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Crítica de “Rabiye Kurnaz vs. George W. Bush”, de Andreas Dresen (Competencia Oficial) - #Berlinale2022
El director de Grill Point, Cloud 9, Stopped on Track,As We Were Dreaming, The Boy Who Sold His Laughter y Gundermann reconstruye un caso real, pero apelando a recursos en muchos casos cuestionables desde lo cinematográfico y también desde lo ético.
Rabiye Kurnaz vs. George W. Bush / Rabiye Kurnaz gegen George W. Bush (Alemania-Francia/2022). Dirección: Andreas Dresen. Elenco: Meltem Kaptan, Alexander Scheer, Charly Hübner, Nazmi Kirik y Sevda Polat. Guion: Laila Stieler. Duración: 119 minutos. En Competencia Oficial.
Esta película está basada en una historia real y esta dice así: el 3 de octubre de 2001 Rabiye Kurnaz, una vecina de la ciudad alemana de Bremen, intenta contactar con Murat, su hijo mayor, pero no hay manera. Este no aparece por ningún sitio, no da señales de vida, no contesta a las llamadas ni a los mensajes… no ha dejado rastro. Incapaz de tranquilizarse, la madre remueve cielo y tierra hasta dar con la terrible explicación a tan incomprensible desaparición: Murat, quien se encontraba en Pakistán preparándose para ser “un buen marido”, ha sido acusado de ser un terrorista islámico, y ha sido inmediatamente encerrado en el mal definido como “centro de detención” de Guantánamo.
El nuevo film de Andreas Dresen es la dramatización del via crucis por el que esta madre coraje tiene que pasar con tal de sacar a su retoño de aquella cámara de tortura de los derechos humanos. Lo que pasa es que el tratamiento de la historia se corresponde claramente con el de una comedia. O sea, que sobre el papel, la propuesta se ve obligada a plantearse la siguiente pregunta existencial: ¿se puede llamar a la risa a partir de situaciones que claramente no son graciosas? La respuesta es claramente “Sí”, y son numerosos los ejemplos recientes que respaldan dicha afirmación. Trey Parker y Matt Stone, por ejemplo, pusieron en South Park hilo sobre la aguja en la ecuación que asegura que la comedia es el resultado de sumar tiempo a la tragedia. En “la trending series” por antonomasia se estimó que tenían que pasar exactamente 22,3 años para que se confirmara dicha transformación, así que técnicamente aún no estaríamos ahí, pero casi.
Igualmente, casos como In the Loop, de Armando Ianucci; o Four Lions, de Chris Morris (una sátira sobre la Segunda Guerra de Irak, otra sobre el yiihadismo; ambas por cierto con las colaboraciones en la escritura de Simon Blackwell y de Jesse Armstrong, el ahora mismo rey del panorama televisivo mundial, gracias a la serie Succession), dejaron el debate visto por sentencia: efectivamente, reírnos de dichas lacras no solo era posible, sino que además también podía ser la opción mentalmente más deseable. Pero aquí Andreas Dresen no ve el humor como una arma arrojadiza en potencia, sino más bien como un escudo para protegerse de los ataques del mundo… y también como un puente de conexión emocional entre sus personajes y la audiencia.
En esto último, es donde Rabiye Kurnaz vs. George W. Bush confirma un tropiezo imperdonable. Momento ideal para recuperar otra historia real: la de Mamoudou Gassama, quien el 26 de mayo de 2018 se hiciera viral gracias a un video que dio fe de su heroicidad. A saber, este joven inmigrante de Mali al que más tarde se apodaría como “el Spider-Man de París”, rescató a un niño de precipitarse al vacío, protagonizando una habilidosa escalada por una serie de balcones. Fue la sensación del momento; una historia que lo tenía todo, hasta un happy end: una vez confirmado como celebridad, el presidente de la República, Emmanuel Macron, prometió a Gassama, junto a otros honores y premios, la ciudadanía francesa.
El poderoso, bondadoso y muy paternalista Estado acogió en sus brazos a su nuevo hijo, ofreciéndole un estatus que hasta entonces, ya fuera por negligencia o por mala fe, le había negado. La gracia divina activada por los actos épicos de los hombres, no por la condición supuestamente universal de estos, en lo que cabría interpretar como una monstruosa deformación de la meritocracia: “Si quieres mi favor, gánatelo”. Pero, ¿se le puede decir esto a una madre que en total va a pasar 1.586 días sin poder ver a su hijo? Andreas Dresen opina que sí y así nos lo hace saber a lo largo de dos horas de metraje en las que la denuncia política se maquilla, de manera nada disimulada, con los polvos y cremas de la “feel good movie”.
Tanto en la caracterización de los personajes (muy cercana al cine de disfraces de Adam McKay) como en la luminosidad y la paleta de colores empleadas en las imágenes (más típicas de una producción televisiva diseñada para el consumo de sobremesa más plácido), Rabiye Kurnaz vs. George W. Bush confirma sus nulas intenciones de responder al fuego con más fuego. Dresen no quiere hacer(se) daño, sino que buscar la simpatía de quien, en última instancia, va a juzgarle: el gran público. Hasta el punto en que destina un buen puñado de escenas a apuntalar la complicidad con el patio de butacas, olvidándose por completo del objeto principal.
De repente, vemos cómo la madre coraje del título deja de lado su lucha y se apunta a un gimnasio, en cuya sala de máquinas se relaciona torpe y cómicamente con una cinta de correr de la que ignora por completo sus funciones. Un alivio cómico permitible (incluso deseable) en el contexto dramático en el que se mueve la función… solo que esto responde a causas “mayores” y, claro, aquí es cuando los números dejan de cuadrar. Estando tan clara la liga en la que juega el producto (la de ese “optimismo crítico” del que Frank Capra era su principal “caballero sin espada”), Andreas Dresen cae en un error moral tan grave, que de ninguna manera puede taparse con la -presunta- inocencia con la que va abriendo frentes.
Rabiye Kurnaz vs. George W. Bush pretende sumarnos a su causa no a través de la exposición de los crímenes de Occidente sino poniendo a trabajar a sus víctimas para que estas conquisten nuestra compasión; nuestro favor. En este sentido, la actriz protagonista, Meltem Kaptan, no tarda en descubrirse como una máquina incómodamente eficiente. Apoyándose en roles de género retrógrados y en estereotipos identitarios que muy fácilmente podrían emplearse como armas de doble filo, la intérprete se gana nuestro cariño. Sonriendo cuando el mundo le escupe en la cara, cantando para ahuyentar a la depresión del ambiente, colando chascarrillos en el momento más oportuno… si hace falta, disparándose en el pie. “Si quieres que te haga caso, antes diviérteme”, así nos ve Andreas Dresen, quien sin rechistar (al contrario) participa de esta perversión en la noción de la empatía humana.
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