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A los 90 años murió la legendaria y brillante directora Agnès Varda

-Figura clave de la Nouvelle Vague francesa, esta cineasta de origen belga se lució tanto en la ficción como en el documental con títulos como Cleo de 5 a 7, Sin techo ni ley, Las playas de Agnès y Visages villages.
-Fue premiada en Cannes, Venecia, Berlín, Locarno, San Sebastián, el César y el Oscar.

Publicada el 29/03/2019

Siempre activa, entusiasta, sonriente, daba la impresión de que Agnès Varda seguiría rodando por siempre sus encantadores retratos sobre gente común, sus interminables viajes por toda Francia o sus fascinantes ensayos autobiográficos. Pero no. Un cáncer puso final a su vida y a una de las filmografías más prolíficas y distintivas del cine francés y mundial.

Nacida en Bruselas el 30 de mayo de 1928 (dentro de dos meses hubiese cumplido 91 años), Arlette Varda -tal su verdadero nombre- comenzó a filmar en la segunda mitad de la década de 1950 y cerró su magnífica obra con la presentación hace pocas semanas en la Berlinale de Varda par Agnès – Causerie, un documental sobre su amor al cine que muchos vieron (con razón) como un testamento artístico y una despedida anticipada.

Según declaró Cécilia Rose de Tamaris, su productora durante los últimos 17 años, la realizadora murió anoche en su casa. "Este viernes por la tarde iba a inaugurar una exposición en Chaumont-sur-Loire, que se inaugurará sin ella". El funeral -con los más altos honores- será el próximo martes.

Varda decía sobre su carrera: "Nunca he hecho películas políticas, sencillamente me he mantenido del lado de los trabajadores y de las mujeres". Deja como legado más de 50 cortos y largometrajes, pero también una rica obra como fotógrafa y creadora de las más diversas muestras fotográfica y audaces instalaciones en muy distintos ámbitos.



En su último trabajo explicaba en cámara los tres pilares para hacer cine: "Inspiración, creación y compartir el resultado con los demás". Con esos (y otros) atributos concibió, por ejemplo, Cleo de 5 a 7 (1962), La felicidad (1965), documental sobre los Black Panthers -realizado en 1968 cuando ella y su marido, Jacques Demy, vivieron en Los Ángeles- que resultó galardonado en la Berlinale, Una canta, otra no (1977) o Sin techo ni ley (1985), película con Sandrine Bonnarie que le valió el León de Oro de la Mostra de Venecia. En las dos últimas décadas no paró de trabajar y regaló joyas como Los espigadores y la espigadora (2000) y su secuela Dos años después (2002), Cinévardaphoto (2004), Las playas de Agnès (2008) y Visages villages / Caras y lugares (2017).

Venecia y Berlín no fueron los únicos festivales que la distinguieron. En San Sebastián 2017 recibió el primer premio Donostia dedicado a una artista que no fuera actor o actriz. Además, obtuvo el Leopardo de Honor en Locarno 2014, la Palma de Oro de Honor en Cannes 2015 y el César de Honor de la Academia francesa en 2001 (ganó otros dos más como documentalista).

Ganadora del Oscar honorífico el mismo año en que compitió por el premio de la Academia a mejor documental con Visages villages (todavía se recuerda su baile con Angelina Jolie), Varda siempre estuvo atenta a los cambios sociales y tecnológicos. Tras hacer del fílmico un culto, las cámaras digitales se convirtieron en una nueva oportunidad para rodar con total libertad y sin grandes presupuestos.



Su padre procedía de una familia de refugiados griegos y su madre era francesa. Estudió Historia del Arte en la École du Louvre y empezó a trabajar como fotógrafa en el Théâtre National Populaire (TNP) de París. Le gustaba la foto fija, pero en verdad estaba más interesada en el cine. Por eso, tras grabar en la Sète, la localidad pesquera, por encargo de un amigo, decidió en 1954 realizar con apenas 20.000 dólares su primera película, La Pointe Courte, que narraba la historia de una triste pareja y su relación en la pequeña ciudad. Es considerado un film precursor de la Nouvelle vague, siendo luego ella la principal figura femenina de ese movimiento liderado por Godard, Rohmer, Chabrol, Truffaut, Resnais y Rivette.

Desilusionada por la falta de compromiso político del círculo principal de Cahiers du Cinéma, se fue con Resnais y Chris Marker hacia el grupo conocido como Rive Gauche y estuvo ligada también con los autores del Nouveau Roman. Fue además parte activa del Mayo del '68, así como una infatigable militante de la izquierda y del movimiento de mujeres.

Se casó dos veces: la primera con el director teatral Antoine Boursellier con quien en 1958 tuvo una hija, Rosalie Varda, directora de arte y productora de Varda by Agnès. En 1962 contrajo matrimonio con otro brillante cineasta, Jacques Demy, a quien acompañó hasta su muerte en 1990. A él le rindió varios homenajes fílmicos: en Jacquot de Nantes (1991) ilustraba la infancia de Demy, y volvió a su universo en Les demoiselles ont eu 25 ans (1993) y L'univers de Jacques Demy (1995). De esa relación nació el actor Mathieu Demy.

Se fue una de las más grandes cineastas del cine mundial. Quedan su compromiso, su actitud, su generosidad y el talento y sensibilidad que se perciben en cada fotograma de su obra.


Más información:

Especial sobre Varda en Mubi con varias de sus películas

Especial sobre la directora en el sitio de la señal cultural Arte (en francés)


Trailer de su última película:




COMENTARIOS

  • 11/04/2019 17:58

    Ayer proyectaron gratis Visages, Villages (2017) en el auditorio del CIC. La presentación estuvo a cargo de Gustavo Castagna. En mi página de facebook Horizonte de eventos culturales subí un par de vídeos muy breves con algunas palabras sobre la directora. Desde ya, son más que bienvenidos.

  • 4/04/2019 18:33

    Quiero compartir la hermosa crítica que escribió Miiguel Frías sobre Las playas de de Agnés (2008). La misma fue publicada el 29/4/2010 en Clarín con el título Escenas frente al mar. Ahora es más significativa que nunca. Antes que hablar de autobiografía onírica o de "celebración del cine", como definió la propia directora a esta película, hay que decir que Las playas de Agnès está hecha con el material de las evocaciones, de los sueños y la poesía. Además: con herramientas como la creatividad, la libertad, la vitalidad y la frescura: en un grado inusual para alguien de 80 años. Agnès Varda, apodada la abuelita de la Nouvelle Vague, da una nueva lección de cine lúdico, lírico, que no condesciende a la mera melancolía, sino que apuesta a los cambios de tono, a la fragmentación -mecanismo de la memoria-, al traspaso de la ficción a la realidad y viceversa, a sus siempre asombrosas puestas en escena, el humor e incluso la saludable falta de temor al ridículo. Varda, ante todo, no se postula como moderna: lo sigue siendo, lo es, lo sería involuntariamente. Rodeada de un equipo joven al que adora, experta en instalaciones, demuestra su imaginación -inagotable, envidiable, vanguardista- en cada secuencia. Y a la vez, a través de un maravilloso montaje, logra hilvanar cada una de estas perlas. El hilo conductor es el mar. El del norte de Bélgica, la patria de su infancia; el del Mediterráneo, donde filmó su primera película; el de California, junto al que fue feliz, de un modo efímero, como se suele ser feliz, con el realizador Jacques Demy, amor de su vida, muerto en 1990, aunque omnipresente. Varda habla a cámara mientras camina hacia atrás. Varda recuerda su vida, pero aclara que le importan las de los otros, que por eso hizo cine. Varda evoca a los muertos queridos, a la casa de su infancia, a tiempos de oro para el arte, aunque siempre, siempre, elude la nostalgia. Combina fragmentos de sus películas, instalaciones, backstage del documental y puestas -recreaciones- muy novedosas. Y así, con calidez e ingenio, nos arrastra por gran parte de la cultura europea del siglo XX. Allí están los fantasmas de los grandes directores y actores de la Nouvelle Vague; allí las imágenes Gérard Depardieu y Harrison Ford casi adolescentes; allí los juegos con la obra de Magritte; las fotografías antiguas; los padres muertos; el amor por las películas y los viajes; el amparo de la amistad; los hijos y nietos bailando, de blanco, en un lento atardecer de verano, junto a la rompiente: pequeña, gran redención, igual que el cine. El recuerdo de Demy (Los paraguas de Cherburgo) sobrevuela este filme felizmente inclasificable. Lo vemos junto a una ventana que enmarca al océano, diciendo que le gusta el mar. "Tal vez soy como él, un poco azul, un poco gris". Volvemos a verlo mucho después, ya enfermo, sobre la arena, observando un porvenir que no compartirá. Estos datos podrían dar cuenta de un documental melancólico. Pero Las playas...es mucho más. Incluso podría decirse que es lo contrario: una película sobre la alegría de haber vivido y seguir haciéndolo. En una secuencia, Varda reúne a una pareja que lleva casi medio siglo junta. Luego la filma alejándose, dejando en la arena las huellas de unas sillas que arrastra. Esas huellas, como las otras, se borrarán pronto. Agnès, sin embargo, declama su envidia por ese amor perdurable. Habría que envidiarla también a ella: por su talento para crear, para saber vivir, para hacer obras tan maravillosas.

  • 29/03/2019 14:11

    Una maestra en todo sentido, una artista amplia y una activista consecuente. Vamos a extrañar mucho esa sonrisa y esa simpatía impares.

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