Festivales
Todas las críticas de la Competencia Internacional - #FICValdivia
Por Diego Batlle, Carlota Moseguí, Endika Rey, Diego Lerer y Marcela Gamberini
-El jurado de la sección principal integrado por Kiro Russo, Ela Bittencourt y Jerónimo Rodríguez deberá asignar los distintos premios entre 12 películas siempre audaces y provocadoras, con el sello distintivo del festival chileno cuya 24ª edición se realiza entre el lunes 9 y el domingo 15 de octubre.
-Aquí una guía crítica de la selección realizada este año por el equipo de programación liderado por el director artístico Raúl Camargo.
-Mama Colonel (Maman Colonelle), de Dieudo Hamadi (Congo, Francia. 2017. 72’). Premiere Latinoamericana ★★★★✩
Codirector de películas como Dames en attente y Congo in Four Acts y realizador en solitario de Atalaku y National Diploma, el joven Dieudo Hamadi fue premiado en Berlín y Cinéma du Réel (ganó el Grand Prix) con este desgarrador, pero nunca manipulador registro de la actividad de Colonel Honorine Munyole, una mujer infatigable (pese a ser ya bastante veterana y cargar con una voluminosa figura) que trabaja para una unidad de la policía que se ocupa de los abusos a mujeres y niños, algo que en el Congo ocurre con una frecuencia y brutalidad inconcebibles para Occidente.
Ella se ha ganado el aprecio de miles de víctimas, pero cuando es transferida a Kisangani todas sienten una aterradora sensación de vacío (“¿y ahora quién va a defendernos?”, le preguntan). Ya en su nuevo destino, ella deberá empezar de cero y descubrirá que allí la situación no es mejor que en su lugar de origen. Al contrario, tras la guerra entre Rwanda y Uganda, descubre que hay miles de crímenes atroces. Mujeres con 6 o 7 hijos, violadas y abandonadas a su suerte, criaturas abusadas... El panorama es aterrador, pero Hamadi pone su cámara atenta no al servicio del amarillismo o de la denuncia culpógena, sino para exponer en toda su dimensión el trabajo cotidiano de su heroína y las historias de vida de los olvidados de siempre. El humanismo y el cine le ganan por goleada al típico documental con espíritu ONU/UNESCO. DIEGO BATLLE
-Beyond the One (Al di là dell'uno), de Anna Marziano (Italia, Francia, Alemania. 2017. 53’). Premiere Latinoamericana. ★★★✩✩
Esta directora italiana radicada en Berlín mantuvo charlas con distintas personas de Francia, India, Italia, Bélgica y Alemania sobre el amor, el cortejo, la convivencia, las miserias y contradicciones de las relaciones afectivas y los recuerdos que perduran tras la muerte del ser querido en un ensayo de corte experimental y con ínfulas filosóficas que apuesta al patchwork estilístico y visual (múltiples soportes como el Súper 8 y 16mm, narración fragmentaria, uso de música y citas literarias, etc.) con resultados no siempre del todo convincentes. Lo mejor de este trabajo presentado hace pocos días en la sección Wavelenghts -la más experimental- del Festival de Toronto es precisamente cuando escapa del terreno del testimonio convencional sobre experiencias íntimas y se sumerge en terrenos más abstractos, más ambiguos, más misteriosos e indescifrables. DIEGO BATLLE
-Rey, de Niles Atallah (Chile, Francia, Países Bajos, Alemania. 2017. 90’). Premiere Chilena ★★★★½
Siete años ha tardado el chileno Niles Atallah en terminar su singular biopic sobre Orélie-Antoine de Tounens, el abogado y explorador francés que dedicó toda su vida a encontrar el reino de Araucania, situado entre la Patagonia y Chile. Según cuenta la leyenda, De Tounens no sólo se convirtió en el primer hombre que medió pacíficamente con el indomable pueblo mapuche; también fue elegido su rey siguiendo la voluntad de los indígenas. Narrada en cinco episodios que arrancan con el cautiverio del francés en manos del ejército chileno, Rey pone en escena una recreación antihistórica de dicha coronación indocumentada científicamente.
Poco se conoce sobre la vida de Orélie-Antoine de Tounens. Su biografía es un encadenamiento de incógnitas sin resolver. Sin embargo, el director de Lucía no le tiene miedo a dicha falta de información. Ese vacío referencial es precisamente el punto de partida que da rienda suelta a su alocado cuento de hadas. Atallah rellena los agujeros de la historia del explorador insertando sueños, delirios y obsesiones que pudo haber tenido el Rey de Araucania. Esas secuencias han sido concebidas con un único fin: que el espectador logre desprenderse de su punto de vista científico para afrontar la leyenda de De Tounens. Así, Atallah se dispone a devolver el relato al lugar que le corresponde. Es decir, al reino del mito, y no al de la Historia.
La magia de Rey se halla en esa perfecta combinación entre las escenas posiblemente reales –que ilustran un viaje a Araucania a través de los códigos del western– con momentos de surrealismo extremo: desde segmentos filmados en animación stop motion, secuencias donde los personajes se disfrazan con máscaras de animales de papel maché, o breves fragmentos de temática animal o paisajística que fueron filmados en 16mm, 35mm y Súper 8. Ganadora del Premio Especial del Jurado en Rotterdam 2017. CARLOTA MOSEGUÍ
-Baronesa, de Juliana Antunes (Brasil. 2017. 73’). Premiere Chilena
La realizadora de Belo Horizonte, de 27 años, debuta con este documental que viene de ganar el premio a la mejor película en el Festival de Tiradentes y se vio aquí como filme de clausura, un espacio en el que algunos festivales suelen usar para dar material no demasiado importante pero que aquí se utilizó, y muy bien, para exhibir una película quee ya traía buenos pergaminos y que los convalidó con la fuerza de una sutil pero poderosa aplanadora.
“Baronesa” es el nombre de una favela a la que la protagonista del filme desea mudarse, uno que aparentemente es más tranquilo y menos violento que el que vive. Lo que Antunes nos muestra es la vida cotidiana de esta mujer, su mujer amiga, los hijos de ésta y un amigo (ex pareja) de la favela. El recorte es bastante extremo. Más allá de algún que otro personaje que aparece casualmente, el contexto –el resto de la villa, la ciudad– está fuera de campo. No hace falta verlo. Esos pocos metros cuadrados en los que los protagonistas parecen moverse contienen un mundo. Su mundo.
Si bien hay ciertos momentos que parecen “dramatizados/manipulados”, la película jamás pierde su lógica, su recorrido, su verdad. Es un filme íntimo, honesto, que se acerca a sus protagonistas de una manera relativamente similar a la que lo hacía Pedro Costa en sus primeras películas basadas en Fontainhas: es una directora que pasa un tiempo en las favelas con un grupo de mujeres, cnvive con ellas, se integra, filma sus vidas cotidianas y los difíciles y perturbadores momentos que pasaron y que, a lo largo del filme, pasarán. Pero a diferencia de los filmes del portugués (y esto acaso hable de las diferencias culturales entre ambos países), los personajes de Baronesa, pese a que tienen motivos más que suficientes para vivir en la más lúgubre tristeza y oscuridad, se dan el tiempo para reírse, bailar, cantar y enfrentar su vida en lo que parece ser una trinchera de una batalla (o un campo minado).
Claro que esto no quita la dureza y potencia de la película, que va creciendo con el correr de los minutos, especialmente desde que se desata una guerra entre pandillas en la favela, guerra que casi no vemos (salvo en un breve y shockeante momento, capturado in situ) pero en la que estamos, con los protagonistas, metidos. Son ellos los que no pueden moverse más allá de ciertas zoas y en ciertas horas, él anda con chaleco antibalas y hasta prueba su resistencia, y ellas están atentas a la posibilidad de que esa violencia las cruce en cualquier momento. Violencia a la que no son ajenas –ya lo verán por las historias que cuentan–, y que han aprendido a sobrellevar a la fuerza y con coraje.
Baronesa podría haber sido, en otras manos, una película cruel, exótica, condescendiente o paternalista. Pero Antunes mantiene la cámara en los cuerpos, los rostros y las miradas de los protagonistas, raramente tomándolos en planos generales. Está todo allí, en ese encierro del que desean liberarse, pero que también los constituye, con sus momentos de humor (animales sueltos, baldazos de agua fría para tolerar el calor, juegos familiares) y otros más dramáticos, casi todos ellos felizmente fuera de campo. Sentimos y sufrimos las consecuencias, pero la debutante directora tiene la inteligencia de alejarnos del morbo televisivo, de la explotación.
Siempre el acercamiento de directores de clase media a barrios carenciados genera un potencial choque de posturas y miradas, pero Antunes aquí invisibiliza esa diferencia, la naturaliza. Baronesa es una película que no necesita subrayar el universo ni el contexto en el que estas mujeres sobreviven. Está ahí y basta con verlas y escucharlas para sentir el peso de sus experiencias. Una película imprescindible del cine latinoamericano: política, audaz y honesta como pocas. DIEGO LERER
-A fábrica de nada, de Pedro Pinho (Portugal. 2017. 177’). Premiere Latinoamericana ★★★★✩
Suerte de mixtura entre Recursos humanos, de Laurent Cantet, y el cine de su compatriota Miguel Gomes (con el que se relaciona por la combinación entre documental y ficción, el uso ampuloso de la música popular, el registro de la intimidad de personajes comunes, la mirada política y la desmesura de su propuesta), la película de Pedro Pinho -ganadora del premio FIPRESCI de la crítica internacional- resultó una de las pocas sorpresas que regaló Cannes 2017.
El film -inspirado en las experiencias autogestionarias del taller FATELEVA que entre 1975 y 2016 se encargó de la antigua fábrica de ascensores Otis- sintoniza de forma directa con la situación de crisis de Europa en general y de Portugal en particular al exponer la sensación de desamparo y precarización de los obreros y sus dificultades para organizarse y sostener posturas comunes.
Este cuarto largometraje de Pinho comienza con un intento de vaciamiento de la fábrica en medio de la noche que los propios trabajadores descubren y detienen. Poco después llegan al lugar nuevos responsables de administración y recursos humanos que, en verdad, viene a reducir la plantilla mediante diversas ofertas: despidos disfrazados de retiros voluntarios o acuerdos entre ambas partes.
Mientras avanzan las negociaciones, la cámara de Pinho muestra también la situación hogareña de algunos operarios (sus desniveles de autoestima se aprecian tanto en el terreno sexual como en la relación de un padre con su hijo) y la dinámica interna en una fábrica que deja de producir y que les genera horas y horas de tiempos muertos.
Como rareza (al menos para nosotros) aparece promediando las tres horas del film el realizador Danièle Incalcaterra (Tierra de Avellaneda, El impenetrable) para ofrecer una mirada sobre la experiencia argentina post-2001 en cuanto a fábricas recuperadas por sus obreros, sobre todo con el caso de cerámicas Zanón (Cooperativa Fasinpat). En ese sentido, Incalcaterra forma parte de la veta más politizada y discursiva de un film en el que se polemiza también en el terreno intelectual sobre las contradicciones y la crisis del capitalismo (salvaje).
La otra sorpresa de un film dominado por la austeridad tiene que ver con la irrupción de escenas musicales con coreografías improvisadas a cargo de los propios obreros. Una forma de apostar a lo lúdico y al artificio entre tanto sufrimiento, decadencia y frustración de la realidad. DIEGO BATLLE
-Braguino, de Clément Cogitore (Francia, Finlandia. 2017. 49’). Premiere Latinoamericana
Una voz en off habla de un sueño recurrente. Las imágenes nos muestran un helicóptero aterrizando. De repente aparecen en plano un puñado de niños rubios, casi albinos, y una cartela nos indica que estamos en la Siberia oriental. El helicóptero trae a Clément Cogitore, el director, y a su equipo de rodaje a Braguino, llamado así debido a su fundador. No estamos en un pueblo propiamente dicho; estamos a más de 700 kilómetros de la civilización y en un paraje al que sólo se puede acceder por mar o aire. Sus únicos habitantes son dos familias: los Braguino del título y los Kiline. Pero no se hablan. Hace ya años que cada uno se repartió las tierras y viven allí, divididos por el río y alejados de todo, especialmente, entre ellos mismos.
Braguino, la ganadora del premio Zabaltegi-Tabakalera de la última edición del Festival de San Sebastián, se acerca, en sus 49 precisos minutos, a este paraje nacido 30 años atrás y, en especial, a una de las familias. Cogitore capta a la perfección una realidad que mientras en ocasiones es mágica, en otros instantes resulta totalmente perversa. El día y la noche traen consigo una diferencia capital a la hora de rodar el paisaje, del mismo modo que lo hace el hecho de rodar el mundo adulto y el de los niños. Mientras los primeros se dedican a narrar a cámara, con odio, las vicisitudes que sus vecinos les hacen pasar (la conspiranoia llega a tales niveles que incluso se plantean la posibilidad de estar bajo escucha), los niños se dedican sencillamente a mirar. En ese sentido, una de las secuencias más bellas de la película es aquella que muestra a un puñado de infantes, de uno y otro bando, en la misma orilla del río. Los dos grupos no llegan a hablar, pero tampoco dejan de observarse, como intentando entender aquello que sucede entre ellos sin conseguirlo.
El enfrentamiento entre las dos familias es, pues, capital para el director de Ni le ciel ni la terre, pero no es ni mucho menos el único de sus intereses. A Cogitore también le interesa asistir al proceso de destrucción llevado a cabo por los invasores del espacio. Estos, denominados los “corruptos” por la familia protagonista, son grupos de hombres que aterrizan con helicópteros dispuestos a cazar en tierras que no les pertenecen. El acto es ilegal pero poco importan las normas y principios en una tierra de nadie… Tanto en este acto como en la manera en que se rueda el espacio, Braguino tiene algo de retrato del final de una época, tanto respecto a los demonios externos como a los internos de sus protagonistas.
Otro de los instantes definitorios es esa caza del oso por parte de la familia que tiene lugar en mitad de la película. Es uno de los pocos instantes en que los protagonistas se refieren directamente al equipo de rodaje (“¿Tienes miedo?” preguntan mientras el oso está peligrosamente cerca de ambos). La cacería y el destripamiento del animal no son en ningún caso tratados con violencia, sino con todo el respeto que da el saber que la familia mata para subsistir. Ello dará pie a una de las imágenes más potentes de todo el documental: aquella en que mientras, fuera de campo, los cazadores deciden realizar una oración por el animal, la cabeza desmembrada del mismo nos observa desde un tronco para acabar cayendo al suelo por su propio peso. Cuando más adelante observamos a una de las hijas pequeñas de la familia, rubia y con vestido rosa, calzando los pies del oso como zapatillas, la imagen es al mismo tiempo terrorífica y preciosa. Algo similar a lo que puede decirse de la propia película. ENDIKA REY
-Cocote, de Nelson Carlo de los Santos Arias (República Dominicana, Argentina, Alemania, Qatar. 2017. 106’). Premiere Latinoamericana ★★★★½
Coproducida con Alemania, Qatar y Argentina (uno de los productores es Lukas Valenta Rinner), Cocote demuestra no solo el talento impar -parte intuitivo, parte cerebral- para la puesta en escena del director sino también la posibilidad de acercarse a los temas del cine latinoamericano (religión, violencia, diferencias de clase) sin caer en estereotipos, subrayados ni pintorequismos.
Cocote es una película de mixturas: visuales (fílmico y digital, color y blanco y negro, múltiples texturas y formatos), formales (ascéticos planos fijos y coreográficos planos secuencia); sociales (comienza y termina en la piscina y jardines de una casona de clase alta, mientras que el corazón del relato está ambientado en un más que humilde pueblo costero del sur), étnicas (la cultura blanca y la cultura negra) y religiosas (lo católico, lo evangélico y el sincretismo). Con todos esos elementos, contradicciones y matices Nelson Carlo de los Santos Arias (Santa Teresa y otras historias) construye un film de espíritu tragicómico, que aborda problemáticas extremas (como el ojo por ojo, la violencia armada en manos de civiles a los que ni las fuerzas de seguridad se animan a enfrentar) sin caer en la solemnidad e incluso con sorprendentes dosis de humor negro y absurdo.
La trama principal tiene que ver con el regreso de Alberto (Vicente Santos), jardinero evangelista que trabaja para una familia acomodada de Santo Domingo, al pueblo natal, donde su padre acaba de ser degollado por un influyente y poderoso referente de la zona. Mientras las mujeres de su familia le piden (le exigen) que vengue la muerte de su progenitor se ve forzado a participar de una serie de rituales (de varias horas por día durante 9 jornadas) con rezos, llantos y cánticos al ritmo de los tambores que remiten a la cultura afroamericana.
La película de la sensación por momentos de ser un poco caótica y desprolija, pero con el correr de los 106 minutos, en la acumulación de ceremonias religiosas y la interacción entre los diversos personajes, se va construyendo un universo tan desconocido (para nosotros) como fascinante, envolvente y seductor, incluso cuando la tensión de la venganza esté siempre latente. Si el año pasado el cine boliviano fue la revelación de Locarno con Viejo Calavera, de Kiro Russo (otro director con pasado en la FUC), este parece ser el de la República Dominicana. Anótenla: Cocote recorrerá muchos festivales. DIEGO BATLLE
-Casa Roshell, de Camila José Donoso (México, Chile. 2017. 71’). Premiere Chilena
La Casa Roshell es un lugar ambiguo que funciona como una “escuela para travestis” y como un bar; y a la vez es un buen documental de la chilena Camila Donoso que fusiona lo analógico con lo digital mostrando la ambigüedad de aquello que estamos viendo (en todos los sentidos): el cruce lábil entre documental y ficción.
La “casa” es ese espacio de libertad donde se imparten clases acerca de cómo ser mujer, tal vez un poco recostado a preceptos antiguos que hacen a las modulaciones femeninas: ponerse tacos y caminar con ellos, moldear la cintura, juntar las rodillas, elegir las pelucas, el “outfit” donde las polleras deben marcar la cintura y ser más amplias en las piernas. Todo esto forma parte de este proceso de enseñanza que los hombres aprenden con bastante facilidad. Ser mujer es para algunos de ellos algo momentáneo, para otros será una condición definitiva y marcará su vida hasta el fin de sus días, como dice Mme Roshell en algunos de sus monólogos sobre el escenario. Ella es la pedagoga, la actriz, la cantante, la sexy, la seductora, la dueña del lugar que lleva su nombre. Pero la “casa” es asimismo ese espacio donde hombres y mujeres se encierran para transformarse en otros o en otras, un espacio que reúnen y contiene a almas solitarias y dubitativas, a veces felices y a la vez decepcionadas, pues buscan, más allá del sexo y más allá del género, un poco de amor, cariño y respeto. Un lugar de libertad y a la vez de encierro, de aprendizaje y a la vez de enseñanza, de soledades y a la vez de compañías, síntesis de lo que significa la casa Roshell.
La puesta en escena destila varias ideas visuales interesantes que condicen con la historia a narrar. Los encuadres de tan cuadrados y rectos se confunden con los marcos de los espejos (que abundan), con las mesas que usan para vestirse y maquillarse y con los armarios donde guardan sus pertenencias. Esos encuadres suelen tener un punto de fuga que desemboca en otros espejos marcando la duplicidad de mujeres, de travestis, de hombres. Esos espejos reflejan a su vez los rostros que van maquillándose y los cuerpos que se travisten lentamente, y que la cámara acompaña sin apuro, demorándose en el proceso de cambio de los hombres. Los cuerpos travestidos son los cuerpos que son disciplinados en ese ser mujer un tanto dogmático; en esa identidad de género que esos individuos buscan desesperadamente.
Los rojos de la casa, las pequeñas luces, los juegos de sombras marcan un territorio que nada tiene que ver con el “afuera”, transformando a ese espacio en un “adentro” perpetuo. Los fuera de campo, los diálogos entre hombre y travestis o entre hombres acompañan esa diversidad en la que están inscriptos,esa ambigüedad que es el sello de Casa Roshell. Entre cortinas, entre susurros, con la música melódica que viste las escenas, con el maquillaje que brilla en los rostros de esos hombres, la película desaprovecha algunas ideas quedándose un poco en el camino; sin embargo es de destacar sus momentos de humor, la amabilidad en el retrato de los personajes y la humanidad que se desprende de la mirada de la directora para con todas sus criaturas, un signo a destiempo con el cine actual y poco frecuente. MARCELA GAMBERINI
-Milla, de Valerie Massadian (Francia, Portugal. 2017. 128’). Premiere Latinoamericana ★★★½
Milla (Séverine Jonckeere) tiene 17 años y acaba de terminar la secundario; su novio Leo (Luc Chessel) es apenas un poco más grande y no tiene demasiados recursos como para conseguir trabajo. Ellos se instalan en una casa abandonada en el norte de Francia, a orillas del Canal de la Mancha, y subsisten como pueden. El consigue un puesto en un barco pesquero y ella terminará limpiando habitaciones en un hotel. No conviene contar nada más porque la película tiene unas cuantas sorpresas y giros inesperados.
Cabe indicar, sí, que el film aborda cuestiones como el embarazo adolescente y la descontención juvenil sin subrayados, golpes bajos ni denuncias horrorizadas. Si Massadian -que se permite también interpretar un papel secundario como empleada de limpieza- comienza en un estilo más cercano al de los hermanos Dardenne o el primer Bruno Dumont luego se anima -no siempre con la misma fortuna- con apuestas por el artificio que van desde un número musical hasta apariciones casi del orden de lo fantástico. El desenlace, en cambio, está bastante ligado al tono de su multipremiada ópera prima.
Irregular, desconcertante, por momentos demasiado distanciada, Milla demanda que el espectador se mantenga firme y acompañe las desventuras de su heroína. El trayecto (tanto en ese camino a la adultez de Milla como para el público) no es sencillo, pero la recompensa final vale la pena. Massadian explora, prueba, busca, experimenta y en muchos casos termina acertando. Un digno segundo paso para una artista visual cuya obra excede por mucho el campo cinematográfico. DIEGO BATLLE
-Chaque mur est une porte (Every Wall is a Door), de Elitza Gueorguieva (Bulgaria, Francia. 2017. 58’). Premiere Latinoamericana ★★★½
Esta directora búlgara presentó en el Festival Cinéma du Réel esta película que se basa sobre todo en grabaciones de un programa (Variant M) que su madre tenía en la televisión estatal búlgara en pleno 1989 y comienzos de los '90; es decir, tiempos de caída del Muro de Berlín y posterior derrumbe del bloque comunista. La conductora hacía por entonces preguntas tan incisivas como incómodas, recorría lugares y dialogaba con la gente, dejando en evidencia el fuerte grado de incomodidad, contradicción y frustración que dominaban a la sociedad.
Gueorguieva incluye en Chaque mur est une porte -que incluso desde la no ficción tiene algunos puntos en común con Bucarest 12:08, del rumano Corneliu Porumboiu- otras imágenes de archivo para exponer el estado de las cosas en ese momento de tanta metamorfosis, pero también algunos aspectos clave del régimen soviético, su relación con Bulgaria y cómo se produjo la apertura hacia el capitalismo en el seno de un entramado social que, en definitiva, lo que buscaba era mayor libertad.
Aquel programa -un poco kitsch pero muy valioso en términos históricos- ya no está en los archivos públicos de Bulgaria, donde ese y otros registros fueron borrados por falta de presupuesto para mantenimiento. Es la hija de la conductora quien no solo lo recupera sino que lo convierte además en el corazón de un documental que logra transmitir una sensación de época que no es tan lejana en el tiempo (menos de 30 años), pero que parece de un mundo tan absurdo como irreconocible. DIEGO BATLLE
-All that Passes by Through a Window That Doesn't Open, de Martin DiCicco (Estados Unidos, Qatar. 2017. 69’). Premiere Latinoamericana ★★★½
Ganador del premio a Mejor Opera Prima del Festival Visions du Réel, este documental dividido en tres partes tiene como protagonistas a los curtidos trabajadores ferroviarios que participan en el trazado de las vías (y túneles y puentes) de un gigantesco emprendimiento: un tren que une Turquía, Armenia y Azerbaiyán con el estratégico objetivo de mejorar la conexión entre Europa y Asia.
Martin DiCicco, un director y fotógrafo con sólidos antecedentes televisivos en NHK, ESPN y History Channel y publicitarios con campañas para Google y Red Bull rodó durante un período de seis años y muchas veces en medio del crudo invierno estas historias de vida con resultados (estéticos y psicológicos) muy valiosos, aunque por momentos la búsqueda de cierto lirismo lo lleve a algunos excesos. Lo mejor del film es que elige personajes no tan obvios; por ejemplo, unos empleados de una vieja línea regional que, ante el reemplazo por este nuevo y faraónico proyecto, quedan entre obsoletos e inservibles.
Desde ingenieros que discuten por los detalles del emprendimiento hasta simple laburantes que fuman, charlan y hasta bailan en los pocos momentos libres que tienen (sus contratos son temporales y por demás precarios) transcurre este relato que regala unas cuantas imágenes de una belleza subyugante y nos acerca a una zona del planeta (Azerbaiyán y Armenia) de la que muy poco conocemos. DIEGO BATLLE
-Let the Summer Never Come Again, de Alexandre Koberidze (Georgia, Alemania. 2017. 202’). Premiere Latinoamericana ★★½
Una de las pocas decepciones de la selección valdiviana de este año, sobre todo porque venía con excelentes reseñas desde su debut en la Semana de la Crítica de la Berlinale 2017 y su posterior paso por el FIDMarseille y porque el cine georgiano está muy de moda. Sin embargo, esta película que coquetea con la home-movie y se pretende además un homenaje al cine mudo resulta bastante irritante, en especial si se tiene en cuenta que dura (injustificadas) casi tres horas y media. Una ópera prima experimental y audaz, sí, pero que con eso no alcanza para ser el descubrimiento que tantos exaltan. Filmado en baja resolución con un teléfono Sony Ericson, es "un festival del pixelado", pero eso -que podría ser una búsqueda estética- no hace más que distanciar al espectador de la "trama" que Koberidze quiere contar en calles, estaciones de trenes, mercados y otros espacios urbanos (arranca en el campo y sigue en la capital Tbilisi). El uso de voces femeninas en off, el trasfondo de la guerra y la multiplicidad de personajes hacen del film un patchwork estilístico y narrativo que para mi está muy lejos de ser la obra maestra que tantos colegas aclamaron. DIEGO BATLLE
Algunas de estas reseñas fueron publicadas en coberturas de festivales de OtrosCines.com y en Micropsia, OtrosCines/Europa y Con los Ojos Abiertos.
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Muy interesante Mama Colonel, la vi en el Doc Buenos Aires. En esos países supuestamente 'atrasados' una mujer no sólo es comisaria sino que está al frente de una comisaría contra la violencia a la mujer y a los niños.