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Algunas ideas sobre el brillante final de “Better Call Saul”, de Vince Gilligan y Peter Gould (Netflix)
Atención spoilers: leer este texto solo luego de haber visto toda la serie.
El 14 de abril de 2015 debutaba Better Call Saul, un proyecto que tenía el desafío mayúsculo de ser precuela y spinoff de una de las mejores series de la historia: Breaking Bad (2008-2013). Pasaron 63 episodios (uno más que los de BB, que luego tuvo como apéndice la "película" El Camino) en el lapso de algo más de siete años y hoy, luego de haber visto Saul Gone, el extraordinario capítulo final, podemos sostener sin dudas ni exageraciones que BCS no solo le hizo honor y estuvo a la altura de las circunstancias, sino que incluso en algunos aspectos superó a su predecesora.
Sobre esta sexta y última temporada de BCS ya habíamos escrito aquí y aquí, pero faltaban apreciar las cinco entregas finales y fue entonces -con amplio predominio del blanco y negro y con el protagonista Saul Goodman en su versión más patética como Gene Takavic para cerrar “recuperando” al Jimmy McGill- cuando la historia se encontró de forma definitiva con el universo de BB, incluyendo los esperados regresos de Walter White (Bryan Cranston) y Jesse Pinkman (Aaron Paul) y -en el episodio de cierre vía flashback- de su hermano Chuck McGill (Michael McKean) y -en el marco del juicio- de Marie Schrader (Betsy Brandt), la viuda del Henry "Hank" Schrader que supo interpretar Dean Norris.
Si BB tuvo un final entre trágico, sangriento, desgarrador e impiadoso, BCS apostó en cambio por una épica distinta no exenta de lirismo, romanticismo y -a su manera- redención. La visita de Kim Wexler (Rhea Seehorn en plan heroína) a Jimmy (Bob Odenkirk en su cima actoral) en plena prisión y ese momento en que ella le ofrece y le prende un cigarrillo (simetría perfecta con el primer episodio de la serie) para que él luego le agarre las manos quedarán como una de las escenas de cierre más brillantes de la historia de las series, así como ese intercambio final de miradas con ese gesto cómplice que solo ellos entienden. De esa manera, BCS se convirtió en el complemento pero también en el reverso perfecto de BB.
En las entregas inmediatamente anteriores (sobre todo con la incorporación del personaje de Marion a cargo de la mítica Carol Burnett) ya quedaba en claro que Jimmy/Saul/Gene no tendría escapatoria y que lo apresaran dentro de un container de basura resultó un castigo si se quiere sádico y desmedido. Y, cuando parecía que para salvarse el protagonista apelaría a sus peores armas (lo cual ya es mucho decir) tratando de aportar más pruebas sobre el asesinato del abogado Howard Hamlin (Patrick Fabian), los showrunners Vince Gilligan y Peter Gould (guionista y director del episodio final) volvieron a sorprender con una última vuelta de tuerca: cuando Jimmy había conseguido un muy favorable acuerdo con una condena de apenas 7 años (tan baja que hasta la magistrada que supervisa el caso United States v. Saul Goodman no puede entender), él termina -ante la mirada de Kim ubicada en la última fila del juzgado- autoincriminándose como partícipe fundamental en la creación del imperio de Walter White para -luego sabremos- terminar recibiendo una condena de ¡86! años y limpiando para siempre la situación de quien fuera su esposa.
Hay una escena cerca del final que parece en principio una mera humorada, pero resulta bastante más trascendente. El protagonista es trasladado rumbo a la cárcel en un micro lleno de prisioneros de temer. Allí lo reconocen y empiezan a cantar “¡Better Call Saul!”. El habrá renegado de ese alter-ego que tanto tiempo y energía le llevó construir para recuperar al Jimmy McGill, pero para el resto del mundo será siempre Saul Goodman.
Pasaron 13 años desde que el ambicioso y inescrupuloso abogado encarnado por Bob Odenkirk apareció en Breaking Bad. Lo que en principio era un tragicómico y a su manera simpático personaje secundario sin demasiada trascendencia se convirtió no solo en el eje de una serie con vuelo propio sino también en la excusa para una ampliación y profundización de ese universo con nuevos y viejos personajes que adquirieron mucho más despliegue y matices como, por citar solo algunos, Gustavo “Gus” Fring (Giancarlo Esposito), Michael “Mike” Ehrmantraut (Jonathan Banks), Ignacio “Nacho” Varga (Michael Mando), Eduardo “Lalo” Salamanca (Tony Dalton) y los mencionados Howard Hamlin (Patrick Fabian) o una memorable coprotagonista femenina como Kimberly “Kim” Wexler (Rhea Seehorn).
En el último y muy elegante episodio (salpicado de flashbacks con el protagonista junto a Mike Ehrmantraut cargando bolsos con 7 millones de dólares en pleno desierto o dialogando con una dulzura inusitada con su hermano Chuck) sobrevoló la idea de la máquina del tiempo (aparece otra vez un ejemplar de la novela de H. G. Wells), de qué haría cada uno si pudiera viajar a otro tiempo y lugar para evitar (o no) los errores que ha cometido. Gould le dio al cierre una dimensión ética y moral que de alguna manera cierra el arco dramático de BCS de una manera mucho más emotiva y querible que en BB. Jimmy/Saul/Gene podrá haber sido en muchos momentos un estafador desalmado, pero también alguien que encontró en Kim algo de amor y de humanidad como para no convertirse en un monstruo como Walter White. Como diría Spike Lee: haz lo correcto.
Ahora, tras este “final feliz” (todo lo feliz que podía ser para un personaje como el de Jimmy/Saul/Gene) solo queda sobrellevar el inevitable vacío que se nos generará tras esos casi 15 años de compañía que nos regaló el tándem BB-BCS y esperar a que Vince Gilligan y Peter Gould (juntos o por separado) nos sumerjan en otras de sus extraordinarias creaciones. Estamos en presencia de dos auténticos genios, dos magos de esta era dorada de las series.
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Maravilloso final y gran interpretación tuya. La última temporada es gloriosa. Saludos Diego
Gracias por el concepto y gracias por la observación, ya fue hecha la corrección. Saludos
excelente critica. Fijate que te falto algo aca: dos magos de esta dorada de las series... ultima frase. abrazo