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Guía de reseñas de la sección Nuevos Autores - #33MDQFilmFest
Algunas críticas de esta selección dedicada a jóvenes directores.
-Living the Light - Robby Müller, de Claire Pijman (Holanda, 86') ★★★★✩
El holandés Robby Müller nació en 1940 y murió hace pocos meses, a los 78 años. Fue uno de los mejores y más influyentes directores de fotografía a partir de sus trabajos en las mejores épocas de realizadores como Wim Wenders, Jim Jarmusch y Lars Von Trier. Su legado son más de 70 largometrajes, pero si hubiese que destacar un puñado de títulos podríamos mencionar a París, Texas, Dead Man y Dancer in the Dark / Bailarina en la oscuridad.
Este documental tiene, por supuesto, los testimonios y tributos de Wenders, Jarmusch y Von Trier; de DF que lo adoraron, como la francesa Agnès Godard, detrás de escenas de los rodajes, mucho material de archivo proveniente del archivo personal de Müller (Hi-8, Polaroids) y algo (solo lo necesario) de su vida personal (divorcios, hijos).
El documental va sin orden cronológico desde sus comienzos hasta los homenajes finales cuando un problema de degeneración cerebral lo dejó casi incapacitado. Hay muchas filmaciones hechas por él en las habitaciones de hoteles (se la pasaba viajando) y anécdotas como cuando en 1980 fue a filmar a Hollywood (Honeysuckle Rose, de Jerry Schatzberg) y desafió el sistema que implicaba acumular decenas de asistentes y eléctricos: él era de agarrar la cámara y salir a rodar. Casi lo matan los técnicos...
No se trata de un film sobre cuestiones técnicas (aunque se explican las principales y búsquedas de Muller) porque el eje está en lo humano, lo íntimo y sus aportes a la historia grande del cine de los años '70, '80 y '90. Una película bella y melancólica, a la altura de la categoría del artista homenajeado. DIEGO BATLLE
-John McEnroe: L’Empire de la perfection, de Julien Faraut (Francia, 95')
Un documento deportivo espectacular y una reflexión fílmica igualmente impresionante. Si David Foster Wallace llegó a comparar al deportista suizo Roger Federer con una revelación religiosa, cabría hacer lo propio con John McEnroe y la experiencia cinematográfica total.
Echando mano del material que grabó Gil de Kermadec para dejar constancia del astro estadounidense, y teniendo siempre en mente aquella famosa sentencia de Jean-Luc Godard (“Las películas mienten, el deporte no”), Faraut invoca la voz de Mathieu Amalric y el espíritu de Serge Daney y se encomienda a los dioses del deporte más bello del mundo. Lo demuestra la cámara ultra-lenta, el montaje obsesivo y la transición de los 16mm al 4K, infalibles herramientas para descubrir (y entender) los secretos detrás de los saques, voleas, liftados y cortados más imprevisibles del circuito profesional.
Hay en este ensayo de Julien Faraut mucha fascinación por la plasticidad corporal, también por lo bien que se preserva la emoción de aquellos grandes partidos (como aquella final de 1984 en París, contra Ivan Lendl). Pero la película no se conforma con el estatus de cápsula del tiempo. Tiene claro que no es una retransmisión, sino una reflexión sobre el propio medio en el que se apoya. El mismo que hizo grande a McEnroe, un hombre que en sus picos de inspiración pasaba del Deuce a la Ventaja, pasando antes por todos los géneros conocidos por el séptimo arte. Drama, comedia, terror, suspense… todo cabía; todo valía.
Todo queda inmortalizado y perturbado por la fuerza invasiva de la cámara, testigo y condicionante de un juego noble, sincero… pero sujeto al juicio de muchos ojos. De una infinidad de instantáneas que siempre despertará una infinidad de puntos de vista. La imagen como activo subjetivo, como motivo de discordia. La bola tocó línea dependiendo de la actitud con la que revisamos la jugada. Normal que en la acción y la reflexión de L’Empire de la perfection luzcan los tonos marronosos de la arcilla de Roland Garros, no en vano, Meca de la única superficie a la cual aún no ha llegado la tecnología del “ojo de halcón”, esa verdad cinematográfica que debe imponerse a la mentira de la opinión humana. Terreno, este último, que todavía es propiedad de los genios. Aquellos que por técnica y, sobre todo, por carácter, se han ganado el derecho a aspirar a la perfección. McEnroe, en el mejor curso de su carrera se quedó en un insuperable 96,5% de victorias. Faraut no se quedó muy lejos. VÍCTOR ESQUIROL
-Still Recording, de Saeed Al Batal y Ghiath Ayoub (Siria / Líbano / Francia / Alemania / Qatar, 120') ★★★★✩
En un video emitido como presentación de la proyección en el reciente Festival de Valdivia, el codirector Saeed Al Batal dijo que el principal desafío fue sortear el dilema ético sobre quién tiene derecho a usar las imágenes. Basta ver los primeros minutos para entender el porqué de ese dilema.
Still Recording es el fruto de más de 450 horas de grabación realizadas por ocho camarógrafos durante cuatro años en pleno epicentro de la guerra civil siria. Es, pues, el registro de un día a día donde la muerte espera a la vuelta de cada esquina y a un apacible amanecer le sigue el sonido atronador de un avión arrojando bombas.
Saeed fue uno de esos camarógrafos y quien encarna el “anclaje moral” exteriorizando sus dudas y conflictos internos ante la barbarie. El film acompaña a un grupo de soldados rebeldes mostrando la convivencia diaria, los resquemores grupales y ciertos momentos de distención e intimismo cuando cesan las balas. Sorprende la pasmosa frialdad para convivir con la muerte ajena (“Este es mi primo”, dice uno mientras señala a un cadáver envuelto en una sábana) como la propia.
En el film también hay lugar para el humor. Sucede cuando la cámara se cruza, en plena ciudad bombardeada, con un hombre haciendo footing y cuyo sueño es morir frente a un tanque como un “mártir del deporte”.
Urgente, dolorosa y emotiva, Still Recording es un alegato sobre la importancia de dejar un testimonio concreto y palpable sobre el horror. Después de todo, como se escucha en una de las clases de cine de Al Batal, “las imágenes son la última resistencia contra el tiempo”. EZEQUIEL BOETTI
-Wildlife, de Paul Dano (Estados Unidos, 104') ★★★✩✩
Las interpretaciones son el centro de Wildlife, algo lógico teniendo en cuenta que es una película rodada por un un actor. El film es la ópera prima de Paul Dano y fue escrito por él mismo junto a su pareja, la actriz Zoe Kazan. Basada en una novela de Richard Ford, cuenta la historia de la desintegración de una familia en los Estados Unidos de fines de los años '50.
El protagonista es un chico de 14 años y su punto de vista resulta atractivo porque lleva al espectador con él en el descubrimiento paulatino de la crisis del matrimonio de sus padres. Ed Oxenbould, el actor que encarna al adolescente, es un hallazgo. Tiene cierto parecido con Dano, como si el director hubiese elegido a alguien que podría haber sido él cuando era más joven. Su interpretación es sutil pero muy poderosa en su capacidad de generar empatía con este personaje que se ve obligado a lidiar con la transformación de su vida familiar.
En cambio, el trabajo de Carey Mulligan resulta demasiado subrayado y no parece ser sólo responsabilidad de la actriz sino también de la dirección. Es cierto que tiene a su cargo el papel más difícil y que el punto de vista del chico hace que la madre sea un personaje desconcertante. El padre, encarnado por Jake Gyllenhaal, también es complicado de comprender pero por las características del personaje su actuación es un poco más tenue. La insistencia en los primeros planos y los momentos construidos para demostrar la intensidad que es capaz de conseguir Mulligan exasperan bastante, como si cada escena pudiera ser potencialmente uno de esos clips del Oscar en los que muestran a una actriz en el pico máximo de explosión interpretativa. MARÍA FERNANDA MUGICA
-Mudar la piel, de Ana Schulz y Cristóbal Fernández (España, 88')
Abrazando, hasta las últimas consecuencias, un principio de incertidumbre, Mudar la piel deviene un film esquivo como pocos. Y ahí radica su mayor virtud: ¿cómo explorar sino la personalidad de un espía –Roberto Flórez, antiguo miembro del CESID, condenado por traición– experto en encubrir su identidad? Y, en este mismo sentido, ¿qué mejor manera de cuestionar la crónica oficial del conflicto vasco –siempre proclive a la polarización– que aceptando un cierto grado de ambigüedad?
En la película de Ana Schulz y Cristobal Fernández, la necesidad de trascender una verdad inmóvil emerge por todas partes: en unas imágenes que tienden a la opacidad y, sobre todo, en el retrato íntimo de Juan Gutiérrez (padre de Schulz, la directora), un mediador en el conflicto vasco que medita sobre su amistad con Roberto, el espía, esquivando cualquier reparto de culpas. Así, entre el documental familiar, el thriller de espías y el ensayo sobre lo inasible de la identidad humana, Mudar la piel propone un sugerente cuestionamiento de las certezas históricas y las formas fílmicas. MANU YÁÑEZ
También se proyectan en esta sección:
-Boni bonita, de Daniel Barosa (Brasil / Argentina, 84')
-Chained for Life, de Aaron Schimberg (Estados Unidos, 91')
-El silencio de otros, de Almudena Carracedo y Robert Bahar (España / Estados Unidos, 96')
-Flesh Memory, de Jacky Goldberg (Francia, 60')
-Puzzle, de Marc Turtletaub (Estados Unidos, 102')
-Sheeple, de Houman Seyyedi (Irán, 90')
-The Grand Bizarre, de Jodie Mack (Estados Unidos, 61')
-The Land on the Waves, de Lim Tae-gue (Corea del Sur, 82')
-Winter’s Night, de Jang Woo-jin (Corea del Sur, 98')
-La casa de Julio Iglesias, de Natalia Marín (España, 13')
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