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Crítica de “El contador de cartas” (“The Card Counter”), de Paul Schrader, con Oscar Isaac (Amazon Prime Video)
Tras su paso por festivales como los de Venecia y BAFICI y de haber estado en plataformas de alquiler, esta película estrenada en 2021 por el mítico guionista y director estadounidense llegó a la plataforma de streaming Amazon Prime Video con las desventuras de un jugador de póker, que ratifica el buen momento que atraviesa luego de El reverendo / First Reformed (2017) y que continuó con la posterior El maestro jardinero / Master Gardener (2022).
El contador de cartas (The Card Counter, Estados Unidos-Reino Unido-China/2021). Guion y dirección: Paul Schrader. Elenco: Oscar Isaac, Tiffany Haddish, Tye Sheridan y Willem Dafoe. Fotografía: Alexander Dynan. Edición: Benjamin Rodriguez Jr. Música: Giancarlo Vulcano y Robert Levon Been. Duración: 112 minutos. Disponible en Amazon Prime Video.
Un hombre entra en una habitación de motel, abre la valija y saca de ella un juego interminable de sábanas grises. Con ellas y con varios trozos de cuerda, envuelve cada pieza del mobiliario: la mesa, la silla, la cama, los sofás, la lámpara… El ritual es ejecutado con una paciencia y precisión que solo pueden haberse adquirido con la experiencia, con unas repeticiones previas que de ninguna manera podrían llegar a contabilizarse. Pero este hombre, precisamente, es un experto en llevar las cuentas de aquello que en principio solo puede ser procesado por una súper-computadora.
Su propia voz en off se ha encargado de las presentaciones: de niño, nos cuenta, no soportaba la sensación de encierro, el estar confinado en espacios pequeños. O sea, que cuando empezó la partida, un repartidor cruel le adjudicó la carta de la claustrofobia. Pero el bressoniano protagonista de esta historia, encarnado por un Oscar Isaac descomunal, se resiste a dar por malas esas manos que, de entrada, no tienen ninguna probabilidad de alzarse como vencedoras. El hombre que habita en moteles de carretera adquirió sus habilidades casi sobrenaturales cuando cumplió condena en una celda diminuta.
Allí mismo aprendió a contar cartas, un don que ahora le proporciona el sustento. El hombre que lo cubre todo de gris, y que viste siempre con tonos oscuros, duerme en espacios impersonales sin dejar rastro, intentando dejarlos tan neutros como se los encontró, y entre cabezadas mora por esos no-lugares diseñados para disolver cualquier noción de tiempo: los casinos, donde la ausencia de ventanas y las infinitas luces nos hacen creer que siempre es de noche. En estos inabarcables campos de juego, picotea sobre todo en las mesas de blackjack y en las de póker, y lo hace con la misma determinación con la que maneja las sábanas y las cuerdas.
Sabe que, si se ciñe a los métodos que ha ido puliendo con los años, ganará -casi- seguro. Pero también sabe que la cantidad de dinero que le saca a la banca jamás debe llamar la atención de los jefes de sala. Ante todo, por si no se había entendido con la escena del motel, pretende volar por debajo del radar. Los tonos apagados de su ropa se entienden ahora en clave de perfecto camuflaje con la monstruosa depresión que le rodea. Paul Schrader, cual ludópata delante de una máquina tragamonedas.
El contador de cartas / The Card Counter es otro vehículo perfecto para que el guionista de First Reformed, Hardcore o Taxi Driver se estampe contra ese mundo que, con mucha razón, tanto odia. La colisión se concreta, esto sí, con esa pulcritud en la puesta en escena con la que tanto nos sorprendió en su último film hasta la fecha. Una sobriedad (solo rota en algunos momentos de buscado feísmo en deformación de ojo de pez) que blinda su pesimista discurso ante unas posibles voces críticas que, por de pronto, ya no pueden jugar la carta acusatoria de la locura.
Un Schrader muy en sus cabales, en pleno control de sus facultades, nos envuelve con un thriller cuya turbiedad es puro síntoma de una nación (Estados Unidos) y unos tiempos (los nuestros) adictos a las apuestas más estúpidamente destructivas. De repente, The Card Counter sale de esa tóxica fantasía de los casinos y carga las tintas en materia política. Es cine de género con una conciencia que, como ya se ha dicho, arremete. Ahora el tapete verde de la diosa fortuna se mancha con la sangre de una lucha contra el terrorismo en la que no se respeta ningún derecho humano; ahora entendemos que en un país endeudado hasta las cejas, su gente siente igualmente cómo el agua le llega hasta el cuello.
Y, en esta situación de estrés postraumático, las personas pierden el privilegio del libre albedrío. A Paul Schrader alguien le avisa que hay manzanas podridas en la cesta, pero él sabe que el problema (de verdad) está en el propio recipiente. The Card Counter se pregunta sobre la posibilidad de prosperar en dicho contexto y, claro, la historia inevitablemente se tiñe de tragedia. Hay quien cree que por controlar los números, domará el azar, pero, por encima de esto, encontramos un destino que ya está escrito y que no admitirá el menor cambio en su redacción. Entonces, ¿qué queda? Pues el contacto con los demás; el hablar, escuchar, entender, respetar al otro. Conectar para superar el deshumanizador aislamiento al que nos empuja el sistema. Porque incluso viéndolo todo desde el agujero más oscuro puede atisbarse un rayo de luz salvador.
(Esta crítica se publicó en el marco de la cobertura de la Mostra de Venecia 2021)
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