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Críticas de “Transit”, de Christian Petzold; y “Dovlatov”, de Aleksey German Jr. (Competencia Oficial) - #Berlinale
Dos maestros europeos presentaron sus más recientes y valiosos films en la disputa por el Oso de Oro.
-Transit (Alemania-Francia, 101'), de Christian Petzold.
El realizador alemán Christian Petzold es un verdadero artista del melodrama, un cultor y conocedor del género que se permite experimentar con él como no muchos lo han hecho. Transit, sin embargo, no es —como algunos han aseverado— un film totalmente experimental sino uno que juega con un enroque temporal que resignifica todo el tiempo lo visto. Es que Transit es una película basada en una novela de 1942 sobre la ocupación nazi en Francia, aunque está contada como si transcurriera hoy. Pero no se trata de una actualización completa. La novela sigue siendo la misma (hay fascistas ocupando Francia), pero no hay carros de la Gestapo ni cascos sino policías comunes y corrientes, taxis modernos y celulares.
La metáfora no es muy compleja que digamos: Petzold intenta mostrar cómo el trato que en la actualidad se le da a los refugiados no es muy distinto de lo que sucedía entonces, con una sociedad civil que daba la espalda a los que eran perseguidos y necesitaban protección. Pero el director de Seguridad interior, Fantasmas, Phoenix/Ave Fénix, Triángulo y Yella está lejos de plantearse hacer un docudrama político convencional sino que usa los recursos y las figuras del melodrama para contar esa especie de purgatorio en vida que fue para muchos y sigue siéndolo hoy ser un perseguido político, un refugiado, un paria social.
Transit arranca como una película de espías de los años ‘40 y al principio sorprende el choque entre los diálogos propios de una película sobre la Francia ocupada y las locaciones actuales, pero una vez que uno se acomoda al sistema —con la clásica voz en off en tercera persona propia de las adaptaciones ms afrancesadas del noir— la película se convierte en un melodrama casi clásico.
La historia, obviamente, es larga y compleja de resumir. Involucra una misión que sale mal, un hombre con una carta de asilo que no es suya para irse a México, un escritor muerto, una fuga de Paris a Marsella, un encuentro ahí con una madre y su hijo inmigrantes y, luego, con la mujer del escritor, de la que este hombre se enamora. Y mientras esperan ese papel que les permita fugarse de la Francia ocupada (curioso es también que los personajes siendo ocupados sean y hablen en alemán), las cosas y personajes se siguen complicando, con un juego de confusión de identidades, realidad y fantasía típicas tanto del género como de la obra de Petzold.
Este thriller de espías va dando paso de a poco a una película romántica que puede ligarse tanto a Casablanca como a la relectura nouvelle vague de ese tipo de cine clásico, a la Alphaville. Es un experimento conceptual en el sentido que por momentos podría parecer un filme de ciencia ficción, en otros uno de época pero posmoderno tipo Bastardos sin gloria y, en otros, un emotivo melodrama centrado en las idas y venidas de Gregg, un sobreviviente de un campo de concentración que tiene que ayudar a una pareja a escapar pero que, por las circunstancias y su propio involucramiento con los personajes, empieza a girar la rueda del destino a lugares inesperados.
Es, sí, una película más compleja que las anteriores del propio realizador, pero esos giros dramáticos y formales se sostienen por el peso emocional que carga el protagonista, un hombre con varios puntos de contacto con el Bogart de aquel clásico filme. Si bien su aspecto no tiene nada que ver con el del galán de Hollywood, este hombre atrapado en Marsella entre el amor y el deber durante una ocupación remite emocionalmente a ese clásico personaje.
Pero Petzold no invita a la nostalgia sino que la utiliza para hacer un film conceptual y político sin dejar de buscar la emoción genuina del espectador. En el poderoso final uno ya se olvidó por completo de todas las tácticas de aplicado estudiante de la historia del cine que es el realizador alemán y se entrega al rostro del protagonista, un hombre en tránsito perpetuo pero uno que comprende, también, que no todo en el mundo pasa por él.
-Dovlatov (Rusia-Polonia-Serbia, 126'), de Alexey German Jr.
De las mejores películas de la competición de Berlín vistas hasta el momento, Dovlatov, del cineasta ruso Aleksey German Jr. (The Last Train, Under Electric Clouds) narra una semana en la vida de Sergei Dovlatov, en 1971, cuando era un joven escritor disidente al que nadie quería publicar por sus puntos de vista alejados de la posición oficial de la entonces Unión Soviética. Con sus exquisitos y complejos planos largos, el hijo del fallecido y mítico director de Hard to Be a God construye una película política y nostálgica pero a la vez con mucho humor que reconstruye el mundo en el que Dovlatov y otros artistas, poetas y escritores “marginales” se movían en aquel entonces.
La película va sumando anécdotas en la vida de este pícaro e inteligente personaje que debe trabajar en una revista de una fábrica escribiendo loas oficialistas a los héroes de la revolución, los grandes de la cultura soviética (en un genial gag inicial de la película) y otros pedidos en plan “optimismo socialista”, cosa que hace a regañadientes. Pero sus textos no son aceptados por sus ironías o comentarios mordaces. Lo mismo pasa con sus poesías que no respetan los lineamientos de lo que se debe escribir y que, por eso, no le permiten ser aceptado en el Sindicato de Escritores, condición necesaria para ser publicado.
El film cuenta en un tono más amable y cómico de lo que podía preverse por su tema, las desventuras de Dovlatov con sus textos rechazados, su relación con su ex mujer y su hija, con su madre y, especialmente, con otros escritores en similar situación a la suya, como el luego igual o más famoso Joseph Brodsky, entre otros. Una suerte de broma recurrente ligada a Nabokov y "Lolita” funciona también muy bien, mientras que un “encuentro” con el pasado ligado a la Segunda Guerra resulta una metáfora un tanto más burda.
Con fotografía del polaco Lukasz Zal (Ida), German Jr. vuelve a lucir sus dotes para la composición de cuadros en movimiento perpetuo, con personajes que entran y salen, diálogos que se mezclan y superponen, generando un clima que permite entender, a la vez, la vitalidad del movimiento cultural underground en el que se movía el protagonista y su burocrática y declaradamente kafkiana relación con la “oficialidad” de la cultura soviética. La movida cultural de esos años en Leningrado queda muy bien retratada en lo que es un homenaje a esos poetas que prefirieron ser fieles a sus convicciones que ceder a los poderes de turno. Sin embargo, algún (seguramente obligado) reconocimiento “oficial” en los créditos del final del film hace pensar que German Jr. no es tan radical como sus héroes.
Más información:
Cobertura de la Berlinale 2018 en Micropsia
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