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Crítica de “Zappa”, documental de Alex Winter
Nuevo acercamiento a la vida y la obra de un artista siempre desprejuiciado y provocador en el que convivieron lo avant-garde con lo popular, lo experimental con lo absurdo.
No es la primera vez que se hace un documental sobre ese músico fundamental que fue Frank Zappa (hace solo cuatro años, por ejemplo, se estrenó Eat that Question: Frank Zappa in His Own Words, de Thorsten Schütte), pero sí el primero que cuenta con el apoyo de la familia, que cedió una impresionante cantidad de material de archivo sobre él.
Esas imágenes en muchos casos inéditas son el plus que tiene el film de Alex Winter (el Bill de la saga de Bill & Ted y director de títulos como The Panama Papers y Showbiz Kids), pero también parte de su limitación. El hecho de ser algo así como el documental oficial hace que se amplifiquen todos sus aspectos positivos (desde su genialidad como compositor hasta su apuesta a la independencia que incluía una fuerte crítica a la industria musical o su labor como adalid de la libre expresión en tiempos de censura conservadora contra las letras “explícitas”), pero se minimicen o hasta se dejen de lado las facetas más controvertidas, más incómodas, más perturbadoras de su existencia.
Frank Zappa murió el 4 de diciembre de 1993, con apenas 52 años, víctima de un cáncer de próstata: grabó 62 discos en vida y otros 53 fueron editados luego de su fallecimiento. Coqueteó con todas las estéticas y géneros (pop, rock, jazz, música clásica contemporánea / conceptual) y terminó trabajando nada menos que con el Kronos Quartet, la Sinfónica de Londres o discutiendo de tú a tú con Pierre Boulez. Fue un compositor vanguardista, un eximio guitarrista, un líder perfeccionista hasta lo enfermizo, un letrista provocador, un desatado showman afecto al absurdo sobre el escenario y un brillante polemista en los medios con un discurso políticamente incorrecto. Tuvo más prestigio que éxito comercial y fue más venerado en Europa que en los Estados Unidos. Todo eso está presente en el trabajo de Winter, que lo muestra sin dobleces, inmaculado, casi desde el pedestal. No es el tipo de documentales que más me interesan, pero también es cierto que sus 129 minutos jamás dejan de interesar y ese también es todo un mérito.
El largometraje arranca con uno de sus últimos conciertos (en el Sports Hall Praga, en 1991, poco después del derrumbe del bloque soviético). Lo que Zappa les dice a los espectadores es muy hermoso no solo por el momento histórico sino también porque a él le quedarían poco tiempo más de vida.
El material de sus actuaciones con la banda The Mothers of Invention y sus apariciones públicas -quedó dicho- son muy valiosos (incluida una participación en Saturday Night Live con John Belushi y compañía), pero lo más lindo es verlo en la intimidad del hogar familiar en Laurel Canyon y, más precisamente, recorriendo su propio archivo personal de cintas, letras, películas y el resto de su prolífica y diversa producción artística.
Inclasificable, indomable, avasallante, Zappa fue un referente y en algunos casos un modelo para distintos colegas (ofrecen sus testimonios desde Alice Cooper hasta Steve Vai), pero la película, que funciona exclusivamente en plan tributo, deja la sensación de haberse quedado por momentos en la superficie, sin poder (o querer) ahondar en las contradicciones y la intimidad de un artista brillante.
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