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Especial: El cine de Abel Ferrara con Willem Dafoe
Pocas duplas director-actor han trabajado en los últimos años con la continuidad, intensidad y diversidad de la de Ferrara y Dafoe, muchas veces cabalgando entre la ficción y el documental con elementos autobiográficos (de ambos). Aquí reunimos las reseñas de su trabajo conjunto de la última década, que incluye Tommaso, Siberia, Piazza Vittorio, Pasolini y 4:44 - El último día en la Tierra. La sociedad artística se prepara para presentar su nueva colaboración, Sportin' Life, en la Mostra de Venecia de septiembre próximo, donde además recibirá el premio Glory to the Filmmaker a su trayectoria.
-TOMMASO (2019, 115'). Estrenada en el Festival de Cannes 2019.
Tommaso supone el regreso de Abel Ferrara al largometraje de ficción cinco años después del estreno de Pasolini. Un lustro en el que, además de realizar tres documentales (Alive in France, Piazza Vittorio y The Projectionist) y un cortometraje (Hans), el cineasta del Bronx se ha afincado en Roma, se ha casado con la actriz moldava Cristina Chiriac y ha sido padre de una niña llamada Anna. Tanto Cristina como Anna aparecen en Tommaso interpretando versiones semificcionales de ellas mismas, mientras que Willem Dafoe se encarga de dar vida al alter ego del director de Un maldito policía. Estamos, pues, metidos de lleno en las agitadas aguas de la autoficción, sobre las que Ferrara construye un espejo deformado de una realidad en la que confluyen la luz (la superación de su adicción a las drogas) y la oscuridad (sus miedos íntimos, las cicatrices del pasado). Y, entre estos dos polos opuestos, hallamos el desafío de construir una familia.
Como si se tratara de un antídoto contra la concepción de la paternidad/maternidad como un armónico camino de rosas (un ideal fraudulento capitalizado por más de un gurú de la crianza zen), Tommaso ofrece un testimonio al límite de la compleja vida familiar del protagonista, cargada de sublimes fogonazos de felicidad, pero también de obstáculos de ardua superación. Resulta difícil encontrar en todo el cine de Ferrara escenas más bellas que aquellas en las que Dafoe, irradiando una ternura fulgurante, lleva a Anna a jugar a un parque infantil y a comer un helado. De hecho, si algo demuestran los primeros compases de Tommaso es que la realidad cotidiana puede devenir un edén de afecto y aprendizaje si uno se entrega con nobleza al cuidado de los seres queridos… y de uno mismo. Así lo hace el protagonista cocinando para su mujer y su hija, cuando se entrega a los pequeños placeres mundanos (un espresso matinal, unas clases de italiano), o cuando persigue un cierto equilibrio personal mediante la práctica del yoga y la meditación (Ferrara se convirtió al budismo en el año 2007). Una feliz visión de la existencia que el director de El rey de Nueva York captura con una cámara digital que flota por los escenarios con una elegancia sinuosa, siempre atenta al movimiento, a las distancias y a las interacciones físicas entre los personajes.
Tommaso (Dafoe/Ferrara) aspira a construir para sí mismo un horizonte vital tocado por la senda de la rehabilitación; sin embargo, los fantasmas del pasado no son fáciles de domesticar. Tommaso acude a unas reuniones de alcohólicos anónimos en las que relata con emotiva crudeza pasajes siniestros de su vida. Es particularmente estremecedor escuchar a Dafoe describir con la voz entrecortada y la mirada herida el abandono de dos hijas adoptivas por parte del protagonista (Ferrara tiene, justamente, dos hijas adoptivas). Unos recuerdos que dan fe de un anhelo autodestructivo que se proyecta sobre el presente mediante actitudes neuróticas: celos irracionales, terror a la pérdida, una inclinación permanente a sentirse infravalorado… Por último, la fascinante composición de personaje que conjugan de manera simbiótica Ferrara y Dafoe se completa con el retrato de la vertiente creativa de Tommaso, que reparte su tiempo de trabajo entre la preparación de un nuevo film ambientado en un paisaje nevado (la más reciente película de Ferrara lleva por título Siberia) y la coordinación de un taller de interpretación donde el protagonista enseña a sus alumnos a “encontrar el gesto de un modo orgánico”. En otro momento de gran lucidez, Tommaso advierte a sus discípulos que la actuación debe surgir de la colisión entre el control y el abandono, justamente las dos fuerzas que batallan en el interior del protagonista.
En cuanto a la estructura de Tommaso, cabe decir que la naturaleza escindida de la personalidad del protagonista halla su correspondencia en la forma fracturada del film. No es la primera ocasión en la que Ferrara trabaja con estructuras quebradas: Mary entrecruzaba relatos que transcurrían en diferentes épocas, New Rose Hotel deconstruía una realidad extrañada y Pasolini fluía con absoluta naturalidad –a la manera de un flujo de consciencia audiovisual– entre las vivencias presentes, los recuerdos y los universos ficcionales creados por el protagonista. Tommaso opera de un modo similar a Pasolini, transitando sin interrupciones entre el retrato de la cotidianeidad del protagonista y la puesta en escena de sus fantasías, sueños y pesadillas. De manera paulatina, la esfera más trastornada de la personalidad de Tommaso se irá apoderando tanto del personaje como del conjunto de la película, que desde una honestidad feroz irá revelando su condición de exorcismo existencial… y social, si tenemos en cuenta la progresiva aparición de vagabundos e inmigrantes que viven en la indigencia. Cuentan los exadictos que las recaídas suelen ser brutales, a plomo, y Ferrara no tiene dudas a hora de explorar, con su nueva película, ese tipo de hundimiento abismal. He aquí el extraordinario testimonio autoficcional de un aspirante a budista condicionado por su educación católica, de un cariñoso padre de familia acosado por sus miedos, de un artista que en su búsqueda de redención se asoma a la más simple y llana grandeza. MANU YÁÑEZ
-SIBERIA (2020, 92'). Estrenada en la Competencia Oficial de la Berlinale 2020.
La suerte de poder asistir al estreno mundial de la nueva ficción de Abel Ferrara se vive, en los momentos previos, con la curiosidad, los nervios y también la sorna que suelen preceder a esas juergas en las que sabemos que vamos a poder desatar al animal que palpita en nuestro interior. Y, a la que las luces se apagan, efectivamente, el público pierde todo el decoro. Las imágenes invocan un cierto barbarismo. Nosotros lo abrazamos. En un momento de la proyección, los subtítulos desaparecen, premeditadamente, durante un balbuceante monólogo en ruso. Los periodistas que dominan dicho idioma estallan en múltiples carcajadas que son rápidamente increpadas. Al rato, las súplicas de silencio desembocan en palabras groseras, malsonantes, mientras otros espectadores deciden abandonar el barco dando un sonoro portazo. La Competencia Oficial por el Oso de Oro, cumbre del civismo berlinés, aparca temporalmente los buenos modales para atender la llamada de lo salvaje.
Como cabía esperar, en Siberia Ferrara retoma esa contundencia y visceralidad que le caracterizan como autor. Pasan los años y su obra sigue aferrada a la potencia sin control, agitada por un copioso torrente de miedos, frustraciones, anhelos… Las bestias se mueven y se expresan así. En Siberia, el animal (fusión del cineasta y su protagonista) no se sabe si lucha contra otros, o contra su propia sombra. Primero lo hace en parajes esteparios, después en el desierto, también en la Nueva York natal de Ferrara, y luego en los bosques… Siberia deviene el punto de partida de un periplo transnacional, una odisea épica y al mismo tiempo introspectiva. El viaje, por supuesto, es interior, como ya ocurría en el anterior film de Ferrara, Tommaso, donde Willem Dafoe interpretaba a una alter ego del cineasta y dónde, por cierto, se llegaban a ver en pantalla varios storyboards de un film en preparación titulado Siberia.
Cabe apuntar que, en lo nuevo del director de Un maldito policía Dafoe no se limita a encarnar a una figura de contornos claros, un personaje con una psicología sólida, invariable, sino que debe dar vida a una horda de demonios y fantasmas interiores y exteriores. Ferrara batalla contra Ferrara, y contra el mundo, en una película que adopta como guía espiritual la personalidad del cineasta y como índice físico el cuerpo de su actor fetiche –en Pasolini, de Ferrara, Dafoe, en la piel del maestro del cine italiano, ya asumió el papel de brújula corpórea de una película que jugaba a la fragmentación y a la hibridación de diferentes tonos, escenarios, tempos y registros–. Así, en Siberia, lo que podría haber sido un ritual sanador adquiere las formas de una terapia de choque blasfema, un autoexorcismo impúdico y volcánico. Ferrara bombardea al espectador con una retahíla de signos conectados a su universo personal y fílmico: el alcoholismo, el trauma generado por matrimonios tóxicos, la difícil relación con su actual pareja (la moldava Cristina Chiriac), madre de la hija pequeña del cineasta, Anna, que también aparece en Siberia encarnando a la hija del protagonista. Abrazando el caos, el director de The Addiction –gran admirador del imaginario autoficcional de Federico Fellini– renuncia a poner orden en la tempestad. Como buen cineasta cristiano, Ferrara confía en la destrucción, en el vía crucis, como vía última para la salvación.
En Siberia, Dafoe, inagotable, sigue caminando, dejando atrás la desolación de una serie de hogares que no pudieron ser: el apartamento de su exmujer, el lugar en el que se encuentra con su padre (interpretado por el propio Dafoe), o una choza perdida en medio de la nada y convertida en bar de mala muerte para otras almas perdidas. Dafoe nunca se detiene, buscando el siguiente enclave en el camino, huyendo del anterior. La brusquedad con la que está montada Siberia hace que no veamos venir el próximo salto de escenario o el siguiente desdoblamiento del personaje, como ocurría en aquella dupla de películas indomables, deslocalizadas y autorreflexivas que, a principios del siglo XXI, dieron forma a un nuevo estatuto de la ficción digital: Inland Empire, de David Lynch, y Road to Nowhere, de Monte Hellman –a las que cabría añadir, como corolarios aguerridos, las inolvidables L’intrus, de Claire Denis, y Essential Killing, de Jerzy Skolimowski, obras guiadas por el movimiento de cuerpos en tensión, siempre a la deriva–. Como parte de este linaje de cine insurrecto, Siberia desconcierta, irrita. Así se espantan los males. Así se conquista la grandeza fílmica. VÍCTOR ESQUIROL
-PIAZZA VITTORIO (2017, 76'). Estrenada en la Mostra de Venecia 2017.
Nació en el Bronx neoyorquino, pero Abel Ferrara estuvo ligado desde siempre a Italia y los italianos. En los últimos años el director ha combinado películas de ficción (Welcome to New York, Pasolini) con documentales (Chelsea on the Rocks, Napoli, Napoli, Napoli) y en esta segunda vertiente se inscribe Piazza Vittorio, pintoresco registro sobre la historia y sobre todo el presente de la plaza más grande, populosa y cosmopolita de Roma.
Caótica, un poco roñosa (algo así como el Once porteño), Piazza Vittorio es un modelo de convivencia multiétnica y religiosa, ya que está llena de africanos, de indios y paquistaníes, de latinoamericanos, de chinos y de otras minorías. Por supuesto, no faltan los italianos que se quejan de la “invasión extranjera”, pero a su vez disfrutan de la comida, la música, las costumbres y los trabajos (que ellos mismos no quieren hacer) que aportan los inmigrantes.
El propio Ferrara aparece en varios momentos charlando con esos extranjeros que han encontrado en Roma (y en ese barrio que rodea a un gigantesco mercado) su lugar en el mundo. Ellos cuentan sus historias de vida, sus padecimientos, sus luchas para dominar el idioma local y sus sueños.
Algo desprolija y sin hallazgos extraordinarios, Piazza Vittorio utiliza material de archivo para reconstruir la historia del lugar (siempre bastante sórdido y descuidado) e incluye algunos casos famosos como el del también cineasta Matteo Garrone o Willem Dafoe, que prácticamente abandonó su residencia en Nueva York para radicarse con su esposa Giada Colagrande en ese barrio romano. Su amigo Ferrara -también vecino del lugar- lo filma haciendo las compras o paseando por esas bulliciosas calles en el corazón de Roma donde nadie parece temerle al terrorismo, al fanatismo religioso y la convivencia puede resultar bastante alegre y armónica. DIEGO BATLLE
-PASOLINI (2014, 84'). Estrenada en la Mostra de Venecia 2014.
Es innegable la identificación que se produce entre Abel Ferrara y mi admirado Pier Paolo Pasolini, ambos artistas contestatarios, a contramano de la corriente, y ese vínculo es patente en el film del director de El rey de Nueva York y Un maldito policía.
La película explora la relación del artista con la forma que crea su imaginación, y el film la hace explícita con el traslado de sus propias obsesiones a la novela que escribe Pasolini al final de su vida: el amor furtivo, sus miedos, el cuestionamiento a todo un sistema político y social, la denuncia. Pero también con la puesta en escena de un largometraje que imaginaba, y la gran idea de convocar a un Ninetto Davoli ya mayor para la que hubiera sido su enésima colaboración con su mentor. Y esa película imposible es un compendio de todo el cine de PPP.
El film de Ferrara presenta la esencia, la personalidad del artista en los últimos días de su vida, no pretende ser una biografía ni un alegato social, sino una muestra de su mundo artístico. Y lo realiza con esa peculiar puesta en escena de su fantasía, en la cual es muy importante el elemento onírico, la fragmentación, el erotismo.
“La narrativa ha muerto, y estamos de duelo”, dice PPP ¿O lo dice Ferrara? Abel no busca la organicidad sino lograr un retrato y, a esta altura, ya entendemos que Pasolini le oficia de libre espejo en este gran collage, con juego de cajas chinas. Y se vale de William Dafoe, frecuente actor de sus films, quien -también como Pasolini- es un personaje atraído por la marginalidad. Dafoe se parece incluso físicamente a su modelo, pero el film presenta problemas en la mezcla del inglés con el italiano. No hubiera sido imposible que sus pocas líneas estuvieran dichas en italiano. Y lo mismo ocurre con el personaje de su madre.
En cuanto a su muerte, filmada magistralmente, Ferrara elige la tesis más ingenua, la de la agresión gratuita en medio de una Italia violenta, sin alusión alguna a las connotaciones políticas ni al complot del que fue víctima. Para decepción de algunos, entre quienes me incluyo. JOSEFINA SARTORA
-4:44 - EL ÚLTIMO DÍA EN LA TIERRA (2011). Estrenada en la Mostra de Venecia 2011.
Hubo un tiempo en que las películas de Abel Ferrara se estrenaban "religiosamente" en las salas argentinas. No pocos cinéfilos locales habrán pensado que el director de El rey de Nueva York, Un maldito policía y El funeral había dejado de filmar. Nada de eso. Entre 2007 y 2011, por ejemplo, presentó nada menos que seis títulos. Aunque algunos de sus trabajos de ficción y documentales llegaron de forma aislada al BAFICI porteño, la ausencia local de este siempre audaz y provocativo realizador nacido en el Bronx neoyorquino fue demasiado prolongada e injusta.
4:44 El último día en la Tierra es un drama psicológico de corte apocalíptico sobre las últimas horas de vida de una pareja de artistas neoyorquinos (un actor interpretado por Willem Dafoe y una pintora encarnada por Shanyn Leigh) y del planeta en su conjunto, ya que la Tierra marcha rumbo a su completa extinción por una progresiva e irrefrenable disminución en la capa de ozono.
Ferrara -al igual que Lars Von Trier en Melancholia o que Buscando un amigo para el fin del mundo- expone el absurdo de la situación con las muy diferentes reacciones de la gente frente a la inminencia de la debacle. La película -estrenada en la sección oficial de la Mostra de Venecia- ofrece momentos de ternura y otros de violencia (no tardan en aflorar la culpa y los reproches), encuentros amorosos, despedidas entre amigos y familiares, la ridícula cobertura mediática, elementos religiosos (ella es budista) y hasta las reflexiones de un gurú.
Que el director no sea profeta en su tierra ya no sorprende porque hace años que es más valorado en Europa. Pero en el caso de 4:44 - El último día en la Tierra -en la que actúan también Natasha Lyonne, Paul Hipp y Anita Pallenberg, se realizó gracias a la financiación de empresas de Francia y de… Chile (dos de los principales productores fueron Juan de Dios Larraín y Pablo Larraín, responsables de la trilogía Tony Manero, Post Mortem y No).
4:44 El último día en la Tierra se lanzó en unas pocas salas de los Estados Unidos sin demasiada repercusión, pero tras su paso por Francia fue reivindicada por la crítica local, al punto que la mítica revista Cahiers du Cinéma la ubicó como la cuarta mejor película estrenada allí en 2012. Un motivo más para acercarse a este largometraje del controvertido pero insoslayable Abel Ferrara. DIEGO BATLLE
Más información:
Ferrara y Dafoe también trabajaron juntos en otras películas como New Rose Hotel (1998) y Go Go Tales (2007).
Nota en IndieWire (en inglés) en la que Ferrara y Dafoe hablan de su trabajo conjunto
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