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Crítica de “Volveréis”, película de Jonás Trueba (Quincena de Cineastas) - #Cannes2024

A partir de una idea inquientante (una pareja decide convocar a una fiesta para “celebrar” el final de una relación que han mantenido durante 15 años), el realizador de Los ilusos, Los exiliados románticos, La reconquista y La virgen de agosto consigue una de las películas más encantadoras y lúdicas de su filmografía.

Publicada el 20/05/2024


Volveréis / The Other Way Around (España-Francia/2024). Dirección: Jonás Trueba. Elenco: Itsaso Arana, Vito Sanz y Fernando Trueba. Guion: Jonás Trueba, Itsaso Arana y Vito Sanz. Fotografía: Santiago Racaj. Música: Iman Amar, Ana Valladares, Guillermo Briales. Edición: Marta Velasco. Sonido: Álvaro Silva Wuth, Pablo Rivas Leyva y Raquel Martín. Diseño de producción: Miguel Angel Rebollo. Duración: 114 minutos. En la sección paralela Quincena de Cineastas.


A Jonás Trueba siempre le interesaron los vaivenes amorosos, los enamoramientos y las despedidas, los avatares de las relaciones de pareja y de amistad. Sin embargo, más allá de que siempre me interesó su cine, el tono de sus películas fue mutando de cierta solemnidad o ínfulas de trascendencia inicial a una vertiente mucho más ligera, fluida y relajada. En ese sentido, luego de Quién lo impide (2021) y Tenéis que venir a verla (2022), Volveréis -la más “francesa” de sus producciones recientes aunque también con cierta influencia de la impronta de los trabajos de los argentinos de El Pampero (Llinás-Moguillansky-Citarella)- surge como la cima de ese espíritu lúdico y desenfadado.

A partir de una vieja frase del padre de la protagonista en la ficción (y de Jonás Trueba en la vida real) como Fernando Trueba (en un hermoso papel que interpreta con mucho amor y ductilidad), respecto de que las parejas deberían organizar una fiesta cuando se separan y no cuando se casan, Ale (Itsaso Arana) y Alex (Vito Sanz) apuestan a hacerla realidad. Luego de 14 años juntos y habiendo decidido de común acuerdo y en buenos términos que es tiempo de emprender nuevos caminos en solitario, se proponen armar un evento de despedida para el que irán convocando a distintos amigos del mundo del cine (ella es directora; él, actor), de la música (incluida una banda de Granada que está disuelta hace bastante tiempo, pero cuyos integrantes aceptan reunirla para la ocasión) y de la vida en general. Y Trueba padre está dispuesto incluso a ceder su amplia casa con jardín y que “se incendie” si hace falta.

Las reacciones de los seres queridos son, por supuesto, de lo más contradictorias: hay quienes se alegran, quienes se sorprenden, quienes se entristecen. Es que muchos la consideraban algo así como la pareja ideal, modélica, perfecta, y la idea de “celebrar” el fin del amor resulta en primera instancia anticlimática, incómoda. Pero se trata, claro, de vencer los prejuicios, las convenciones, los lugares comunes y acompañar a una pareja que se quiso y se respeta en sus decisiones y propuestas.

Volveréis (que es lo que muchos les dicen, que volverán a estar juntos alguna vez) mantiene esa obsesión de Jonás Trueba por las citas, referencias, homenajes (por momentos un poco obvios o subrayados) a -en este caso- François Truffaut, Ingmar Bergman o Søren Kierkegaard, pero lo que impera en este caso no es la erudición ni la cinefilia sino la búsqueda y el riesgo.

Con una estructura que por momentos apela a ciertos clichés del cine dentro del cine (Ale está montando una película propia y ambos concurren al rodaje de una serie), apelando a los recursos más variados (desde la pantalla partida hasta un cierre musical, pasando por un uso permanente de la voz en off), el más joven del clan de los Trueba sustenta buena parte del encanto (del éxito) de su película en la interacción, la química que consigue con sus dos protagonistas, que además figuran como coguionistas en una clara admisión de que el secreto reside en ese trabajo de a tres.

Hay algo bello y doloroso a la vez en la propuesta de Volveréis: la película juega con la idea de la comedia de re-matrimonio y también con renunciar al desgarrador imaginario que sobrevuela a toda separación (cuando, por ejemplo, se dividen libros no hay pelea sino más bien lo contrario), pero uno aprende a querer a Ale(jandra) y Alex, y -como le ocurre a varios de sus amigos- la idea de que ya no estén juntos genera cierto desasosiego. Es precisamente en esa zona de dudas, de incertidumbres, de contradicciones y de sensaciones con las que uno puede empatizar, identificarse y hasta entristecerse donde reside el principal hallazgo y los mayores méritos de una película que pendula entre lo viejo y lo nuevo, entre el reseteo y el reciclaje, como esos locales y puestos de El Rastro madrileño donde se desarrollan varias escenas clave de un film que juega al (y con el) cine con bienvenida sensibilidad y desparpajo.



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