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Latinoamericanos en Competencia Oficial: “Museo” y “Las herederas” - #Berlinale
El mexicano Alonso Ruizpalacios y el paraguayo Marcelo Martinessi se destacaron en la disputa por el Oso de Oro.
-Museo (México, 128'), de Alonso Ruizpalacios
Alonso Ruizpalacios debe ser uno de los cineastas latinoamericanos con más inventiva y creatividad visual entre sus contemporáneos. La primera media hora de Museo está a la altura de realizadores como Arnaud Desplechin, Wes Anderson o ciertos maestros de la nouvelle vague a la hora de proponer ingeniosas y originales resoluciones visuales para desarrollar narrativamente su historia. El film, centrado en el mítico robo al Museo de Antropología de la Ciudad de México que tuvo lugar en 1985 –pero con muchas libertades narrativas respecto a la historia real– se inicia como la historia de dos amigos y de la familia de uno de ellos e incluye una masiva fiesta navideña poblada de adultos y niños que el realizador de Güeros logra organizar, maravillosamente, de una manera tan comprensible como divertida y ácida. Hay un narrador y otro protagonista y una larga serie de hermanos, primos, padres, amigos y sobrinos en un comienzo cuyo nervio y energía entusiasman.
La película se centra en los dos autores intelectuales y materiales del famoso robo de unas 140 piezas del Museo. Uno es Juan (Gael García Bernal, siempre impecable), pícaro e ingenioso pero acaso menos inteligente de lo que cree ser. Y Leonardo Ortizgris, el actor de Güeros que encarna a Benjamín/Wilson, su ladero, en apariencia un poco más simplón, pero igualmente capaz de cometer el robo en cuestión con mucha sapiencia. Ambos estudian Veterinaria (?) y, así como sucedió en el hecho real, jamás queda del todo claro cuáles fueron los motivos que los llevaron a cometer tan arriesgado y finalmente un tanto absurdo robo de unas piezas que son casi invendibles en el mundo real.
Ruizpalacios avanza con su narración a una segunda media hora muy distinta: el robo en sí. Con los silencios y los pasos cuidadosos, orquestados minuciosamente, propios de películas como Rififi o El círculo rojo, la película pasa de su coro de voces (familiares, en off, etc) al silencio que supone el atraco en cuestión, otra impecable y cuidada puesta en escena tan precisa y efectiva como el robo en sí. De golpe, los dos aparentemente inexpertos y confundidos amigos se revelan como maestros del crimen, llevándose una enorme cantidad de piezas en una noche de Navidad en la que, como era de esperar, los guardias estaban preocupados más por beber y brindar que por cuidar esas piezas mayas y aztecas.
La película –de 128 minutos de duración– tiene una tercera parte, clásica también de los films de atraco, ligada a las consecuencias, a las complicaciones de vender lo robado, a la potencial persecución, a los problemas que se presentan entre los ladrones una vez que advierten que, pese a tener el botín entre manos, no saben qué hacer con él. O no logran convertirlo en el dinero que esperaban. Esa etapa –la más parecida a Güeros, especialmente en su carácter de road movie— tal vez no esté a la altura de las dos primeras, ya que las desventuras de Juan y Wilson acaso se extienden demasiado. Con 15, 20 minutos menos, quizás, Museo sería una extraordinaria película. Así como está es muy buena y merece irse de aquí con algún premio, pero mejoraría siendo apenas un poco más corta.
De todos modos, queda en evidencia el talento de todos los involucrados en esta gran producción, desde los rubros técnicos hasta los actorales, especialmente los dos protagonistas, que por momentos acercan el tono de la película al de las comedias italianas de los ’50, con sus ladrones metidos en asuntos que le quedan demasiado grandes. Sobre el final, y esto va para los argentinos que lean esto, aparece Leticia Brédice en un rol bastante importante que no revelaremos aquí y que la actriz lleva adelante con la presencia y ampulosidad que la caracteriza. Tomando en cuenta qué tipo de personaje es, su desmesura está muy bien utilizada.
Para el final, Museo ofrece unas simpáticas y hasta emotivas sorpresas que nada tienen que ver con la historia original pero que le otorgan a la trama una suerte de epifanía, un cierre que si bien no explica de modo psicologista los motivos e intenciones de los ladrones, por lo menos sirve para entender que, más allá de sus caprichos y tonterías, algo extrañamente romántico funciona como motor de sus actos. Y, además, como pequeño apunte lateral que es igualmente importante, el director deja en claro que el museo estuvo más concurrido que nunca luego de haber sido robado. Tal vez, tras la película, la gente regrese con todo allí solo para comparar ficción con realidad.
-Las herederas (Paraguay-Uruguay-Alemania-Brasil-Noruega-Francia, 95'), de Marcelo Martinessi
Mientras veía Las herederas pensaba lo importante qué es para un país tener cine propio. Ahora que se discute en muchos lugares los recortes a los subsidios cinematográficos, una película como la de Marcelo Martinessi me dejó en claro lo poco que conozco de Paraguay por el hecho de casi no contar con un cine nacional. Casi todos los demás países de América Latina producen un imaginario social, cultural, geográfico o idiomático muchas veces a partir de lo que vemos en sus películas, si es que no conocemos en persona ese lugar. Y si ese lugar no tiene cine ese imaginario es muy corto, se esfuma, desaparece, tiene pocos elementos.
Las herederas no intenta ser una película abarcadora sobre Paraguay ni nada por el estilo. Es una historia pequeña cuyo estilo cinematográfico tiene bastante que ver con esa moda de “historias pequeñas” tan caras al imaginario de nuestros cines en su versión festivalera. Pero hay varios elementos de este film que lo destacan por encima del lugar común al que a veces caen ese tipo de relatos.
Se trata de la historia de una mujer, Chela, que ronda los 60 años y vive en pareja con otra mujer, Chiquita (todos en Paraguay tienen apodos, parece). Chela solía tener una vida económica cómoda y hoy está obligada a vender casi todo lo que posee en la casa. Su compañera, además, va a la cárcel por tener deudas lo que la deja casi sola, en compañía de una mucama nueva que todavía no la conoce bien. Como Gloria, de Sebastián Lelio, pero en una versión minimalista, Chela de a poco va a empezando a hacerse cargo de su propia vida. ¿Cómo? Habrá que ver el film para saberlo, pero la idea es esa: alguien que se va dejando vencer por la vida a la que una posibilidad laboral y, principalmente, una romántica, le permiten escapar, no sin dificultades, del lugar social al que debería pertenecer.
Martinessi consigue, por un lado, grandes performances de sus tres protagonistas femeninas en una película que, además, tiene como detalle que todos los personajes con cierto peso en la trama son mujeres (los hombres son extras, están fuera de campo o tienen apenas algunas líneas). Chela, con su silencio y timidez que de a poco va rompiendo cuando empieza a sentir que puede tener otras opciones. Chiquita, más audaz y activa, a quien ir a la cárcel no parece cambiar mucho, ya que allí sigue comportándose de la misma manera dominante. Y Angie, otra mujer un tanto más joven, con la que Chela empieza a relacionarse a partir de llevar en su auto a la madre de ella a un hospital alejado de Asunción.
Son esos deseos –físicos, románticos, laborales, de conexión– los que le permiten a Chela cambiar a una edad en la que no muchos lo hacen. Así, mientras la casa se va vaciando de muebles por la necesidad de dinero, la protagonista se vacía de un pasado para empezar a construirse un futuro nuevo, casi de cero. Las herederas puede no ser, al menos formalmente, demasiado audaz. Es una película cuidada, de planos cortos, de actuaciones secas y controladas, en algunos casos casi silenciosas. Uno imagina que una historia de mujeres, cuerpos y deseos en manos de alguien más audaz como Lucrecia Martel podría haber dado resultados más espectaculares. El realizador, debutante, no corre tantos riesgos como ella pero sabe observar y escuchar. Y en los detalles que le ofrecen las protagonistas –y las otras mujeres que suelen viajar en el auto de Chela, varias señoras mayores que se llaman a sí mismas “chicas” y cuentan chismes todo el tiempo– están los pequeños y deliciosos secretos de esta película que no se irá del Festival de Berlín sin algún premio.
Más información:
Cobertura de la Berlinale 2018 en Micropsia
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