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Crítica de “Entre dos aguas”, de Isaki Lacuesta (Competencia Oficial) - #66SSIFF
La cuarta y última película española en concurso por la Concha de Oro fue también la mejor. Esta suerte de secuela de La leyenda del tiempo resulta algo así como una Boyhood gitana.
En 2006 Lacuesta filmó su segundo largometraje, La leyenda del tiempo (previamente había rodado Cravan vs. Cravan). Una de las historias de aquel film tenía como protagonistas a dos hermanos adolescentes, Israel y Cheíto, que intentaban sobrellevar una vida muy dura.
Pasaron doce años y el director catalán de Los condenados, Los pasos dobles y La próxima piel se reencuentra con ellos. Por supuesto, ambos ahora son adultos, han formado sus respectivas familias, pero tienen presentes muy distintos. Israel está en prisión (por tráfico de drogas, entre otros cargos), mientras que Cheíto trabaja para la Armada española en la cocina de los barcos. Israel pasará tres años sin ver a sus seres queridos (nadie lo visita en la cárcel), mientras que Cheíto también se aleja, pero en el marco de misiones a destinos como Somalia y que pueden durar hasta seis meses. Los dos tienen tres hijos pequeños, pero mientras Cheíto parece tener una relación apasionada con su esposa; la de Israel no quiere verlo ni siquiera cuando sale en libertad.
El corazón de la película -un singular híbrido entre ficción a partir de elementos documentales- pasa por la relación entre los hermanos Gómez Romero, aunque está claro que el personaje de Israel (el loser, el rebelde, el marginal) es mucho más “cinematográfico” que el de Cheíto. Lacuesta intercala algunas imágenes de su film anterior (que sirven para apreciar hasta dónde aquello que se intuía y hasta ellos presagiaban 12 años atrás se terminó cumpliendo) y construye un arco dramático que tiene como eje la búsqueda de la redención de Israel (que parece no poder romper con un sino trágico que viene desde la temprana muerte de su padre). Es que esa reinserción parece una misión imposible para un gitano que acaba de salir de la cárcel, no tiene una especialización profesional y toda su vida estuvo ligada a distintos ilícitos, sobre todo en el seno de una comunidad de pescadores que sufre su propia crisis socioeconómico como la de la isla de San Fernando (Cádiz, Andalucía).
Es cierto que Entre dos aguas se extiende más de lo prudente (dura 136 minutos) y que algunas situaciones (como una fiesta “descontrolada”) lucen un poco forzadas, pero en buena parte del relato hay una “verdad”, una profundidad humana y una potencia narrativa que no es fácil alcanzar en el cine contemporáneo a la hora de retratar el paso del tiempo. Lacuesta recupera parte de su historia artística y parte de la historia de sus personajes. Ojalá, como en Boyhood, de Richard Linklater, podamos reencontrarnos alguna vez más con Israel y Cheíto para seguir acompañándolos en este duro, muchas veces cruel pero a veces también entrañable tránsito por la vida.
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