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Críticas de la competencia Vanguardia y Género (I): “Apuntes para una película de atracos”, “Letters to Paul Morrissey”, “Shakti”, “Anteu”, “Black Bus Stop” y “Leyenda dorada” - #BAFICI21
Comenzamos la cobertura de esta amplia, muy diversa y siempre arriesgada selección que combina cortos y largometrajes con estas primeras seis reseñas.
LARGOMETRAJES
-Apuntes para una película de atracos (España, 90'), de León Siminiani.
Desde sus cortometrajes, con el díptico formado por Zoom (2007) y Límites: 1ª persona (2009), hasta su debut en el largometraje con Mapa (2012), Elías León Siminiani ha ido trazando un recorrido cinematográfico muy definido, en el que esa primera persona a la que hacía referencia uno de sus primeros trabajos, es decir, sus propias palabras –las que pronuncia o escribe el director– se convierten en la voz omnisciente de los relatos. En esos trabajos, todo gira en torno a la intimidad del creador. De su forma de expiar el dolor y de encontrar la sanación a través de las imágenes. Y también de la manipulación de los recuerdos virtuales, generados a partir de los planos registrados por el propio autor, que al final convergen en su biografía y en sus recuerdos. Si en las obras anteriormente citadas esa reelaboración del discurso se propone a partir de la propia experiencia (el momento de la ruptura amorosa abordada desde distintos puntos de vista), en su segundo largometraje, Apuntes para una película de atracos (2018) –presentado en la sección New Directors del Festival de San Sebastián–, trata de cumplir con un sueño: dirigir un thriller sobre robos. La realidad, como sucede en su serie de televisión El caso Asunta (Operación Nenúfar) (2017), sale al paso del mundo privado del creador y lo anega.
El director, según confiesa a través de la voz en off (rasgo esencial de su caligrafía), fantaseaba con poder dirigir algún día un film al estilo de Rififi (1955), de Jules Dassin, con un blanco y negro glamoroso, que sonara a jazz elegante y con un punto de vista entre exquisito y refinado. Pero él, sin embargo, se encontró con la noticia de la detención de un butronero, que se hacia llamar "El Robin Hood de Vallecas", y que cambió por completo el destino de la obra. Igual que en Mapa decidía dejarse llevar por Walk Out, la canción de Matthew Sweet, y dirigir su vida camino a la India (aunque no le durara mucho), en Apuntes para una película de atracos el detonante es el final de la carrera como atracador de este personaje al que en la noticia de su detención no se le ve la cara. En la imagen aparece tumbado en la acera, de espaldas, esposado, justo después de atracar una sucursal bancaria en el barrio de Usera en Madrid. León Siminiani comienza un trabajo de más de cinco años para conseguir acercarse al Flako, que es el sobrenombre con el que le gusta aparecer en el film al líder de “la banda de las alcantarillas”. Consigue visitarle en prisión y le convence, finalmente, para que sea el protagonista de su película de atracos. Mientras, el narrador-director y su pareja, Ainhoa, tratan de reconstruir la vida de su protagonista hasta ese momento. Y así la película se convierte en un hermoso (y emocionante) juego de espejos entre la vida del atracador y su mujer (fuera de plano ambos por motivos distintos) y la de ellos mismos, la de Elías y Ainhoa, siempre en plano, que convergen en el punto en común de la maternidad.
El clímax del relato se podría atisbar en el momento exacto en que este Robin Hood de barrio sale de la cárcel y acepta que el director ruede sobre él un documental. Sin embargo, eso sería derivar el film hacia lo esperado. El director comienza entonces a intentar mirar a través de los ojos del protagonista, algo que por momentos hace que el film pierda esa emotividad inicial que transmite, por ejemplo, su intento de seguir las húmedas huellas del Flako en las alcantarillas de Madrid o el nacimiento de su hijo. Sin embargo, aporta un nivel mayor de riesgo, al convertir ese mirada habitual y propia, centrada en el estilo afinado de la primera persona, en un relato a dos voces en el que irrumpe con fuerza otro protagonista. León Siminiani se va acercando al objetivo de su retrato, dibujando con un trazo fino su personalidad, aunque aparezca en pantalla con una máscara como si fuera unos ojos sin rostro. Y convierte el propio rodaje de la película (y su posterior proceso de montaje) en una suerte de laboratorio fílmico, donde todo sucede a la vista del espectador, donde no hay trucos, y donde la vida, o las distintas vidas, quedan retratadas en el momento. Como si fueran parte de una fotografía que comienza a revelarse gracias al líquido de nuestras miradas. Hay autores que solo se necesitan algunos apuntes para reconstruir la película de atracos que uno recuerda que vio cuando era un niño. FERNANDO BERNAL
-Letters to Paul Morrissey (España, 80'), de Armand Rovira.
Letters to Paul Morrissey se articula a través de cinco episodios de homenaje vídeo-epistolar de Armand Rovira (y Saida Benzal, coguionista del film) al director de títulos como Trash y Heat, que colaboró de Andy Warhol en la consecución de un hitos como Chelsea Girls. De lo que se trata aquí es de dialogar de forma figurada. De mandar mensajes (sin esperar respuesta) a través de la réplica (formal, mayormente) de aquellas sacudidas made in Velvet Underground. Sin interés por establecer vías de comunicación con los no-iniciados, Rovira reproduce la locura (o genialidad) de aquellos 16mm nacidos para provocar (o revolucionar) la experiencia cinematográfica, ya desde las bases supuestamente inamovibles de la proyección.
La multi-pantalla como multi-punto de vista en el que el espectador se ve obligado a elegir… del mismo modo en que un hombre, Udo Strauss, decide abandonar la decadencia consumista de su Berlín natal para abrazar la espiritualidad del Valle de los Caídos. La provocación pervive, como pervive la atracción experimental que sólo puede despertar el consumo de ciertas sustancias prohibidas. Lo que pasa es que esta sacudida llega ahora a nosotros como una cápsula temporal. Como el recuerdo de aquello que podría haber sido, pero que finalmente no fue. En su capítulo más inspirado, Rovira imagina la decadencia de una de las Chelsea Girls (suerte de reflejo anti-glamouroso de aquel El ocaso de una vida), obligada a contratar los servicios de una agencia que promete amor a cambio de una módica cuota de alquiler. Es ahí cuando Letters to Paul Morrissey dialoga, ahora sí, con otros autores. Con Billy Wilder, claro, pero más bien con John Cassavetes, y con Chris Marker, y con Shinya Tsukamoto. En esta comunicación entre maestros, en estas carambolas temporales y geográficas, Rovira recobra la esperanza en la palabra (sin duda bien transmitida) de Morrissey. VÍCTOR ESQUIROL
CORTOMETRAJES
-Shakti (Argentina-Chile, 19'), de Martín Rejtman (Fuera de Competencia).
Crítica completa por Diego Batlle en la cobertura de la Berlinale 2019
-Anteu (Portugal-Francia, 29'), de João Vladimiro.
Tras su presentación en el reciente Festival de Rotterdam, llega al BAFICI este cortometraje del director de films como Lacrau y A lã e a neve que propone una combinación entre elementos realistas y surrealistas, entre el melodrama y el humor negro. El Anteu del título es un adolescente de 17 años de un aislado pueblo rural. Tras las muertes de su madre, su padre y los vecinos del lugar se da cuenta de que será el único sobreviviente. Frente a la inquietante pregunta “¿Quíen va a enterrarme?”, el joven termina elaborando un ingenioso plan. Austeros y al mismo tiempo fascinantes, los casi 30 minutos de esa fábula apocalíptica y minimalista a la vez que es Anteu ratifican a Vladimiro como una de las miradas menos complacientes y más audaces del nuevo cine portugués. DIEGO BATLLE
-Black Bus Stop (Estados Unidos, 9'), de Kevin Jerome Everson y Claudrena N. Harold.
También desde Rotterdam llega este cortometraje codirigido por el prolífico Kevin Jerome Everson (ganador de la competencia de Derechos Humanos del BAFICI 2017 con Tonsler Park) y Claudrena N. Harold. Se trata de una suerte de homenaje a la Black Bus Stop del título, una parada de ómnibus que con el tiempo se fue convirtiendo en un punto de encuentro (casual, informal, pero finalmente icónico) para estudiantes negros frente al campus de la Universidad de Virginia, en Charlottesville, durante las décadas de 1980 y 1990. Los jóvenes se encontraban allí para charlar, escuchar sus canciones favoritas, hablar de política, bailar y buscar parejas. Varias décadas más tarde, los realizadores regresan al lugar para este tributo con mucho de musical (coreografías incluidas), de nostalgia y de emoción. DIEGO BATLLE
-Leyenda dorada (España, 11'), de Chema García Ibarra e Ion de Sosa (Fuera de Competencia).
Entre otras muchas virtudes, Ion de Sosa demostró en Sueñan los androides que nadie sabía filmar una ensalada mixta como él. Parece una virtud nimia, pero tanto de Sosa como Chema García Ibarra, su nuevo colega de correrías, han sabido retratar con verdadero respeto esa clase popular española, ya sea levantina o emigrante, que pocas veces protagoniza relatos cinematográficos –arrabales, jóvenes con granos, sueños sin cumplir, vidas alejadas de cualquier foco mediático– si no es para acercarse a ellos con compasión, miserabilismo, o como ilustraciones de tesis. A los pocos minutos de arrancar Leyenda dorada, el trabajo con el que De Sosa e Ibarra han concursado en la sección oficial de cortometrajes de la Berlinale 2019, aparece un primer plano, nada estetizante, de un glorioso plato combinado –salchichas, patatas fritas, lechuga (iceberg), tomate–, probablemente el rey gastronómico, junto con la ensalada mixta y la paella, de las mesas populares de verano. Y ese plano, sobre el que se superpone el canto popular de una vieja con gafas de sol sentada en la terraza del chiringuito de una piscina de algún lugar del interior del país, viene precedido de las manos de una joven que ojea despreocupada un libro sobre conjuros satánicos, rituales y ouijas. Un corte brutal que marca muy bien el tono que persigue la película: un trabajo de ficción costumbrista, o una suerte de costumbrismo de ciencia-ficción cargado de (buen) humor.
La combinación De Sosa-Ibarra es quizás uno de los duetos más geniales que ha alumbrado el cine reciente en España, dos almas gemelas que parecían destinadas a encontrarse, y que juntos han conseguido un exacto punto intermedio entre sus filias y fobias: Leyenda dorada es ante todo un divertimento, y así hay que reivindicarlo, sin que nada tenga de malo, un juego con elementos reales, de esos a los que nadie presta atención, y que gracias a pequeños destellos de puesta en escena trascienden su retrato de clase popular para convertirse en una obra de ciencia-ficción destilada. Lo que las primeras películas de Ibarra enunciaban de forma muy evidente –esa sci-fi teñida de absurdo popular, de retrato de barrio– ha devenido, gracias en parte a la intervención de de Sosa y su cámara de 16mm (que impone un rodaje mucho más preciso), pequeños haikus (un sonido aquí, un diálogo allí) que apuntalan una historia que el espectador habrá de concluir.
En Leyenda dorada, el sopor de las sobremesas de verano en esa piscina de tierra adentro se mezcla con un semi-ahogado tras corte de digestión, una megafonía que se debate entre lo promocional y los sonidos de ultratumba, y un grupo de jóvenes que deciden invocar a Antonio Anglés en un ejercicio de ouija veraniega. Ninguna de estas historias, sin embargo, es una historia completa: son apuntes mínimos, bocetos de pocos rasgos, cargados de humor, con los que De Sosa-Ibarra logran no solo retratar la belleza del tedio veraniego, las hormonas desatadas de los adolescentes (todos actores no profesionales), sino convertir un escenario banal en un terreno en el que se mezclan con naturalidad satanismo a plena luz del día, cultura popular y crónica negra. Quizás estos dos cineastas hayan superado el haiku y encontrado una fórmula patria, mucho mejor, y más apropiada para nuestro contexto: el cine como un plato combinado. GONZALO DE PEDRO AMATRIA
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