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Crítica de “Les Olympiades” (“Paris, 13th District”), de Jacques Audiard (Competencia Oficial) - #Cannes2021
El talentoso realizador de Mira a los hombres caer, Un héroe muy discreto, Lee mis labios, El latido de mi corazón, Un profeta, Metal y hueso, Dheepan y The Sisters Brothers trabajó el guion con Céline Sciamma (a partir de historias creadas por el dibujante estadounidense Adrian Tomine) para ofrecer un valioso retrato sobre la periferia parisina.
Les Olympiades / Paris, 13th District (Francia/2021). Dirección: Jacques Audiard. Guion: Céline Sciamma, Léa Mysius y Jacques Audiard, basado en las historias Amber Sweet, Killing and Dying y Hawaiian Getaway, de Adrian Tomine. Fotografía: Paul Guilhaume. Edición: Juliete Welfling. Música: Rone. Elenco: Lucie Zhang, Makita Samba, Noémie Merlant, Jehnny Beth, Camille Léon-Fucien, Océane Cairaty, Anaïde Rozam, Pol White y Geneviève Doang. Duración: 105 minutos.
La última vez que el Festival de Cannes nos zambullió en la periferia parisina, lo hizo de la mano de Les Misérables, de Ladj Ly, y, en efecto, el cine se contagió de las energías más furiosas de la “banlieue”, las que al menos han ido cristalizando en los medios de comunicación a lo largo de estos últimos años. El drama periférico pasaba pues por el abordaje de las tensiones raciales, una de las asignaturas en las que el Estado francés, ya se ve, sigue teniendo como pendientes.
Dos años después de aquella convulsión, aparece Jacques Audiard para llevarnos al 13 Arrondissement, otro distrito de la capital francesa muy alejado de la capitalidad parisina; un inmenso espacio que alberga a una gran masa social, “contenida” esta por un perímetro de torres colosales de cemento. Arquitectura al filo del brutalismo como imagen perfecta para hablar de una realidad igualmente brutal. Solo que aquí cualquier concesión al tremendismo se adjudica a algo más universal: la efervescencia de una etapa vital.
La mano de Céline Sciamma se nota en un guion que entiende que la conquista del espíritu colectivo pasa por la comprensión de la intimidad de cada una de sus piezas. La sensibilidad retratista de la autora de Tomboy, Bande de filles, Retrato de una mujer en llamas y Petite maman cala en una cámara incapaz de distinguir colores y que, por ende, se sirve de un blanco y negro bello (pero con un fuerte punto de crudeza) para hermanar a todas las identidades que desfilan por esta historia. El paisaje humano de Les Olympiades está marcado por ojos rasgados asiáticos y piel negra africana y, aun así, la cuestión racial no se pone nunca sobre la mesa.
La heterogeneidad se celebra aquí a nivel visual, con imágenes entre la verdad incontestable y, en momentos muy puntuales, la estilización fantasiosa. Pero también cala en la cama, siempre que la proximidad lo permita. Y, si no, se recurre a la tecnología. En la era de apetitos sexuales saciados por apps y plataformas online, Audiard parte la pantalla para simular esas conversaciones a distancia en las que, a pesar de todo, la química sigue fluyendo. Tan lejos, y a la vez tan cerca. Y al revés. Les Olympiades es, en este sentido, un seguimiento magistral de cuerpos que se acercan y se separan los unos de los otros: es el movimiento de la vida que aún tiene toda la vida por delante.
El de estas nuevas generaciones que, como ha sucedido siempre, viven el amor y el desamor como sendos saltos al vacío. La película se dedica precisamente a esto. Tanto, que parece más bien la carrera de los 100 metros obstáculos. Corre para seguir a uno de sus personajes y, cuando este se topa con un momento o revelación definitoria, entonces la narración traza un salto de longitud y de altura, a la vez. Cuando aterrizamos, estamos en otro sitio, en compañía de alguien distinto. Nada se detiene.
Pero no hay huida en dicho gesto sino la voluntad de que el impacto cale en el conjunto y no solo en quien lo ha causado. El todo como verdadero protagonista; en algunas ocasiones, parece que la banda sonora de fondo en realidad sean dos. O más. La narración de Les Olympiades tiene mucho de esto: un esfuerzo colectivo plasmado en la independencia con la que se expresa cada secuencia. Como si cada una de ellas hubiera sido filmada por quien está delante de la cámara. La generación selfie tenía que (auto)inmortalizarse así y Jacques Audiard, una vez más, parece el más joven de la clase.
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Gracias por la critica, Victor. Se espera el estreno.