Cine en Casa
Crítica de “Leaving Neverland”, de Dan Reed (HBO)
Este controvertido y fascinante documental de cuatro horas en dos partes expone los casos de abuso sexual a distintos niños ligado a la figura del Rey del Pop, Michael Jackson.
Leaving Neverland / Dejando Neverland (Reino Unido-Estados Unidos/2019). Guión, fotografía y dirección: Dan Reed. Música: Chad Hobson. Edición: Jules Cornell. Documental de cuatro horas en dos partes que HBO emitirá en América Latina este sábado 16 y domingo 17, a las 20 (Luego en HBO GO o en Flow y On Demand de Cablevisión).
Por su temática extrema (el abuso infantil), por la intensidad de sus testimonios (dos víctimas directas) y porque en el centro de la escena está nada menos que un auténtico genio de la música y el baile (Michael Jackson), esta reseña merece varias advertencias. Leaving Neverland no es apta para todo tipo de sensibilidades y seguramente irritará (o indignará) a los fans incondicionales del creador de Thriller, pero está muy lejos de ser una mera aproximación sensacionalista.
Si hay algo que destaca a este documental del prolífico director inglés Dan Reed (The Paedophile Hunter, The Valley, Terror at the Mall) es el rigor con que expone cada arista del caso y cada faceta de estas historias de vida. Una minuciosa investigación, un impecable trabajo con el material de archivo y declaraciones con un grado de detalle demoledor hacen de la película una denuncia contundente, insoslayable y en muchos sentidos incuestionable. Está claro que esto no es un juicio y que seguramente habrá otras opiniones (ya los herederos y apoderados legales del cantante iniciaron una multimillonaria demanda contra los artistas y prestigiosas compañías ligadas al proyecto como el Channel 4 británico y HBO), pero la dimensión humana, la profundidad psicológica de Leaving Neverland conmueve.
Los protagonistas del documental son dos treintañeros, pero que compartieron la intimidad de Jackson cuando eran niños: el australiano Wade Robson, que fue descubierto en 1987, con tan solo cinco años, durante un concurso de baile que ganó con su imitación de Bad (el premio era conocer al Rey del Pop); y el californiano James Safechuck, quien en esa misma época participó, a los nueve años, en uno de los comerciales de Jackson para Pepsi.
Con una entereza, nobleza y dignidad encomiables, tanto Robson como Safechuck exponen con suma precisión los distintas facetas de la seducción, manipulación y abusos sexuales de los que fueron objetos durante mucho tiempo en la mansión de Neverland y otros ámbitos (Robson, por ejemplo, fue parte del círculo íntimo entre sus 7 y sus 14 años). Ellos -y el propio Reed en el armado que hace del relato- insinúan que no fueron los únicos sino apenas dos de una larga cadena de víctimas (algunos casos llegaron a los estrados tribunalicios y luego fueron desestimados y otros se cerraron con acuerdos extra judiciales).
El director reconstruye la trama legal y la cobertura los medios, pero su foco, el énfasis siempre está puesto en las experiencias personales de Robson y Safechuck, en sus traumas y contradicciones (durante décadas se negaron de forma rotunda a admitir lo que habían padecido mientras seguían sosteniendo su amor por Jackson) y sus intentos de rehacer sus vidas (de adolescente Robson se convirtió en un aclamado coreógrafo para ‘N Sync y Britney Spears; luego ambos se casaron y tuvieron hijos) en medio de la vergüenza, la culpa y la angustia acumulada. Uno de los aspectos más conflictivos del film tiene que ver con el lugar de los hermanos y sobre todo de los padres de ambos. ¿Realmente nunca se enteraron de nada? ¿También resultaron seducidos por ese universo de repentina fama y lujo? Ellos se defienden y dan argumentos bastante convincentes, pero -en un caso de semejantes alcances y derivaciones- siempre quedarán las dudas.
Lejos del morbo deliberado de ciclos como E! True Hollywood Story o del amarillismo de tantas coberturas mediáticas, Leaving Neverland -que tuvo su estreno mundial en el reciente Festival de Sundance- resulta un modelo de investigación y, sobre todo, de respeto y sensibilidad a la hora de acercarse, con paciencia y rigor, al drama del abuso infantil.
(Esta reseña fue publicada previamente en el diario La Nación)
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