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Críticas de la Competencia Internacional (II): “Vox Lux”, de Brad Corbet; y “Ojos negros”, de Marta Lallana e Ivet Castelo - #BAFICI21

Dos nuevas reseñas de la sección principal del festival, aunque en el caso del film con Natalie Portman se exhibe fuera de concurso.

Publicada el 28/03/2019


-Vox Lux (Estados Unidos, 114'), de Brady Corbet (Sección Oficial - Fuera de Competencia)

En su segundo largometraje después del aclamado debut con The Childhood of a Leader, el guionista y director Brady Corbet filmó una ambiciosa, audaz, provocadora y decididamente controvertida película que vincula el ascenso a la fama de una cantante pop y sus posteriores miserias con cuestiones como la violencia escolar y el terrorismo internacional.

Lo que diferencia a Vox Lux de cualquier película sobre el negocio de la musica es que desafía todas las convenciones y encasillamientos. Claro que en esa búsqueda permanente por incomodar también puede resultar abrumadora y desconcertante. Corbet (un artista lleno de ínfulas e ideas) va de lo satírico a la denuncia, del cinismo a la empatía con resultados desiguales, pero siempre con un desparpajo que se agradece.

Las dos horas de Vox Lux (cuyo nada modesto subtítulo en el original es “un retrato del siglo XXI”) están divididas en un prólogo y dos grandes partes. En la escena inicial vemos a un estudiante acribillar en 1999 a docentes y compañeros en una escuela de Staten Island. La escena remite a la masacre de Columbine y en ella Celeste (interpretada por Raffey Cassidy) recibe un disparo, pero milagrosamente escapa de la muerte.

Dos años más tarde, siendo apenas una quinceañera, ella se convierte en la gran esperanza pop y se empieza a montar a su alrededor toda la maquinaria del show business: discográficas, giras, manager (Jude Law), coreógrafos, especialistas en relaciones públicas y un largo etcétera. Corbet define a Celeste como una combinación entre Katy Perry, Madonna, Lady Gaga, Sia, Demi Lovato y Taylor Swift, pero también describe la intensa, endogámica, posesiva relación con su hermana Eleanor (Stacy Martin), el verdadero talento en las sombras.

En la segunda mitad pasamos de 2001 (sí, hay referencias a los atentados a las Torres Gemelas) a 2017 y allí Corbet hace otra apuesta fuerte: Celeste, ahora de 31 años, es interpretada por Natalie Portman (tan insufrible como deslumbrante en un personaje tan o más angustiante y torturado que el de la bailarina de El cisne negro), mientras que el de su hija preadolescente Albertine es encarnado por... Raffey Cassidy.

Esta fábula fáustica sobre el costo (altísimo) de la celebridad (sobre todo para los prodigios que pasan casi sin preámbulos de una inocencia infantil a una adultez llena de presiones y exigencias), sobre el oportunismo y la hipocresía de la industria del entretenimiento tiene sus excesos (la ampulosa narración en off a cargo de la voz grave de Willem Dafoe, las constantes referencias a los actos terroristas en distintas partes del mundo), pero nunca deja de atrapar y por momentos de fascinar. A eso hay que sumarle la fotografía en 35mm de Lol Crawley y la banda sonora de ese maestro recientemente fallecido que fue Scott Walker y el balance termina siendo muy positivo. DIEGO BATLLE





-Ojos negros (España, 65'), de Marta Lallana e Ivet Castelo

Asistir a una película situada en el tiempo de verano, con protagonistas adolescentes, es como iniciar un viaje de vuelta a las zonas rurales del pasado: el terreno es conocido, pero nadie sabe si esta vez será tan emocionante como en ocasiones anteriores. El éxito dependerá de quien conduzca, de su capacidad para recrear una experiencia personal tantas veces contada, con una perspectiva propia que a su vez de cabida a vivencias ajenas.

El primer largometraje de Marta Lallana e Ivet Castelo resulta familiar tanto en forma como en contenido. Es imposible no citar referentes que quedan en casa, como Verano 1993, de Carla Simón, por su temática, poética visual y tempo aplicado al relato; o el plano de apertura de La reconquista, de Jonás Trueba, en el que Manuela lloraba al releer una carta del pasado, como Paula lo hará al inicio, cuando oye a sus padres discutir; o incluso su plano final, que casi recrea a Los 400 golpes, de François Truffaut.

Gestos cargados de memoria cinéfila que podrían llevar a entender Ojos negros como una suma de recursos propios del cine autoral surgido de la factoría Pompeu Fabra. Sin embargo, hay una sinceridad en la propuesta que compensa el uso de cualquier préstamo cinematográfico. La historia de Paula, una adolescente desubicada que pasa por primera vez el verano en el pueblo de su madre, se compone de incomodidades: es palpable el sentimiento constante de impertinencia o el pudor que puede sentir una niña cuando se relaciona con sus familiares más lejanos. El tema de la muerte, de la pérdida, impregna todo el film, ya que de manera metafórica o literal los acontecimientos que suceden en la vida de Paula la obligan a crecer, a cambiar de etapa, a madurar sentimentalmente con cada punto y aparte.

La relación que mantiene la protagonista con el resto de personajes resultará fundamental para ahondar en la personalidad de una niña que apenas habla. Cada interacción aporta una tonalidad distinta. El vínculo con su abuela, una mujer a la que no conoce pero por la que siente una compasión casi culpable, resulta de una ternura dolorosa, capaz de reflejar esa impotencia comunicativa que a veces se produce entre generaciones. El papel de su tía, quien cuida de la abuela y sacrifica su vida por ella, señala una situación demasiado común entre mujeres que raramente es representada en el cine y que, por ejemplo, Meritxell Colell abordó en Con el viento. Por último, la complicidad con Alicia, su única y mejor amiga, es oscura a la vez que luminosa. Su media sonrisa contiene el carácter travieso y provocador de las malas influencias, pero también de aquellas amistades intensas y sinceras, forjadas en los veranos más solitarios y tristes que idealizamos con el paso de los años. Multipremiada en el reciente Festival de Málaga. LAURA CARNEROS


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