda completamente desubicado frente a los profundos cambios que experimenta Tamara, hasta el Rodo de Mike Amigorena, un patético compañero de la radio con el que mantendrá un bizarro encuentro sexual.

La serie aborda sin medias tintas la estigmatización de la mujer independiente dentro de la comunidad judía, expone distintas dinámicas familiares de los personajes (con cierta funcionalidad superficial que esconde disfuncionalidades más profundas), se mete con lo que considera el “tabú” del dinero (la tendencia a esconder cuánto gana cada uno funcionaría como una manera de sostenter las disparidades de ingresos entre hombres y mujeres ante un mismo trabajo) y habla de sexo, de género(s) e identidades sin prejuicios ni mojigaterías e incluso con cierta irreverencia que puede generar incomodidad en el sector más conservador de la audiencia. También se acerca en pequeños clips a la dinámica del barrio de Once (como si se tratara de una película de Daniel Burman) y aborda algunas travesuras y traumas infantiles a partir del uso de flashbacks.

En el terreno del casting, la serie apuesta a varias actrices no judías (empezando por Lali Espósito) para interpretar a jóvenes de la “cole” y, por momentos, se nota cierto esfuerzo un poco artificial por sintonizar con costumbres, actitudes y registros que no son parte de su esencia (por ejemplo, en la celebración de Pesaj). De todas formas, la serie nunca pierde la fluidez, naturalidad ni credibilidad que necesita para funcionar como lo hace en la mayoría de sus escenas.

La fotografía de Leandro Filloy primero y de Nicolás Trovato después, la dirección de arte de Julieta Dolinsky, la música original de Iván Wyzsogrod, y la profusa y ecléctica banda de sonido que combina temas de Ratones Paranoicos, Barbi Recanati, Nathy Peluso (sola y con Bizarrap) y -en un momento clave del tercer capítulo- La máquina de ser feliz, el tema de Charly García en versión de Rosario Ortega, resultan complementos ideales en el terreno visual y sonoro para una historia íntima y sensible pero que al mismo tiempo alcanza la dimensión de exponente generacional.



COMENTARIOS

  • 10/11/2022 18:39

    ESTE COMENTARIO SURGE DESPUÉS DE HABER VISTO LOS 10 CAPITULOS Debe reconocerse que EL FIN DEL AMOR busca algo diferente a una miniserie costumbrista sobre la crisis de la mediana edad y las amistades femeninas en el marco de la comunidad judía. A diferencia del cine de Daniel Burman, que va más a lo seguro, en EL FIN DEL AMOR el espectador encontrará otra perspectiva, más acorde con la realidad de la mujer que hoy vivimos y logrará, en algunos momentos, que el espectador mire con simpatía al personaje central de Tamara que busca algo nuevo en una vida intensa en donde no se halla feliz. A esto se le agrega un elenco que pone ganas, empezando por Lali Espósito que vuelve a demostrar que, como actriz, es buena en serio y también merecen destacarse la muy buena actriz que es Vera Spinetta, la gran Verónica Llinás y Mariana Genesio Peña, especialmente en el tercer episodio. Sin embargo, a medida que avanza, comienzan a notarse las debilidades del guión que se acentúan cuando la historia se torna pretenciosa y bien le vendría un baño de humildad porque no siempre transgresión y talento van de la mano, a veces todo resulta caprichoso y artificial. De conjunto, puede verse si grandes pretensiones (6/10

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