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Crítica de “El año del descubrimiento”, de Luis López Carrasco (Tiger Competition) - #IFFR2020

No ganó ningún premio, pero para muchos este nuevo largometraje del director español de El futuro (2013) y cofundador del colectivo Los Hijos (realizadores de Los materiales) fue de lo mejor visto en esta 49ª edición de Rotterdam.

Publicada el 06/02/2020


-El año del descubrimiento (España-Suiza, 200'), de Luis López Carrasco (Tiger Competition / Bright Future)

Disfruto mucho del Festival Internacional de Cine de Rotterdam (esta ha sido mi tercera vez por aquí). Eso posiblemente se debe a circunstancias que tienen que ver con su organización (muy amable y práctica) y una programación siempre muy diversa y desafiante. Esto que acabo de sostener, si comparo mi postura con la de algunos amigos, programadores de diversos festivales, creo que me deja en una defensa que no sé cuánto es compartida. Pues bien, aclaro: nunca me dejo llevar por eso de las premieres mundiales y elijo en base a lo que pienso que puede ser afín a mi sensibilidad y gusto. Siempre presto atención a focos y retrospectivas (hasta ahora nunca me ha defraudado el IFFR en eso) y de las “novedades” me quedo efectivamente con las que responden a mis intereses y deseos.

Hecha esa aclaración, debo decir que, en el marco de lo que fue la competencia principal, la mejor película que pude ver en esta 49ª edición del festival es la española El año del descubrimiento, de Luis López Carrasco (El futuro). Confieso que en el primer día de mi estadía en Rotterdam la perspectiva de comenzar, tras mi tardía llegada, con un documental de 200 minutos hizo que por mi cabeza pasara alguna idea parecida a algo así como “veo una horita a ver de qué se trata y parto a ver otra película”. Pues bien: no me pude despegar de la butaca ni para ir al baño (y eso que había desayunado con mi reglamentario termo de litro de mate).

En fin, sepan disculpar el exceso de confianza, pero El año del descubrimiento me genera un entusiasmo que (desafortunadamente) no me resulta tan habitual en cuanto al cine contemporáneo. Los eventos a los que se acerca se relacionan con la quema del parlamento regional de Murcia el 3 de febrero de 1992. Aun tomando por válida esta mentirosa síntesis, el prodigio de El año del descubrimiento halla su raíz en el cómo construye formal y sustancialmente la deriva narrativa, más allá del indudable interés del asunto tratado. Desde el inicio la película nos transporta a otro tiempo; otro tiempo que se vincula con aquel momento del siglo pasado en el que España llegaba a la modernidad, se integraba a la Unión Europea y dejaba atrás todos los vicios y problemas de la dictadura. Claro que eso que brillaba en Barcelona (con sus Juegos Olímpicos) o Sevilla (con su Exposición Mundial también en 1992), no se repartía proporcional ni equitativamente en toda la península. Y ciertamente no en Cartagena, donde se centra la acción.

Tardamos un rato en darnos cuenta de que esas charlas, en principio casuales, que se dan en el marco de un bar no son de archivo sino que suceden ahora, se relacionan con declaraciones realizadas en el presente. Las ropas y peinados, la propia textura del HI8 utilizado para tomar las imágenes, nos hace viajar en el tiempo y -también- en el espacio. La imagen partida añade misterio e intriga al tiempo que recupera una herramienta “tan moderna” justamente para aquellos años. La manera en la que esos diálogos, en los que el trabajo (o su falta) aparece de manera sistemática, van dando consistencia a un eje temático y una mirada política que explica la duración de la película y que resulta tan inteligente como sutil y sensible. De lo particular a lo general, del cotilleo entre vecinas o charlas de amigos a la Política con mayúsculas, El año del descubrimiento logra que entremos en ese microcosmos que propone, sin descuidar en modo alguno lo universal. ¿Cómo no pensar en historias y eventos acaecidos en nuestro país cuando escuchamos cómo en miras de un pretendido ingreso a la modernidad, se ha olvidado a todo un pueblo, su realidad y sus necesidades?

Ese extrañamiento provocado por el aparente anacronismo de la situación inicial no es en modo alguno caprichoso. Es más, forma parte de la esencia de la película. Después, de todo, ¿cuántos tiempos conviven en el presente? O no es cierto, justamente, que la modernidad a la que llegaban Barcelona o Sevilla no era la de Cartagena. Pero la relatividad del tiempo (esa que puede hacer pensar que a algunos sitios el año 1992 puede estar llegando en 2020, o quién sabe cuándo) posee ribetes que exceden a la lógica natural de los acontecimientos. Y ello, claro está, tiene que ver con la política. En ese sentido, El año del descubrimiento es una película que asume una postura con una valentía y respeto por el espectador que son poco habituales. Tras el bar, o de a ratos a través de imágenes de archivo, vemos las heridas de las sucesivas crisis y la potencia de la resistencia. Sobre el final, a modo de epilogo, algunas declaraciones más directas, a cámara. Cada parte dialoga con las otras y con el todo. En ese momento ya nos interesa la Historia (la con mayúsculas, la de de la ciudad; la que desconocíamos o que nos habían contado mal) pero también la deriva particular de cada uno de los personajes, a los que fuimos descubriendo y conociendo a través de los diálogos.

De los tantos momentos inolvidables, recuerdo ahora las declaraciones finales acerca del sindicalismo y su rol durante las crisis. El cambio ineludible y la necesidad de defender algo que efectivamente no funcionó todo lo bien que podría haberlo hecho, acechado por errores y corruptelas varias. Lejos de maximalismos y extremismos tan fáciles de sostener ex post facto (y más en el cine) como de justificaciones voluntaristas, la última obra de Luis López Carrasco es triste pero no cruel; es dura pero no ominosa. Si la esperanza resiste (en el cine, en Cartagena y en el mundo) es por la posibilidad de construir desde el humanismo, que es lo que El año del descubrimiento -de alguna manera- hace.






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