Columnistas
“Fleabag”: Cuando el amor no es para los débiles
Sol Santoro y Maia Debowicz
Tres años después de su debut, volvió -con muchos cambios y la misma creatividad- la serie de la londinense Phoebe Waller-Bridge con 6 nuevos capítulos.
Salvaje, ríspida, emotiva y de risa contagiosa, la primera temporada de Fleabag, la serie creada, escrita y protagonizada por la inglesa Phoebe Waller-Bridge en 2016, culminaba con un episodio que luego de construir un panorama desolador abría una ventana muy pequeña donde apenas entraba un rayo de luz. Cuando la protagonista, Fleabag, recibía el rechazo de su padre y su hermana, recordándole, y revelándonos, el motivo de la culpa que tanto atormenta a la treintañera que solo tapa sus problemas con sexo, el personaje menos pensado aparecía en ese café temático repleto de paredes con fotos de adorables cobayos para regalarle un resto de esperanza. El empleado del banco que, en su momento, le negó un préstamo para salvar su negocio, aquel que emprendió con tanto amor junto a su amiga recientemente fallecida Boo, se compadecía de la tristeza de Fleabag. El vacío se reflejaba en su rostro de maquillaje corrido y lágrimas negras mientras él sacaba de su maletín otra solicitud, en blanco, y le hacía una nueva entrevista para que, esta vez, fuera aceptada por alguien. "Todos cometemos errores", le decía el empleado de traje y corbata mientras le leía que en el papel Fleabag había completado que su negocio era un "café para conejillos de india". Ese último capítulo terminaba con una risa cómplice entre ambos, un instante de calma después del aluvión que sucedió adentro del cuerpo de Fleabag, y a su alrededor.
La esperada segunda temporada estrenada el 17 de mayo -coproducida entre Amazon Prime Video y la BBC- presenta un relato más maduro, tal vez porque los personajes ya no son los mismos que meses atrás. La protagonista abandonó el sexo compulsivo y ahora se siente desorientada. ¿A dónde se va todo ese dolor acumulado? En la obra de teatro que escribió Waller-Bridge y en la que luego se basó la primera temporada hay una introducción firmada por la autora (que además protagonizó esta versión en vivo pensada como originalmente un unipersonal). Allí ella explica una de sus obsesiones: la audiencia. Cómo atravesarlos, incomodarlos; hacerlos reír a carcajadas un microsegundo antes de destrozarles el corazón. Y este último es un terreno en la que ya se había mostrado experta en los primeros seis episodios pero en esta segunda temporada es algo que explota al máximo. Con movimientos perfectos, diálogos quirúrgicos, sin un solo gesto o una sola sílaba de más. Es que ahora, sin esa abrumadora capa de desparpajo y sexo casual con la que cubría sus días (y, fundamentalmente, la mayor parte de sus pensamientos) está más expuesta: más vulnerable que nunca. Si la primera temporada se trató de desentrañar a un personaje que se escondía detrás de sus vericuetos verborrágicos, estamos ahora frente a una mujer que ya no oculta que está en carne viva pero tampoco sabe muy bien qué hacer con eso.
Fleabag se reencuentra con su hermana Claire (Sian Clifford) en una mesa familiar, luego de una pelea donde la desconfianza las enfrentó como enemigas. Será una mentira la que las vuelva a unir, haciendo de los cuerpos de ambas uno solo. Esa noche Claire sufre un aborto espontáneo en el baño del restaurante y Fleabag la cubre delante de toda la familia. Diciéndole a todos que fue ella quien perdió un embarazo para obligar a Claire a pisar el hospital y que no corra riesgo su salud. Después de mucho tiempo Fleabag, pone el cuerpo por la otra. Una complicidad que irá creciendo a cuentagotas hasta encontrar la más sentida reconciliación en la declaración más grande que le puede hacer una hermana a la otra: "Por la única persona que correría al aeropuerto sería por ti", le dice Claire a Fleabag en el episodio 6 de la nueva temporada. "Todos cometemos errores", le dijo el empleado del banco a la protagonista. Fleabag por primera vez se hace cargo de esa frase, de su pasado, y, lejos de poder borrar lo que hizo con la goma del lápiz que siempre mencionaba Boo, se anima a escribir sobre el error. Con todo el riesgo que eso implica. No existe el borrón y cuenta nueva, y ella lo sabe, y lo padece. Nadie se la hace fácil. Sobre la mirada de quienes la rodean se refleja el daño que ha hecho a otros. Pero Fleabag también está dañada, y esta temporada se centra en descubrir cómo vivir con dolor. Cómo sanarse de a poco. Y no solo ella: todos los personajes de la serie están rajados como jarrones que intentan ocultar sus heridas, pero el pegamento de los fragmentos rotos están a la vista. Desde Claire que carga con una vida miserable y un marido desagradable hasta el padre de ella y Fleabag, quien está tan confundido que no puede pronunciar una frase completa.
Cambiar de asiento
Las cosas han cambiado en la vida de Fleabag, por lo tanto también su actitud frente a la cámara. Si bien sigue rompiendo la cuarta pared hablándonos directamente, buscando en el espectador una mirada y carcajada cómplice, en estos seis episodios de 27 minutos la intervención es más contenida, y el sarcasmo también. Fleabag ya no es la misma. ¿Quién acaso lo es? Pero los demás la tratan como siempre, quitándole la posibilidad de ser distinta. El café que fundó con su mejor amiga Boo, a quien, sin importar el paso del tiempo, recuerda a cada segundo, como si jamás hubiera muerto, salió de la quiebra y ahora se llena de gente. Hay tantos clientes como fotografías de hamsters en cada pared. Y, muy seguido, pasa aquel empleado del banco que le dio una oportunidad para reparar sus errores. Ya sin una solicitud en mano, pero con la misma intención de darle oportunidades para estar un poco menos triste. A veces puede ser la persona menos pensada quien crea en uno, y tenga la palabra o acción precisa para modificar nuestra rutina apesadumbrada. ¿Pero de qué sirve cambiar de lugar si quienes nos rodean no lo hacen? La soledad es Fleabag es palpable. Es en ese vacío visible donde irrumpe un hombre. Un hombre con sotana que le debe su vida a Dios. Interpretado por Andrew Scott, el cura que atraviesa toda la segunda temporada es el conflicto principal del relato. A diferencia de la primera temporada, estos episodios se centran en una sola historia: el amor (im)posible entre Fleabag y el sacerdote que toma gin tonic a escondidas. "El amor es horrible. Es doloroso. ¡Es aterrador! Te hace durar de ti mismo, juzgarte. Distanciarte de las demás personas en tu vida. Te vuelve egoísta. Te vuelve raro. Te hace obsesionarte con tu cabello. Te vuelve cruel. ¡Te hace decir y hacer cosas que jamás creíste que harías! Es lo que todos queremos y cuando lo tenemos, ¡es un infierno! Con razón es algo que no queremos hacer solos", recita el sacerdote antes de casar a la madrastra malvada de Fleabag, encarnada por Olivia Colman, y el padre de la protagonista. Vomita ese discurso mirando a Fleabag, de quien se enamoró por error. O no. Un sentimiento compartido que, tal vez no llegue a ningún lado, pero le confirmará a la dañada protagonista de esta historia repleta de tragedias en tono de comedia que aún está a tiempo de querer a alguien, sin necesidad de destruirlo. Ni autodestruirse.
Palabras que curan
Las escenas más conmovedoras de la serie, tanto en la primera y en la segunda temporada, son las charlas entre Fleabag y su padre. Ese instante de encuentro tan difícil de lograr a espaldas del personaje de Olivia Colman, la villana que pretende seguirlos alejando. En los últimos minutos de la primera temporada, el padre de Fleabag, decepcionado de su hija, le decía que no sabía a quién había salido. Como si no fueran parte de la misma familia y Flebag fuera para él solo un dolor de cabeza. Una razón constante para alejarse un poco más de su hija. "¿No creés que somos iguales?", le contestaba Fleabag. "Tienes las mismas arrugas en la frente que yo. Y eres terca", le respondía. Pero cuando aparecía a lo lejos su mujer, él le pedía a su hija que se vaya. De aquella escena desesperanzadora pasamos a una muy diferente, opuesta complementaria. Minutos antes de casarse, Fleabag busca al no tan flamante novio, su padre, en el ático, con el pie enganchado en una trampa para ratas. En un nuevo y tan necesario diálogo, su padre le transmite a Fleabag que él realmente la quiere, pero no está seguro de que le agrade todo el tiempo. "Tú creaste a este monstruo", le dice Fleabag con una sonrisa pícara. "No eres así por mí. Es por ella, y son esas partes a las que debes aferrarte", le contesta, hablando de su madre por primera vez. Resaltando que esas partes que todos odian, incluso él, son aquellas que la definen de la mejor manera. "Creo que sabes amar mejor que todos nosotros. Por eso te resulta tan doloroso", remata el padre antes de abandonar el ático. Cuando el sacerdote termina el discurso previo a que la pareja de el sí dice una frase poderosa difícil de olvidar: "El amor no es para los débiles ". Fleabag es una serie sobre asumir el riesgo de querer y ser querido. Pero lo realmente valioso de los guiones de Phoebe Waller-Bridge es que ese peso no está puesto (solo) en una pareja, está esparcido por toda clase de vínculos. Con familiares y desconocidos. Incluso con enemigos, y hasta con zorros que se pasean por las paradas de colectivo. El amor no es para los débiles, es un terreno propicio solo para valientes. Como Fleabag y quien está bajo su ropa: Phoebe Waller-Bridge.
Sobre las autoras: El Club de las Cinco nació en julio de 2017 como un proyecto de cinco periodistas, entre críticas de cine y editoras, que buscaban una excusa para hablar de lo que más les gusta. Una vez por semana, entre picadas y vino, Luciana Calcagno, Micaela Berguer, Sol Santoro D'Stefano, Maia Debowicz y Griselda Soriano se reúnen alrededor de una mesa a discutir sobre películas y series con una mirada analítica pero desprejuiciada, seria pero entretenida, informada pero no aburrida.
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