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Crítica de “The Truffle Hunters”, documental de Michael Dweck y Gregory Kershaw - #TIFF20 / #68SSIFF / #NYFF
Tras su estreno en el Festival de Sundance y previo a su paso por San Sebastián y Nueva York, se proyectó en el TIFF este encantador film sobre los buscadores de trufas en la región italiana del Piamonte.
The Truffle Hunters (Italia-Grecia-EE.UU./ 2020). Fotografía y dirección: Michael Dweck y Gregory Kershaw. Edición: Charlotte Munch Bengtsen. Música: Ed Côrtes. Duración: 84 minutos. (En la sección Special Events de Toronto, en Culinary de San Sebastián y en el Main Slate de Nueva York).
En medio del bombardeo de documentales en streaming que se parecen unos a otros, donde la mirada del realizador no tiene mayor peso y todo está apoyado sobre cabezas parlantes y recreaciones, una película como The Truffle Hunters nos recuerda la belleza que puede contener un relato de no ficción.
El film de los neoyorquinos Michael Dweck y Gregory Kershaw está centrado en la vida de los especialistas en buscar trufas junto con sus perros en la región del Piamonte, en el norte de Italia. En principio, parece dedicado a un pequeño grupo de espectadores, interesados en este manjar culinario difícil de conseguir (un kilo de tartufo blanco puede costar hasta 6.000 euros). El secreto del éxito de The Truffle Hunters es que combina en sí mismo el atractivo de descubrir para el público un pequeño mundo que la mayoría desconoce, al mismo tiempo que toca los temas más universales de la humanidad, como la muerte y la pasión por un oficio. En este documental lo encantador y lo sencillo no quitan lo trascendente.
Cada plano tiene una composición tan hermosa como significativa y la duración de cada toma se extiende lo necesario para captar la situación y las relaciones entre los personajes de la manera más completa posible. Lo que sucede dentro de ese plano puede ser conmovedor, como las escenas en la que uno de los buscadores, un hombre soltero, de 87 años, le da de comer a su perra o la acaricia, mientras le dice que va a buscar a alguien que la cuide cuando él se muera; o pueden ser un rutina cómica perfecta, como cuando el mismo hombre se niega ante la insistencia de otro, más joven, que se auto-propone como heredero de sus secretos para encontrar las trufas.
La relación de estas personas con sus perros es extraordinaria y así la presenta el documental. Los animales son a la vez socios, compañeros y arma secreta de los buscadores de trufas. El talento canino es tan importante como el trabajo de los humanos en la cacería del elusivo hongo.
En medio del paisaje bucólico y la vida sencilla de los buscadores de trufas aparece también el negocio alrededor del producto: la competencia brutal entre los que compran para vender, que se guían por un acuerdo de territorios y vendedores; los precios exhorbitantes; el mercado de lujo en el que se comercializa. La inclusión de este aspecto completa el panorama. Un largo plano en el que un hombre come en un restaurante elegante un huevo frito con trufas resume todo de una manera brillante.
Cierta melancolía es inevitable en una película dedicada a un oficio al borde de la extinción y esta presente en The Truffle Hunters. Pero el documental no se detiene en eso y se hace eco de la filosofía de vida de estos hombres que encuentran su motivación y alegría en seguir buscando trufas con sus perros hasta el fin de sus días. Están empujados por la costumbre y por la pasión de quien sabe hacer algo que otros no pueden. Nadie puede detenerlos, ni la edad, ni las dificultades físicas. Ni siquiera, en el caso de uno de ellos, una esposa preocupada que casi le exige que se retire.
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