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Críticas de secciones paralelas (I) - #BAFICI21
Recorrido por algunos títulos de los apartados Películas sobre Películas (What She Said: The Art of Pauline Kael), Lugares (Temporada), BAFICITO (Mirai), Hacerse Grande (Eighth Grade) y Cortos - Trayectorias (Cairo Affaire).
-What She Said: The Art of Pauline Kael (Estados Unidos, 95'), de Rob Garver (Sección Películas sobre Películas)
Uno de los momentos estelares de la carrera de Pauline Kael fue sin duda aquel en el que tuvo que enfrentarse a las 9 horas de Shoah. En este combate, aparentemente desigual, se acabaron invirtiendo las tornas. Al final, fue Claude Lanzmann quien tuvo que hacer frente a la pluma letal de tan legendaria crítica cinematográfica. Cuando parecía que el catedralicio documental sobre el holocausto nazi iba a lograr el beneplácito unánime de la prensa, se levantó el dedo discordante de quien no podía evitar aburrirse soberanamente con las secuencias interminables de raíles, y de quien opinaba que la interacción del cineasta francés con los entrevistados era un involuntario llamamiento a la comedia… y de quien temía que, en definitiva, todo aquel discurso solo servía para cerrar la mente, no para abrirla. La Historia, a veces, parece escrita por el más genial de los guionistas. El choque de trenes, si se me permite, juntó a dos monstruos en sus respectivos terrenos: tenía que ser la obra cumbre de un hombre libre la que expusiera la rabiosa libertad de una de las voces más poderosas que haya dado jamás la crítica fílmica. Cuando Pauline Kael vio Shoah, tuvo claro que la urgencia y gravedad de la temática (ahora lo llaman “cine necesario”) no exime a un producto de sus posibles pecados.
La lección puede extrapolarse a What She Said: The Art of Pauline Kael, documental debut de Rob Garver presentado en la sección Panorama de la reciente Berlinale, que genera la frustración de ver cómo el nítido retrato de la vida y milagros de Kael se ve emborronado por una serie de filigranas estéticas que envilecen el conjunto. El conflicto entre forma y contenido queda en un empate técnico en el que impera lo insípido y donde aflora una cierta incoherencia. Si la Bohemian Rhapsody de Bryan Singer era incapaz de dedicar seis minutos de metraje continuado a la mítica canción de Queen, aquí Garver se atreve a retratar de un modo plenamente formulístico a una crítica de cine enfrentada a las convenciones. Una contradicción que manifiesta una preocupante falta de entendimiento de la materia de estudio. Garver se maneja bien a la hora de ordenar los clips que componen el relato, pero tropieza cuando echa mano de una pedagogía demasiado elemental. Tanto en el uso abusivo de la música como en la dirección interpretativa de las voces en off que recitan textos de y sobre Kael, Garver muestra un gusto por los tics cinematográficos que aborrecía la crítica del The New Yorker.
Tanto las entrevistas con invitados de lujo –Quentin Tarantino, Paul Schrader (el aprendiz más aventajado de Kael), David O. Russell– como las escenas de películas ensalzadas o destrozadas sin piedad por Kael son argumentos de tanta entidad que justifican de por sí la aventura. Cualquier añadido resulta “edulcorante”, sustancia prohibida según el dogma “kaeliano”. Al menos, el director y montador es consciente de la transparencia de sus imágenes –estamos mucho más cerca de la narración plana Life Itself, el documental sobre Rogert Ebert, que de la reflexión nostálgica de El chico que conquistó Hollywood– y no cae en un manierismo excesivo. Erigido en humilde aparato visual, What She Said: The Art of Pauline Kael se contenta con la mera (pero efectiva) recitación del imaginario de la autora de Trash, Art and the Movies. Queda, esto sí, el orden en la exposición y la admiración (mal rumiada, pero al menos sincera) hacia un legado que revive como eco. Queda el viaje cinéfilo por el Nuevo Hollywood y una reivindicación de la crítica como eje central de la creación del mito cinematográfico. VÍCTOR ESQUIROL
-Cairo Affaire (Argentina, 25'), de Mauro Andrizzi (Sección Cortos - Trayectorias)
Este flamante corto de Andrizzi resulta un fascinante híbrido que combina imágenes documentales tomadas por el propio director en distintos viajes a Teherán en 2008 y a El Cairo en 2016 con anécdotas y vivencias personales e historias ajenas para construir un tríptico sobre historias de espionaje, de amor y de cine.
Tras presentar Iraqi Short Films en Irán, Andrizzi fue abordado por Firouzeh, una mujer iraquí de unos 50 años disgustada por la aproximación del director argentino al conflicto. Lo que sigue es la reconstrucción de un tensa relación que incluyó hasta un encuentro con el embajador de ese país y la propuesta para rodar una película en Irak. El segundo episodio está ligado a su paso por Egipto, donde una serie de ataques de tiburones y cocodrilos fue visto por las autoridades locales como un plan israelí para minar la principal fuente de ingresos: el turismo. El capítulo final tiene que ver con la historia de amor entre uno de los fundadores de Al-Qaeda (Anwar al Awlaki) y una actriz croata que -a partir de la intervención de un militante danés que los traiciona y, claro, de la CIA- terminó con la vida del líder yihadista en Yemén.
De lo íntimo a lo político, de lo turístico a lo (tragi)cómico, de lo experimental al cine de género, con recursos que van del registro casero al uso de found-footage, imágenes de clásicos como Los pájaros y Tiburón, subtítulos que van narrando las historias o música tradicional de Yemen, Andrizzi concibe un patchwork que va ganando en interés a medida que avanza. En apenas 25 minutos, nos sumerge en tres historias realmente extraordinarias con las conspiraciones y la paranoia como aspecto en común. DIEGO BATLLE
-Mirai (Japón, 98'), de Mamoru Hosoda (Sección BAFICITO)
Muchos son los momentos que ilustran el detallismo y emotividad del retrato que ofrece Mirai de las dinámicas familiares y paterno-filiales. Uno de mis preferidos es aquel en el que Kun, un niño de apenas dos años, amenaza, empujado por los celos, con golpear a su hermana recién nacida, Mirai, con un tren de juguete. En plano general, la madre, al límite de sus energías, le recrimina al hijo su conducta con un grito severo. Entonces, Mamoru Hosoda (el director de Summer Wars y El niño y la bestia) nos acerca a la madre para que veamos cómo se recrimina en voz baja el haber perdido los estribos. La escena está llena de matices e interpretaciones posibles: el niño se sitúa entre el enfado y el arrepentimiento, mientras la tristeza de la madre perfila su descontento con el niño, pero también con ella misma por no haber sabido solventar el conflicto de manera pacífica. Detalles que, con toda probabilidad, llamarán la atención de cualquiera que haya sido padre o madre.
Como si se tratara de un pequeño drama familiar de Yasujirō Ozu o Hirokazu Kore-eda, Miraiencuentra en el escenario doméstico las claves micro y macroscópicas de la vida de un clan y de toda una nación, dominada por las tensiones entre tradición y modernidad. La aparición de un nuevo modelo familiar se ve reflejado, sobre todo, en la decisión del padre de abandonar su puesto “de oficina” como arquitecto para trabajar en casa, mientras la madre mantiene su empleo tradicional. Un nuevo escenario que la película aborda con humor y amabilidad, pero sin dejar de atender a los retos que plantea este cambio de paradigma familiar. Hosoda aborda esta cuestión desde un controlado y luminoso intimismo, prefiriendo los planos frontales y laterales a las vistas oblicuas. Una voluntad de orden que, en todo caso, se va al traste cuando Kun tomas las riendas del relato y la fantasía entra en juego.
Los dramas paterno-filiales suelen estar contados desde la perspectiva de personajes adultos, casi siempre más cercanos a la sensibilidad de los directores. Sin embargo, Hosoda se atreve (como hiciera Hayao Miyazaki en Mi vecino Totoro o Ponyo y el secreto de la sirenita) a tomar como perspectiva central la mirada de un niño desconcertado por el comportamiento de sus padres. Será a través de esta mirada que, como en un relato dickensiano, el espectador se adentrará en un viaje por diferentes tiempos y lugares que tiene como pista de despegue el patio interior de la casa familiar. Allí, Kun inicia una serie de encuentros con parientes que le visitan desde el pasado o el futuro, siendo especialmente destacables las apariciones de la “versión futura” y adolescente de Mirai, la hermana, y la de una criatura fantástica (cuerpo humano, cola canina) cuyos rasgos y movimientos pueden remitir a los de la serie de animación japonesa Lupin III.
A la postre, la obra que mejor dialoga con Mirai es seguramente el mítico cortometraje Jumping de Osamu Tezuka, en el que, en plano subjetivo, un niño (o niña) empezaba a saltar hasta terminar alzándose a los cielos. A través de esta serie de saltos sobrehumanos, Tezuka visitaba el Japón urbano y el rural, pero no solo eso, sino que los saltos se proyectaban también hacia el pasado, hasta la Segunda Guerra Mundial, un periodo traumático para la nación japonesa. Por su parte, Mirai se eleva a los cielos para rastrear el fascinante árbol genealógico de Kun y su hermana, una suerte de “árbol de la vida” que figura como una de las pocas creaciones digitales de una película que, en su mayor parte, bebe de la cara más artesanal de la animación. Combinando las líneas rectas de la casa familiar y del árbol genealógico de Kun con la deliciosa redondez del protagonista, Mirai deviene un emocionante (y nada sentimentalista) elogio de las pequeñas batallas cotidianas que dan forma a ese lugar de aprendizaje que llamamos familia. MANU YÁÑEZ
-Eighth Grade (Estados Unidos, 93'), de Bo Burnham (Sección Hacerse Grande)
El cine indie está lleno de retratos sobre la angustia adolescente, pero pocos con la sensibilidad y dulzura de esta ópera prima del veinteañero Burnham, que narra las desventuras cotidianas de Kayla (una extraordinaria Elsie Fisher) entre su vida escolar (está en el siempre arduo octavo grado del título), sus rituales de iniciación, sus amores obsesivos y la conflictiva relación con su querible padre (Josh Hamilton). Un retrato de la generación millennial con destino de clásico que ganó múltiples premios en la temporada 2018. DIEGO BATLLE
-Temporada (Brasil, 112'), de André Novais Oliveira (Sección Lugares)
Jiuliana (Grace Passô) es una mujer negra, gordita y retacona que llega desde Itaúna, un pueblo perdido del interior de Mina Gerais, a una ciudad mediana como Contagem (600.000 habitantes). La protagonista ha dejado atrás a su marido -quien ha prometido seguirle los pasos en el futuro- para comenzar a trabajar como empleada de una agencia estatal que se ocupa de combatir las plagas (sobre todo la del Dengue). Así, debe ir casa por casa para eliminar todo elemento que sirva para criar mosquitos o participar en una campaña antirrábica vacunando perros en una plaza. Ella no tiene demasiada idea de nada, pero allí estará el obeso Russao, que lleva siete años en el puesto, para instruirla y ayudarla.
En principio, la ópera prima de Novais Oliveira está muy cerca del documental con la cámara acompañando a Jiuliana a varias de sus 20 visitas diarias a los hogares de los vecinos, pero -poco a poco- en medio de situaciones graciosas (cómo subirse a una terraza inaccesible o una inesperada invitación a jugar a la PlayStation) surgen charlas en las que ella irá largando algunas confesiones tan íntimas como inesperadas e intensas. Así, entenderemos finalmente sus traumas, sus necesidades y sus búsquedas. El film también se acercará a sus deseos y, en ese sentido, el director es muy honesto al filmar con absoluta naturalidad los cuerpos imperfectos de los personajes incluso en las escenas de sexo. Simple y bastante efectiva, Temporada es de esas películas pequeñas y nobles películas que resultan entrañables y se terminan agradeciendo. DIEGO BATLLE
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