Festivales
Críticas de la Competencia Internacional
Una sólida selección de 20 primeras y segundas películas participa de la sección oficial. Aquí, las reseñas.
-Estrellas (Argentina), de Federico León y Marcos Martínez (FOTO). Tras su adusta y sórdida opera prima Todo juntos, ahora el joven maravilla del teatro indie argentino dirigió junto con el debutante Marcos Martínez esta hilarante, luminosa, impecable mixtura entre documental y ficción que se centra en la figura de Julio Arrieta, "representante de actores villeros", según su propia definición, que lidera el grupo teatral de la Villa 21 de Barracas. Con mucho humor, creatividad y desparpajo, más el invalorable aporte del carismático Arrieta, los realizadores recuperan anécdotas espectaculares (como la visita de Alan Parker al lugar en la época de Evita), los emprendimientos empresariales de este ex militante peronista en Internet, en la organización de un "festival" en la propia zona carenciada y en absurdos rodajes en el lugar, así como su viejo sueño de abrir un centro cultural. La película no descuida la mirada a la condición de clase ni su costado "político": en un momento, por ejemplo, enfrenta al director Adrián Caetano (famoso por incluir actores no profesionales en sus proyectos) con la conducción de la Asociación Argentina de Actores que le recrimina justamente esa decisión que acentúa la falta de trabajo de los intérpretes profesionales. Más allá de una ampliación a 35 mm no demasiado lograda y de algunos guiños cancheros que están de más, los 64 minutos de Estrellas han sido de los más festejados de esta edición. Junto con UPA! Una película argentina parecen demostrar que el nuevo cine argentino le empieza a escapar a ciertos lugares comunes de la austeridad minimalista y la solemnidad.
-Bucarest 12:08 (Rumania), de Corneliu Porumboiu. Después de La noche del señor Lazarescu, llega otra joya del nuevo cine rumano, que viene de ganar nada menos que la Cámara de Oro en Cannes 2006. En un penoso programa de la TV por cable -incluso peor que los que abundan en la pantalla chica vernácula- tres auténticos perdedores discuten en vísperas de Navidad y a 16 años de la caída del dictador Ceausescu cuál fue la real incidencia y participación popular en el hecho. Puesta en escena, temática y tono encuentran una cohesión y una riqueza infrecuentes en un director debutante. La película respira cine por todos sus poros. Afortunadamente, se estrenará aquí en fílmico dentro de pocas semanas y ya habrá tiempo de abundar en ella.
-L'anne suivante (Francia), de Isabelle Czajka. Otra de adolescentes angustiados y en conflicto con el mundo exterior. Tras la muerte de su padre, Manu (Anaïs Demoustier) -una adolescente quinceañera- convive como puede con una madre bastante ausente (Ariane Ascaride), con la escuela, con precarios trabajos de baby-sitter, con las primeras experiencias sexuales y con un universo de pocos estímulos. Los centros comerciales, los aeropuertos, el turismo parecen ser los únicos escapes a una vida gris, previsible, sin demasiado futuro. Con un tono bastante logrado, sólidas interpretaciones y una mirada impiadosa a la cotidianeidad de la clase media francesa, esta opera prima premiada en el último Festival de Locarno resultó un buen aporte del nuevo cine francés a la competencia.
-How Is Your Fish Today? (China), de Guo Xiaolu. Un solitario guionista empieza a escribir la historia de un hombre que se escapa a la ciudad más lejana de China (en la frontera con Rusia) tras matar a su amante. El autor terminará allí, encontrándose con su personaje de ficción. Con una sólida narración y sugerentes climas, esta opera prima alcanza momentos de gran belleza y lirismo, enturbiados por una narración en off omnipresente y con una ironía demasiado canchera.
-Avida (Francia), de Benoît Delépine y Gustave de Kervern. Absurdo, surrealismo, experimentación, blanco y negro, humor (también negro), múltiples personajes e historias que transcurren en buena parte dentro de un zoológico. Este es el mundo que ofrece esta opera prima delirante en su propuesta e irregular en su resultado. Entre Delicatessen, Salvador Dalí, Alejandro Jodorowsky y David Lynch y cameos de Claude Chabrol, Jean-Claude Carrière y la Kati Outinen (actriz-fetiche de Aki Kaurismäki), este dúo sorprende y abruma. Para amar u odiar.
-La línea recta (España), de José María de Orbe. La producción catalana está regando con algo de esperanza la sequía de casi todo el resto del cine español. El rigor, la austeridad, la falta de subrayados y declamaciones o el interés por historias no necesariamente "importantes" hacen de las películas venidas desde Barcelona un bálsamo ante tanta mediocridad ibérica. No es que esta opera prima de Del Orbe sea una obra maestra, pero su mirada a la gris existencia cotidiana de una joven introvertida, solitaria y de trabajos poco estimulantes (atender de noche una estación de servicio, repartir volantes publicitarios en edificios) alcanza el tono exacto para transmitir toda la alienación de la vida urbana moderna. Con sus silencios, sus mínimos trazos, su convicción cinéfila, el director pinta un mundo propio, tal como lo hacen Jaime Rosales, Isaki Lacuesta, Albert Serra, José Luis Guerín, Marc Recha o lo hacía ese gran documentalista recientemente fallecido como Joaquín Jordá.
-El asaltante (Argentina), de Pablo Fendrik. En apenas 9 días de rodaje y con un puñado de sofisticados planos-secuencia concebidos con la inquieta cámara en HD del talentoso Cobi Migliora, Fendrik relata en tiempo real y en sólo 67 minutos el derrotero criminal de un hombre maduro (Arturo Goetz) que, tras su traje de profesional, su sonrisa compradora y sus modales de buen tipo, esconde una violencia contenida que explota en un par de asaltos. En su debut en el largometraje, Fendrik trasciende el mero ejercicio de estilo, el regodeo visual y los alardes técnicos, para -él también- tomar por asalto las calles de la ciudad y seguir a lo largo de una mañana cualquiera -sin ofrecer demasiadas pistas ni explicaciones tranquilizadoras- las vivencias de un personaje tan enigmático como contradictorio.
-El telón de azúcar (Cuba-Francia), de Camila Guzmán Urzúa. La hija de Patricio Guzmán regresa a Cuba (donde pasó buena parte de su infancia y adolescencia) para ofrecer una mirada melancólica y desoladora sobre el presente de la isla, el triste final de un sueño que ella y muchos otros jóvenes compartieron e impulsaron. Sincera, descarnada, sin maniqueismos ni preconceptos, la joven directora -ahora radicada en París- se reencuentra con sus compañeros de escuela (los pocos que se quedaron) y repasa las distintas etapas de la revolución cubana, desde la euforia inicial hasta la decepción colectiva luego del Período Especial. No estamos ante una película demasiado innovadora en términos formales, pero la fuerza de sus testimonios y la exposición personal de la directora la convierten en un documento valioso entre tanto trabajos dedicados a exaltar o a denostar (siempre desde fanatismos opuestos) la experiencia tan atípica y contradictoria que aún sostienen los cubanos.
-Liv (Twinkle Twinkle Little Star) (Dinamarca), de Heidi Maria Faisst. En apenas 59 minutos y con una credibilidad, una sensación de urgencia que remite al Dogma 95, esta opera prima de Faisst narra la conflictiva (por momentos enfermiza) relación que, durante un breve período navideño de emociones amplificadas, se establece entre una mujer divorciada, sus dos hijos adolescentes y un nuevo joven amante que la madre trae a la casa. La rivalidad entre madre e hija, los celos y los coqueteos con la perversidad son sutilmente trabajados por la directora tanto en diálogos que son dardos venenosos como en su gran poder de observación, y son notablemente interpretados por cuatro actores sin fisuras.
-La marea (Bélgica), de Diego Martínez Vignatti. Nacido en Argentina, pero radicado en Bélgica y reconocido director de fotografía en producciones de todo el mundo (como, por ejemplo, las del mexicano Carlos Reygadas), Marínez Vignatti debuta en la realización con un melodrama seco, riguroso y austero rodado en las dunas de la zona de Claromecó. La historia arranca con un accidente automovilístico ya consumado en el que una mujer pierde a su marido y a su hijo. Tras ese prólogo (muy similar a la reciente Nacido y criado, de Pablo Trapero), la histora se concentra en las experiencias de una protagonista que decide subsistir en una precaria casa de madera. La vemos -además de llorar y dormir mucho- cargando agua, cortando leña, comiendo poco y mal en una fuga hacia adelante que le permita ir domando el dolor y la culpa incontenibles. Con sofisticados planos-secuencia y algunos momentos inspirados, el director consigue un film interesante, aunque por momentos deja una sensación de déjà vu, al remitir demasiado a Como pasan las horas y al cine de Lisandro Alonso.
-Reprise (Noruega), de Joachim Trier. Los sueños, frustraciones, envidias y lealtades entre dos amigos que comparten desde la infancia un sueño común: convertirse en escritores publicados. Pero la insatisfacción con la realidad de la ciudad de Oslo, los amores obsesivos, la locura y los vaivenes creativos van complicando el camino de ambos. Trier se arriesga con un complejo entramado narrativo con virtuosos cambios de tiempo y la utilización de múltiples recursos visuales para adentrarse, con más hallazgos que recaídas, en la intimidad de estos dos jóvenes escribas. Algunos excesos de puesta "moderna" a lo Trainspotting y Reconstrucción de un amor no alcanzan a dañar demasiado los valores de una más que interesante opera prima.
-Riza (Turquía), de Tayfun Pirselimoglu. En su segundo largometraje, este director turco describe con enorme precisión el contradictorio universo interior de un camionero que se debate entre el bien y el mal. Con su camión -única posesión y única fuente de trabajo- roto y sin dinero para repararlo, el Riza del título se siente cada vez más desesperado. Mientras tanto, en una interminable espera dostoievskiana en un hotel de mala muerte, aparece una galería de marginales que incluye a inmigrantes ilegales escapados de Afganistán. La presencia de una ex amante recientemente enviudada es el único cable a tierra, la única instancia confesional para un hombre que está al límite de su tolerancia. El contexto social (los barrios más pobres de Estambul) también ayudan a construir climas muchas veces desoladores para una película de enorme fuerza dramática y visual.
-El desierto negro (Argentina), de Gaspar Scheuer. Lo mejor que puede argumentarse en defensa de esta opera prima tiene que ver con su acabado técnico. La película luce bien, se escucha bien (algo que no sorprende tratándose de un film dirigido por quien está considerado como uno de los sonidistas top de la industria local) y mantiene a rajatablas una idea de puesta en escena. Pero este austero western gauchesco no logra casi en ningún momento transportar al espectador a un universo propio. Las desventuras de este neo-Juan Moreira vengativo que trata de escapar de la persecución del ejército no alcanza a generar demasiada emoción o interés. La película peca de un esteticismo y una artificialidad que se convierten con el correr del tiempo en una sensación de extrañeza y frialdad. Lo que queda, entonces, es un simple despliegue de virtuosismo visual sin sustento dramático.
-Old Joy (EE.UU.), de Kelly Reichardt (FOTO). Producida por Todd Haynes, musicalizada por la banda Yo La Tengo y emparentada con el cine del Gus van Sant más experimental, de Terrence Malick y de Lucrecia Martel, esta opera prima de Reichardt es todo un hallazgo. Una película enigmática, sugerente, climática sobre el reencuentro de dos viejos amigos (uno, a punto de ser padre; el otro, un hippie bastante decadente) que parten de camping a una zona boscosa y de aguas termales. Una típica película BAFICI (por tono, por apuesta narrativa no tradicional), que demuestra que no todo está perdido en el cine indie norteamericano.
-Noise (Australia), de Matthew Saville. La película arranca con todo: fuera de campo, se produce la matanza de siete personas en un tren de Melbourne. Sólo una joven se salva -milagrosa, misteriosamente- del asesino serial. Luego, la película se concentra en los traumas de la sobreviviente y en las vivencias de un simple agente de policía, mientras en el trasfondo se desarrolla la investigación. Un thriller a contramano de los estándares del género pero que, poco a poco, va perdiendo su intensidad y su interés.
-AFR (Dinamarca), de Morten Hartz Kaplers. El falso documental es un (sub)género que se presta a la mirada irónica (o directamente satírica) para iniciados. Aquí, sin embargo, este director danés que debuta en el largometraje construye un relato cargado de tensión y de credibilidad, al punto que no son pocos los momentos en que uno se pregunta si parte de los hechos pueden ser verídicos. El asesinato de un primer ministro tan conservador en lo político como egocéntrico en su proceder a manos de un irascible joven músico/squatter/anarquista que supo ser amante del político es el eje de un formidable entramado de materiales que van desde la reconstrucción ficcional hasta la adulteración via efectos digitales, pasando por imágenes de archivo y testimonios a cámara de familiares, amigos y testigos más o menos imparciales. La película, más allá de su vértigo narrativo, no logra sostener el interés inicial en su segunda mitad, pero la audacia visual y el espíritu provocativo de Kaplers -premiado con uno de los Tiger Awards en el reciente festival de Rotterdam- no es puro capricho sino que se sustenta en contundentes virtudes cinematográficas.
-In Between Days (Corea del Sur, EEUU-Canadá), de Kim So Yong. Esta directora coreana radicada en norteamérica narra, en su primer largometraje, la histora de... una chica coreana en norteamérica. Sin embargo, estamos -por suerte- bien lejos de la indulgencia autobiográfica o de la mirada intelectual sobre la difícil asimilación social de una asiática entre los canadienses. Con una cuidada, austera puesta de cámara (digital), esta realizadora se sumerge en los estados de ánimo, en las sensaciones más íntimas de una chica que vive con su madre (con la que casi no se comunica) y que flirtea con su mejor amigo, un muchacho coreano tan entrador como celoso e inmaduro. Bella, hipnótica, nostálgica, In Between Days es una de esas películas en las que aparentemente "no pasa nada", pero cuya capacidad de observación y sensibilidad logran transportar al espectador al mundo único y subyugante de esta joven perdida en medio de los nevados y desoladores paisajes de una Toronto triste, solitaria y final.
-Body Rice (Portugal), de Hugo Vieira da Silva. Esta opera prima que viene de obtener el premio al mejor director en el FICCO de México DF describe una experiencia terapéutica de los años 80, cuando grupos de jóvenes alemanes fueron enviados a Portugal para un proyecto de reinserción social. Austera y árida hasta lo abúlico (mucho silencio, largos planos fijos), el film sintoniza con estos personajes casi zombies y a la deriva.
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