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Crítica de “Titane”, de Julia Ducournau, ganadora de la Palma de Oro en Cannes (MUBI)
Tras su provocativo debut con Grave / Raw / Crudo, la directora francesa redobló la apuesta con uno de los films más extremos jamás presentados en la Competencia Oficial de Cannes, donde terminó ganando el premio máximo. La película pudo verse en salas en el Festival de Mar del Plata, en la Semana de Cannes en el Gaumont y en el BARS, y ahora llega a la plataforma de streaming MUBI.
Titane (Francia-Bélgica/2021). Guion y dirección: Julia Ducournau. Elenco: Agathe Rousselle, Vincent Lindon, Garance Marillier, Laïs Salameh, Bertrand Bonello y Dominique Frot. Fotografía: Ruben Impens. Edición: Jean-Christophe Bouzy. Música: Jim Williams. Duración: 108 minutos. Disponible en MUBI desde el viernes 28.
Una situación corriente estalla en evento extraordinario: esta historia empieza con un aparatoso accidente (de coche), como sucedía en Grave / Raw / Crudo, y como de hecho ocurre en la mayoría de relatos de súper-héroes. Lo que pasa es que aquí no se sabe si vamos a asistir al génesis de un ser de luz, o de negras e insondables sondas. En cualquier caso, lo que hace Julia Ducournau es situar su segundo largometraje en solitario en el reino de la fantasía, allí donde si se entra con la debida falta de complejos se puede operar con total libertad.
Así arranca Titane y así se comporta durante sus poco más de 100 minutos de metraje: como una criatura salvaje e indomable que se niega y se revuelve violentamente cada vez que alguien intenta imponer algún tipo de atadura: el pudor, la mesura, la moral, el sentido común… Una fuerza de la naturaleza fundida, esto sí, con una serie de prótesis y placas del metal que da título a la propuesta. De nuevo, hay quien tiene los huesos de adamantio; las hay quienes se sienten muy a gusto con el titanio.
Mientras, da también mucho gusto pensar en cómo la industria, después de la revelación en “crudo” de aquella joven directora que decidió combinar un coming of age cualquiera con, por qué no, el canibalismo, se ha creído, ha apostado y consecuentemente ha respaldado el talento de una cineasta a la que, ya se ve, le encanta sacarnos de la zona de confort. Y esto, curiosamente, reconforta mucho: a Julia Ducournau le han dejado hacer la película que quería… aunque ella no necesitara el permiso de nadie.
Es el arrojo y determinación con que actúan las criaturas que no ven más allá de su hocico (partido). Deben ser por lo menos cuatro o cinco, los momentos en que Titane toma una decisión drástica; una elección loca, se mire como se mire, que inevitablemente va a cambiar su rumbo, y que va a condicionar lo que le queda de recorrido. Volantazos dados a veces por capricho instintivo, otras por las urgencias de la supervivencia. En ambos casos, queda la sensación de que el delirante juego al que nos estábamos acostumbrando ha vuelto a cambiar sus reglas. Ahora es fantasía, ahora, es drama familiar, ahora es terror, ahora es ciencia-ficción, ahora es slasher…
En la anterior temporada cinéfila, Carlos Conceição nos dio Um Fio de Baba Escarlate y Peter Dourountzis presentó Vaurien, sendas historias que seguían (desde el manierismo del giallo y la crudeza del thriller moderno, respectivamente) los imprevisibles pasos de dos seres por encima de cualquier limitación social, moral, sexual y, ya puestos, legal. Lo mismo hace Julia Ducournau, de nuevo atenta a los a veces incomprensibles deseos de un cuerpo en permanente mutación; que se niega a permanecer encorsetado por las limitaciones que la biología o las convenciones le hayan podido atribuir.
En Titane tanto la feminidad como la masculinidad son presentadas como ropajes pesados, desagradecidos, que constriñen los movimientos y la voluntad de quien los lleva. Y claro, puestos a ser anti-naturales, ¿por qué no cruzar las puertas que J.G. Ballard, David Cronenberg o Claire Denis abrieron en aras de la fusión entre cuerpo (orgánico) y máquina? Surge ahí, con una fuerza que asusta, la espectacular presencia andrógina de Agathe Rousselle: por encima de las mujeres y los hombres; del bien y del mal.
Su cara, cuerpo y actitud están en constante y dolorosa transformación, como lo está, ya se ha dicho, la carrocería de este bólido diseñado para ser objeto de culto, de deseo y, por supuesto, de fetichismo. Julia Ducournau y el gusto de responder a la pregunta que más posibilidades descubre: “¿Y si...?” La joven realizadora se libra a los placeres de la hibridación y parece que lo hace no tanto para provocar debate o abrir nuevas líneas en las teorías de género, sino más bien para reivindicar el cine (de género) como vehículo ideal para las fábulas más delirantes: las que nos permiten llegar a los sitios donde nunca nos permitieron ir.
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