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Algunas ideas a partir de “El crítico”, documental sobre Carlos Boyero (sección Made in Spain) - #70SSIFF

-Este retrato sobre el veterano crítico español permite reflexionar sobre cuestiones que van más allá de la figura de su protagonista.
-Actualización: El crítico ya está disponible en la plataforma de streaming HBO Max.

Publicada el 22/09/2022

Esta no es una crítica sobre El crítico, película dedicada -claro- a un crítico de cine. Pero sí pretende ser un texto personal -perdonarán entonces el abuso por momentos de la primera persona- sobre algunas ideas que se desprenden del film codirigido por Juan Zavala Aizpurua y Javier Morales Pérez para el conglomerado TCM / TBS / Warner Bros. Discovery.

Lo primero que hay que decir es que -más allá de su estructura un tanto convencional con muchas talking heads de directores, productores, intérpretes y colegas- El crítico es un valioso documental que, por un lado, expone las distintas facetas y contradicciones de su protagonista, pero al mismo tiempo propone múltiples miradas no solo sobre la trayectoria del propio Boyero sino también sobre los profundos cambios (degradaciones) de la crítica en España (y bien podría ampliarse al resto del mundo). Hay muchas y buenas ideas en el film de Zavala Aizpurua y Morales Pérez, algunas más desarrolladas y profundizadas que otras, pero eso ya es bastante más de lo que podía esperarse.

Antes que nada, un poco de contexto “biográfico”: Carlos Sánchez Boyero nació en Salamanca hace 69 años y -explica- se quitó el Sánchez debido a las facetas abusivas de su padre, por lo que siempre firmó solo con el de su madre. Tras una infancia y adolescencia llena de sinsabores como pupilo en rígidos (castradores) colegios religiosos, a los 18 años se fue a Madrid donde tuvo un fallido paso por la universidad y -cuenta en detalle- se la pasó entre burdeles, partidas de póquer y todo tipo de excesos y adicciones con drogas duras y alcohol. Su carrera en los medios es bastante conocida: La Guía del Ocio, Diario 16, El Mundo y -en 2007- su salto a El País junto a Borja Hermoso tras la muerte del gran Angel Fernández Santos. De aquella primera época hay algo de material de archivo y extractos de sus participaciones como actor en varios cortometrajes con amigos de la época como Antonio Resines y Fernando Trueba (para mi gusto el director de Belle Epoque es quien ofrece los mejores testimonios de todo el documental).

El crítico es claramente una celebración de la figura de Boyero -al que presenta ingresando al Hotel de Londres, abriendo las cortinas de su habitación y descubriendo una idílica vista al mar, para cubrir en 2021 su último Festival de San Sebastián-, pero también da lugar a voces discordantes, cuestionadoras (que, admito, en algunos casos me representan). Y también lo exalta como un personaje digno de un film noir con sus cigarrillos siempre encendidos y su vaso de whisky en la mano, como “el último mohicano”, el último sobreviviente de una etapa bohemia, analógica y dueña de un poder (económico y de influencia) que el periodismo gráfico en general y la crítica muy en especial han perdido.

Lo que la película muestra como algo simpático (que Boyero siga usando un viejo celular, que no tenga Internet, que no hable idiomas) es en pleno 2022 un despropósito, un síntoma más de su encierro y hasta diría que una pose bastante calculada (lo advertirán cuando vean el documental).

Boyero fue un tipo tan admirado y exaltado (incluso de culto entre sus fans) como temido y odiado. Un tipo que se nutrió de la grieta mucho antes de la que la polarización fuese la norma. Alguien que inventó un personaje y lo llevó hasta las últimas consecuencias.



Ese personaje de justiciero contra la corrección política (yo diría que de conservador pasó muchas veces a censor), ese enfant-terrible con su pluma siempre recargada (e hiriente) se sustentó en la provocación (la boutade), en ponerse muchas veces por encima de los directores y las propias películas, con una mirada cada vez más desganada, reaccionaria e intolerante (“progres de mierda”).

En ese sentido, su eterno enfrentamiento con Pedro Almodóvar, a quien demolió una y otra vez, le sirvió para amplificar su lugar de poder y su mito. Si el director -que en el resto del diario era celebrado- pedía su cabeza, él se sostenía como el adalid de la libertad de expresión. Y tener como enemigo íntimo a una figura del renombre internacional de Almodóvar le servía para mantenerse en los primeros planos, para generar más morbo, porque un rival de esa jerarquía te sube al ring siempre para la pelea principal (perdonen la metáfora boxística).

Sus textos desde festivales se repetían una y otra vez con la misma idea machacona: expresar cuánto se aburría con el cine lento e intelectual y vanagloriarse de irse en la mitad de la función de películas de, por ejemplo, Abbas Kiarostami (el affaire de la carta de protesta a los directivos de El País firmada por, entre otros, Miguel Marías, Víctor Erice y José Luis Guerin también se consigna en el film).

La película pendula entre testimonios bastante laudatorios (el productor Enrique López Lavigne, los directores Alex de la Iglesia y Nacho Vigalondo), otros más medidos (José Luis Rebordinos, máximo responsable del Festival de San Sebastián, o Mirito Torreiro) y aquellos que lo cuestionan (como el mencionado Miguel Marías o Nuria Vidal).

Una de las zonas más interesantes del documental es cuando contrapone la exaltación que Boyero hace de ser un bon-vivant (dice que le interesa más cenar con su amigo Oti Rodríguez Marchante en los mejores restaurantes de Cannes, San Sebastián, Berlín o Venecia que ver películas y desprecia a los jóvenes críticos que comen hamburguesas o pizzas porque no tienen plata o prefieren ver un film de Apichatpong Weerasethakul) con la mirada de colegas como Beatriz Martínez o Andrea Morán, quienes se ubican en casi todos los sentidos en la vereda opuesta.

Creo que la cinefilia en general y la crítica en particular deben ser generosas, entusiastas, actualizadas y, en ese sentido, veo a Boyero como alguien que no hizo más que alimentar estereotipos y prejuicios respecto de nuestra profesión (casi como los personajes de Statler y Waldorf en los Muppets o como el Jay Sherman de la paródica The Critic). Se pasó la vida juzgando con rencor y nunca “dialogando” con las obras y los artistas, se burló de los jóvenes, de las feministas, censuró las nuevas tendencias con un discurso misógino y rancio. En el documental dicen que lo extrañarán. No será mi caso.



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